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viernes, 29 de abril de 2022
viernes, 1 de mayo de 2020
viernes, 8 de diciembre de 2017
CAMINANTE, NO HAY CAMINO
Estaba en una ciudad extraña. Había llegado recientemente y tenía que tomar el tren temprano en la mañana. Pero cuando me levanté y miré el reloj, ya estaba retrasado y comencé a correr. Cuando llegué a la torre y miré el reloj, me alarmé aun más al pensar que iba a perder el tren. Mi reloj estaba atrasado. Comencé a correr... sin conocer la vía, sin conocer el camino... y las calles lucían limpias y desiertas. Era temprano en la mañana, una mañana fría e invernal, y yo no veía a nadie.
De repente vi a un policía. Me llené de esperanza. Me acerqué al policía y le pedí que me señalara el camino. El policía me respondió: 'El camino ¿Por qué me lo pregunta a mí?' Yo le contesté: 'Porque soy extranjero en este lugar y no conozco el camino. Por favor indíqueme el camino y no pierda tiempo. Ya estoy retrasado y voy a perder el tren, y es importante para mí tomar el tren'.
El policía se rió y dijo: '¿Quién puede mostrarle el camino a otra persona?'
Cómo podrían mostrarte el camino, si el camino en realidad no existe. Siempre estás en la meta. Donde quiera que estés, ésa es la meta. El camino no existe. Si sigues preguntando por el camino, estás intentando crear futuro, una y otra vez, y el futuro es la pesadilla.
FUENTE: OSHO: El Hombre que Amaba las Gaviotas y Otros Relatos, Grupo Editorial Norma, Bogotá, 2003, ISBN 958-04-7279-3, Pag. 39. En el libro se dice que es un escrito de Franz Kafka, pero no dice cuál es.
CAMINANTE, NO HAY CAMINO
Estaba en una ciudad extraña. Había llegado recientemente y tenía que tomar el tren temprano en la mañana. Pero cuando me levanté y miré el reloj, ya estaba retrasado y comencé a correr. Cuando llegué a la torre y miré el reloj, me alarmé aun más al pensar que iba a perder el tren. Mi reloj estaba atrasado. Comencé a correr... sin conocer la vía, sin conocer el camino... y las calles lucían limpias y desiertas. Era temprano en la mañana, una mañana fría e invernal, y yo no veía a nadie.
De repente vi a un policía. Me llené de esperanza. Me acerqué al policía y le pedí que me señalara el camino. El policía me respondió: 'El camino ¿Por qué me lo pregunta a mí?' Yo le contesté: 'Porque soy extranjero en este lugar y no conozco el camino. Por favor indíqueme el camino y no pierda tiempo. Ya estoy retrasado y voy a perder el tren, y es importante para mí tomar el tren'.
El policía se rió y dijo: '¿Quién puede mostrarle el camino a otra persona?'
Cómo podrían mostrarte el camino, si el camino en realidad no existe. Siempre estás en la meta. Donde quiera que estés, ésa es la meta. El camino no existe. Si sigues preguntando por el camino, estás intentando crear futuro, una y otra vez, y el futuro es la pesadilla.
FUENTE: OSHO: El Hombre que Amaba las Gaviotas y Otros Relatos, Grupo Editorial Norma, Bogotá, 2003, ISBN 958-04-7279-3, Pag. 39. En el libro se dice que es un escrito de Franz Kafka, pero no dice cuál es.
sábado, 19 de septiembre de 2015
domingo, 30 de noviembre de 2014
ANTE LA LEY
Ante la Ley hay un guardián. Hasta ese guardián llega un campesino y le ruega que le permita entrar a la Ley. Pero el guardián responde que en ese momento no le puede franquear el acceso. El hombre reflexiona y luego pregunta si es que podrá entrar más tarde.
-Es posible -dice el guardián-, pero ahora, no.
Las puertas de la Ley están abiertas, como siempre, y el guardián se ha hecho a un lado, de modo que el hombre se inclina para atisbar el interior. Cuando el guardián lo advierte, ríe y dice:
-Si tanto te atrae, intenta entrar a pesar de mi prohibición. Pero recuerda esto: yo soy poderoso. Y yo soy sólo el último de los guardianes. De sala en sala irás encontrando guardianes cada vez más poderosos. Ni siquiera yo puedo soportar la sola vista del tercero.
El campesino no había previsto semejantes dificultades. Después de todo, la Ley debería ser accesible a todos y en todo momento, piensa. Pero cuando mira con más detenimiento al guardián, con su largo abrigo de pieles, su gran nariz puntiaguda, la larga y negra barba de tártaro, se decide a esperar hasta que él le conceda el permiso para entrar. El guardián le da un banquillo y le permite sentarse al lado de la puerta. Allí permanece el hombre días y años. Muchas veces intenta entrar e importuna al guardián con sus ruegos. El guardián le formula, con frecuencia, pequeños interrogatorios. Le pregunta acerca de su terruño y de muchas otras cosas; pero son preguntas indiferentes, como las de los grandes señores, y al final le repite siempre que aún no lo puede dejar entrar. El hombre, que estaba bien provisto para el viaje, invierte todo –hasta lo más valioso- en sobornar al guardián. Este acepta todo, pero siempre repite lo mismo:
-Lo acepto para que no creas que has omitido algún esfuerzo.
Durante todos esos años, el hombre observa ininterrumpidamente al guardián. Olvida a todos los demás guardianes y aquél le parece ser el único obstáculo que se opone a su acceso a la Ley. Durante los primeros años maldice su suerte en voz alta, sin reparar en nada; cuando envejece, ya sólo murmura como para sí. Se vuelve pueril, y como en esos años que ha consagrado al estudio del guardián ha llegado a conocer hasta las pulgas de su cuello de pieles, también suplica a las pulgas que lo ayuden a persuadir al guardián.
Finalmente su vista se debilita y ya no sabe si en la realidad está oscureciendo a su alrededor o si lo engañan los ojos. Pero en aquellas penumbras descubre un resplandor inextinguible que emerge de las puertas de la Ley. Ya no le resta mucha vida. Antes de morir resume todas las experiencias de aquellos años en una pregunta, que nunca había formulado al guardián. Le hace una seña para que se aproxime, pues su cuerpo rígido ya no le permite incorporarse.
El guardián se ve obligado a inclinarse mucho, porque las diferencias de estatura se han acentuado señaladamente con el tiempo, en desmedro del campesino.
-¿Qué quieres saber ahora? –Pregunta el guardián-. Eres insaciable.
-Todos buscan la Ley –dice el hombre-. ¿Y cómo es que en todos los años que llevo aquí, nadie más que yo ha solicitado permiso para llegar a ella?
El guardián comprende que el hombre está a punto de expirar y le grita, para que sus oídos debilitados perciban las palabras.
-Nadie más podía entrar por aquí, porque esta entrada estaba destinada a ti solamente.
Ahora cerraré.
Tomado del libro:
Cuentos
Franz Kafka
Fotografía de Internet
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