martes, 29 de octubre de 2019

CREAR ARMONÍA








Krishnamurti pregunta:


¿Cuál cree usted que es la cuestión esencial en la vida? Vamos a hablar de ello unos minutos.





Interlocutor: Crear armonía.





Krishnamurti responde


¿Dónde? ¿Internamente, externamente o en ambos niveles? ¿Cómo se puede crear armonía fuera de uno mismo si no se es armónico internamente? La armonía interior es lo primero, no la exterior. ¿Es esa la cuestión esencial? ¿O podría ser que la armonía fuera un resultado y no un fin en sí mismo? Existe, sobreviene. Es como estar muy saludable y salir a dar un paseo. Pero el buscar la armonía como un fin en ella misma… ¿es eso posible? Tiene uno que hallarla internamente. Para lograrlo tiene que haber una investigación tremenda dentro de sí: ver las contradicciones, los esfuerzos, la disciplina, todo lo que entraña el problema. ¿Es esa la cuestión esencial? Dice usted que la cuestión esencial puede ser la armonía, pero puede ser el placer. Por favor, escuche lo que acabamos de decir. Hemos dicho que la cuestión esencial, para la mayoría de las personas, puede ser la urgencia de placer, su continuidad y reforzamiento. El placer que se deriva de la seguridad, de la experiencia sexual, es deliberado, no una cosa en sí misma. No sé si está siguiendo la discusión. Saco placer de algo: el hacerlo me da placer. Por eso es importante el acto del cual derivo placer: este no es un fin en sí mismo, sino que resulta de algún acto. De modo que ¿es ese el reto?, ¿es esa la cuestión esencial?





Por favor, mire el mundo, mire todas las cosas que están sucediendo: el extraordinario progreso técnico, las guerras, la sociedad opulenta y la pobreza, una nación luchando contra otra por su seguridad, por su gloria, etc. Todo eso es lo que esta pasando, está ahí, ante usted. Si lo mira de modo objetivo, como miraría un mapa, tendría la respuesta, que es: mirar.











Del libro:


La libertad interior


J. Krishnamurti


Fotografía tomada de la internet


CREAR ARMONÍA


Krishnamurti pregunta:
¿Cuál cree usted que es la cuestión esencial en la vida? Vamos a hablar de ello unos minutos.

Interlocutor: Crear armonía.

Krishnamurti responde
¿Dónde? ¿Internamente, externamente o en ambos niveles? ¿Cómo se puede crear armonía fuera de uno mismo si no se es armónico internamente? La armonía interior es lo primero, no la exterior. ¿Es esa la cuestión esencial? ¿O podría ser que la armonía fuera un resultado y no un fin en sí mismo? Existe, sobreviene. Es como estar muy saludable y salir a dar un paseo. Pero el buscar la armonía como un fin en ella misma… ¿es eso posible? Tiene uno que hallarla internamente. Para lograrlo tiene que haber una investigación tremenda dentro de sí: ver las contradicciones, los esfuerzos, la disciplina, todo lo que entraña el problema. ¿Es esa la cuestión esencial? Dice usted que la cuestión esencial puede ser la armonía, pero puede ser el placer. Por favor, escuche lo que acabamos de decir. Hemos dicho que la cuestión esencial, para la mayoría de las personas, puede ser la urgencia de placer, su continuidad y reforzamiento. El placer que se deriva de la seguridad, de la experiencia sexual, es deliberado, no una cosa en sí misma. No sé si está siguiendo la discusión. Saco placer de algo: el hacerlo me da placer. Por eso es importante el acto del cual derivo placer: este no es un fin en sí mismo, sino que resulta de algún acto. De modo que ¿es ese el reto?, ¿es esa la cuestión esencial?

Por favor, mire el mundo, mire todas las cosas que están sucediendo: el extraordinario progreso técnico, las guerras, la sociedad opulenta y la pobreza, una nación luchando contra otra por su seguridad, por su gloria, etc. Todo eso es lo que esta pasando, está ahí, ante usted. Si lo mira de modo objetivo, como miraría un mapa, tendría la respuesta, que es: mirar.



