1. Juego y espontaneidad. Los adultos perdemos la magia del juego y nos enconchamos. Racionalizamos tanto que nos constipamos. D´Annunzio, el gran escritor italiano, decía: “¿Quién ha dicho que la vida es un sueño? La vida es un juego”.
- Empieza por alguna travesura que no sea peligrosa. Entra a una biblioteca y, en el más sesudo de los silencios, estornuda con la fuerza de un huracán. También puedes gritar a todo pulmón ante un supuesto ratón imaginario que no has visto sino tú. No olvides registrar y guardar en tu memoria (si la fotografías, mejor) la cara de la bibliotecóloga. Si algún día quieres recordar tu irrespetuosa juventud, sal a tocar timbres y escóndete. Cuando la gente se asome, hazlo tú también. Con cara de adulto avinagrado, puedes preguntar: “ ¿Qué pasó?”, y luego agregar: “Estos niños, por Dios…¡ Vamos a tener que ponerle remedio!” El crimen perfecto. Piensa: ¿quién podría imaginarse que la doctora o el doctor salieron a hurtadillas a tocar timbres?
- Recurre al método del absurdo. Ionesco, el padre del teatro del absurdo, decía: “Tomad un círculo, acariciadlo, ¡se volverá vicioso!” Lo inaudito tiene su encanto. Lo descabellado genera cosquilleo, mariposas, y una risita nerviosa encantadora. Siéntate a la hora pico en un centro comercial concurrido y comienza, como quien no quiere, a ladrarle respetuosamente a la gente que pase. Puedes ensayar distintos tipos de ladrido: aristocráticos, coléricos, hoscos o histéricos. Otra variación es mostrar los dientes y gruñir de manera intermitente. Te sorprenderá la reacción de la gente. Habrá algunos que queden petrificados, otros se ofenderán ante tus inofensivos “guau” “guau” (éstos son los más amargados), un grupo selecto contestará tus ladridos (hasta es posible que inicies un diálogo canino) y no faltarán los agresivos (humanos que muerden). En este último caso, te recomiendo correr rápidamente, y si mientras lo haces chillas como perrito, mejor.
- Despreocúpate del qué dirán y de la adecuación social. El peor obstáculo para la espontaneidad es estar pendiente de la normatividad y de la opinión de los charlatanes. No estoy diciendo que debas ofender a nadie, sino que de vez en cuando es bueno mandar el “super yo” a dormir. Las mejores cosas de la vida ocurren bajo los efectos de la emotividad y el deseo. Si te da ganas de abrazar a tu mejor enemigo o darle un beso en la calva al decano de tu universidad, hazlo (si lo haces con cariño es probable que no pierdas el puesto). Si quieres exclamar a los cuatro vientos que estás enamorado, te recomiendo sentarte en el parque principal de tu ciudad, montar un cartel con tu poesía favorita, invitar a los medios de comunicación y decirle al país entero que la amas descaradamente. No le tangas miedo al rechazo, de todas maneras va a ocurrir. ¿No has notado que hay personas que cuando ríen parece que estuvieran llorando? Por todos los medios intentan ocultar y disimular la carcajada, como si se tratara de un eructo. Seguir las normas racionales está bien, pero ser esclavo de todas ellas indiscriminadamente es asfixiante. Piensa en las brujas de Salem. Yo sé que en tu interior, cuando ves un aviso de “Prohibido pisar el césped”, un diablillo te empuja a apoyar el pie. Yo sé que cuando nadie te mira, le coqueteas descaradamente al atractivo e insinuante pedazo de pasto. Repito: si no es dañino ni para ti ni para nadie, puedes hacer lo que quieras. Incluso ser feliz.
Del libro:
AMAR O DEPENDER
Walter Riso