Del libro:
La libertad interior
J. Krishnamurti
Fotografía tomada de la internet

QUERER SER UNO DONDE HAY DOS






QUERER SER UNO DONDE HAY DOS


lunes, 28 de octubre de 2019

MIENTRAS USTED CREA QUE ES SU MENTE






MIENTRAS USTED CREA QUE ES SU MENTE


SENDEROS








EL SENDERO ES LA META





Si existe alguna posibilidad de iluminarse, es ahora mismo, no en algún momento futuro. El momento es ahora. 











¿QUÉ HACE FALTA para emplear la vida que se nos ha dado en hacernos más sabios, en vez de atascarnos más? ¿Cuál es la fuente de sabiduría a nivel personal e individual? 





En la medida en que comprendemos las enseñanzas, la respuesta a estas preguntas parece estar relacionada con llevar hacia el sendero todo aquello con lo que nos encontramos. Cada cosa tiene su base natural, su camino de desarrollo y su florecimiento. Esto equivale a decir que cada cosa tiene un principio, un medio y un final. Pero también se dice que el sendero es tanto el terreno de base como el florecimiento. Por eso a veces leemos: «El sendero es el objetivo.» 





Este sendero tiene una característica distintiva: no está prefabricado, no existe todavía. El sendero por el que caminamos es la evolución momento a momento de nuestra experiencia, la evolución momento a momento del mundo fenoménico, la evolución momento a momento de nuestros pensamientos y emociones. 





El sendero no es la ruta 66 con destino a Los Ángeles. No podemos sacar el mapa y planificar que este año llegaremos a Gallup, Nuevo México, y que quizá para el 2001 lleguemos a Los Ángeles. El sendero no está dibujado. Viene a la existencia momento a momento, y al mismo tiempo desaparece detrás de nosotros. Es como ir sentados en un tren mirando hacia atrás. No podemos ver hacia dónde vamos, sólo vemos dónde hemos estado. 





Esta enseñanza es muy estimulante porque dice que la fuente de la sabiduría es lo que nos pasa hoy. La fuente de la sabiduría es cualquier cosa que nos pase en este mismo instante. 





Siempre estamos en cierto estado de ánimo; podemos estar tristes o enfadados y podemos estar en un estado no muy concreto, en una especie de bruma. También podemos estar alegres y divertidos. En cualquier caso, sea cual sea nuestro estado de ánimo, ése es el camino. 





Cuando algo nos duele en la vida no solemos pensar que ése sea nuestro camino y la fuente de nuestra sabiduría. De hecho, pensamos que estamos en el camino para librarnos de esa sensación dolorosa. («Cuando llegue a Los Ángeles ya no me sentiré así.») Al mismo nivel en que queremos librarnos de nuestros sentimientos y sensaciones, cultivamos inconscientemente una sutil agresión contra nosotros mismos. 





Sin embargo, el hecho es que cualquiera que haya empleado los momentos y días y años de su vida en llegar a ser más sabio, más bondadoso y a sentir más el mundo como su hogar, ha aprendido de lo que ha ocurrido justamente ahora. Podemos aspirar a ser bondadosos justo en este momento, a relajarnos y a abrir nuestro corazón y mente a lo que hay frente a nosotros justo en este momento. El momento es ahora. Si hay alguna posibilidad de iluminarnos, es justamente ahora, no en cualquier momento futuro. El momento es ahora.














Extracto del libro:


Cuando Todo Se Derrumba


Pema Chödron


Fotografía de Internet


SENDEROS


EL SENDERO ES LA META

Si existe alguna posibilidad de iluminarse, es ahora mismo, no en algún momento futuro. El momento es ahora. 



¿QUÉ HACE FALTA para emplear la vida que se nos ha dado en hacernos más sabios, en vez de atascarnos más? ¿Cuál es la fuente de sabiduría a nivel personal e individual? 

En la medida en que comprendemos las enseñanzas, la respuesta a estas preguntas parece estar relacionada con llevar hacia el sendero todo aquello con lo que nos encontramos. Cada cosa tiene su base natural, su camino de desarrollo y su florecimiento. Esto equivale a decir que cada cosa tiene un principio, un medio y un final. Pero también se dice que el sendero es tanto el terreno de base como el florecimiento. Por eso a veces leemos: «El sendero es el objetivo.» 

Este sendero tiene una característica distintiva: no está prefabricado, no existe todavía. El sendero por el que caminamos es la evolución momento a momento de nuestra experiencia, la evolución momento a momento del mundo fenoménico, la evolución momento a momento de nuestros pensamientos y emociones. 

El sendero no es la ruta 66 con destino a Los Ángeles. No podemos sacar el mapa y planificar que este año llegaremos a Gallup, Nuevo México, y que quizá para el 2001 lleguemos a Los Ángeles. El sendero no está dibujado. Viene a la existencia momento a momento, y al mismo tiempo desaparece detrás de nosotros. Es como ir sentados en un tren mirando hacia atrás. No podemos ver hacia dónde vamos, sólo vemos dónde hemos estado. 

Esta enseñanza es muy estimulante porque dice que la fuente de la sabiduría es lo que nos pasa hoy. La fuente de la sabiduría es cualquier cosa que nos pase en este mismo instante. 

Siempre estamos en cierto estado de ánimo; podemos estar tristes o enfadados y podemos estar en un estado no muy concreto, en una especie de bruma. También podemos estar alegres y divertidos. En cualquier caso, sea cual sea nuestro estado de ánimo, ése es el camino. 

Cuando algo nos duele en la vida no solemos pensar que ése sea nuestro camino y la fuente de nuestra sabiduría. De hecho, pensamos que estamos en el camino para librarnos de esa sensación dolorosa. («Cuando llegue a Los Ángeles ya no me sentiré así.») Al mismo nivel en que queremos librarnos de nuestros sentimientos y sensaciones, cultivamos inconscientemente una sutil agresión contra nosotros mismos. 

Sin embargo, el hecho es que cualquiera que haya empleado los momentos y días y años de su vida en llegar a ser más sabio, más bondadoso y a sentir más el mundo como su hogar, ha aprendido de lo que ha ocurrido justamente ahora. Podemos aspirar a ser bondadosos justo en este momento, a relajarnos y a abrir nuestro corazón y mente a lo que hay frente a nosotros justo en este momento. El momento es ahora. Si hay alguna posibilidad de iluminarnos, es justamente ahora, no en cualquier momento futuro. El momento es ahora.




Extracto del libro:
Cuando Todo Se Derrumba
Pema Chödron
Fotografía de Internet

domingo, 27 de octubre de 2019

MENTE DISFUNCIONAL








MENTE DISFUNCIONAL


PRODIGIO








Un día, el hijo de Malik estuvo invitado en casa de Enes. Después de la comida, Enes, al ver que su servilleta estaba muy manchada, ordenó a su servidor que la echase al fuego. Este obedeció sin vacilar.





Los invitados estaban estupefactos, pero su asombro subió de grado cuando vieron que la servilleta salía del fuego completamente limpia. Dijeron:





"¿Cómo es eso posible? ¿Cómo ha podido limpiarse esta servilleta sin consumirse?"





Enes respondió:





"¡El profeta Mustafá se secó la boca y las manos con esta servilleta!"





Los invitados dijeron entonces al servidor:





"Tú, que sabías eso, ¿cómo has podido echarla al fuego?"





El servidor respondió:





"Los hombres de Dios merecen nuestra confianza. ¡Incluso si me hubiese ordenado echarme yo mismo al fuego, lo habría hecho!"





¡Oh, hermano mío! ¡Si la fidelidad de un hombre es menor que la de una mujer, entonces su corazón no merece ser llamado corazón, sino tripas!











150 Cuentos sufíes


Maulana Jalāl al-Dīn Rūmī


Fotografía tomada de internet


PRODIGIO


Un día, el hijo de Malik estuvo invitado en casa de Enes. Después de la comida, Enes, al ver que su servilleta estaba muy manchada, ordenó a su servidor que la echase al fuego. Este obedeció sin vacilar.

Los invitados estaban estupefactos, pero su asombro subió de grado cuando vieron que la servilleta salía del fuego completamente limpia. Dijeron:

"¿Cómo es eso posible? ¿Cómo ha podido limpiarse esta servilleta sin consumirse?"

Enes respondió:

"¡El profeta Mustafá se secó la boca y las manos con esta servilleta!"

Los invitados dijeron entonces al servidor:

"Tú, que sabías eso, ¿cómo has podido echarla al fuego?"

El servidor respondió:

"Los hombres de Dios merecen nuestra confianza. ¡Incluso si me hubiese ordenado echarme yo mismo al fuego, lo habría hecho!"

¡Oh, hermano mío! ¡Si la fidelidad de un hombre es menor que la de una mujer, entonces su corazón no merece ser llamado corazón, sino tripas!



150 Cuentos sufíes
Maulana Jalāl al-Dīn Rūmī
Fotografía tomada de internet

viernes, 25 de octubre de 2019

BAÑO








Un día, un emir sintió el deseo de ir al baño. Llamó a su esclavo, que se llamaba Sungur, y le dijo:





"¡Prepara mi sábana, mi barreño y mi jabón! ¡Vamos al baño!"





Sungur ejecutó sus órdenes y ambos tomaron el camino del baño. Ahora bien, en este camino, había una pequeña mezquita. Cuando pasaba ante ella, Sungur oyó la llamada a la oración. Dijo a su amo:





"¡Oh, amo! ¿Podríais esperar unos instantes ante esos almacenes mientras hago mi oración?"





El emir aceptó y se puso a esperar...





Esperó mucho tiempo. Vio salir a los fieles y al imán, pero Sungur seguía en el interior. Perdiendo la paciencia, el emir se puso a gritar:





"¡Oh, Sungur! ¿Porqué no sales?"





Desde el interior de la mezquita, Sungur le respondió:





"Estoy retenido aquí. No pierdas la paciencia. Ya voy. ¡Sobre todo no creas que olvido que me esperas!"





El emir reiteró siete veces su llamada y, cada vez, Sungur respondía:





"¡No tengo permiso para ir junto a ti!"





Al fin, el emir le dijo:





"Pero no hay nadie en la mezquita. Tengo curiosidad por saber lo que te impide salir."





Sungur respondió:





"El que te encadena en el exterior me ha encadenado en el interior. El que no te permite entrar me impide salir."





El océano no deja escapar a los peces y, del mismo modo, la tierra no deja a su fauna precipitarse al mar.











150 Cuentos sufíes


Maulana Jalāl al-Dīn Rūmī


Fotografía tomada de internet


BAÑO


Un día, un emir sintió el deseo de ir al baño. Llamó a su esclavo, que se llamaba Sungur, y le dijo:

"¡Prepara mi sábana, mi barreño y mi jabón! ¡Vamos al baño!"

Sungur ejecutó sus órdenes y ambos tomaron el camino del baño. Ahora bien, en este camino, había una pequeña mezquita. Cuando pasaba ante ella, Sungur oyó la llamada a la oración. Dijo a su amo:

"¡Oh, amo! ¿Podríais esperar unos instantes ante esos almacenes mientras hago mi oración?"

El emir aceptó y se puso a esperar...

Esperó mucho tiempo. Vio salir a los fieles y al imán, pero Sungur seguía en el interior. Perdiendo la paciencia, el emir se puso a gritar:

"¡Oh, Sungur! ¿Porqué no sales?"

Desde el interior de la mezquita, Sungur le respondió:

"Estoy retenido aquí. No pierdas la paciencia. Ya voy. ¡Sobre todo no creas que olvido que me esperas!"

El emir reiteró siete veces su llamada y, cada vez, Sungur respondía:

"¡No tengo permiso para ir junto a ti!"

Al fin, el emir le dijo:

"Pero no hay nadie en la mezquita. Tengo curiosidad por saber lo que te impide salir."

Sungur respondió:

"El que te encadena en el exterior me ha encadenado en el interior. El que no te permite entrar me impide salir."

El océano no deja escapar a los peces y, del mismo modo, la tierra no deja a su fauna precipitarse al mar.



150 Cuentos sufíes
Maulana Jalāl al-Dīn Rūmī
Fotografía tomada de internet

TU ROSTRO NO ES TU ROSTRO






TU ROSTRO NO ES TU ROSTRO


jueves, 24 de octubre de 2019

PENSAMIENTOS CONDICIONADOS






PENSAMIENTOS CONDICIONADOS


EL CÍRCULO DEL NOVENTA Y NUEVE








Un rey muy triste tenía un sirviente que se mostraba siempre pleno y feliz. Todas las mañanas, cuando le llevaba el desayuno, lo despertaba tarareando alegres canciones de juglares. Siempre había una sonrisa en su cara, y su actitud hacia la vida era serena y alegre. Un día el rey lo mandó llamar y le preguntó:





-Paje, ¿cuál es el secreto?





-¿Qué secreto, Majestad?





-¿Cuál es el secreto de tu alegría?





-No hay ningún secreto, Alteza.





-No me mientas. He mandado cortar cabezas por ofensas menores que una mentira.





-Majestad, no tengo razones para estar triste. Su Alteza me honra permitiéndome atenderlo. Tengo a mi esposa y a mis hijos viviendo en la casa que la corte nos ha asignado, estamos vestidos y alimentados, y además Su Alteza me premia de vez en cuando con algunas monedas que nos permiten darnos pequeños gustos. ¿Cómo no estar feliz?





-Sino me dices ya mismo el secreto, te haré decapitar --dijo el rey- Nadie puede ser feliz por esas razones que has dado.





El sirviente sonrió, hizo una reverencia y salió de la habitación. El rey estaba furioso, no conseguía explicarse cómo el paje vivía feliz así, vistiendo ropa usada y alimentándose de las sobras de los cortesanos. Cuando se calmó, llamó al más sabio de sus asesores y le preguntó:





-¿Por qué él es feliz?





-Majestad, lo que sucede es que él está por fuera del círculo.





-¿Fuera del círculo? ¿Y eso es lo que lo hace feliz?





-No, Majestad, eso es lo que no lo hace infeliz.





-A ver si entiendo: ¿estar en el círculo lo hace infeliz? ¿Y cómo salió de él?





-Es que nunca entró.





-¿Qué círculo es ese?





-El círculo del noventa y nueve.





-Verdaderamente no entiendo nada.





-La única manera para que entendiera sería mostrárselo con hechos. ¿Cómo? Haciendo entrar al paje en el círculo. Pero, Alteza, nadie puede obligar a nadie a entrar en el círculo. Si le damos la oportunidad, entrará por si mismo.





-¿Pero no se dará cuenta de que eso es su infelicidad?





-Si se dará cuenta, pero no lo podrá evitar.





-¿Dices que él se dará cuenta de la infelicidad que le causará entrar en ese ridículo círculo, y de todos modos lo hará?





-Tal cual, Majestad. Si usted está dispuesto a perder un excelente sirviente para entender la estructura del círculo, lo haremos. Esta noche pasaré a buscarlo. Debe tener preparada una bolsa de cuero con noventa y nueve monedas de oro.





Así fue El sabio fue a buscar al rey y juntos se escurrieron hasta los patios del palacio y se ocultaron junto a la casa del paje. El sabio guardó en la bolsa un papel que decía: "Este tesoro es tuyo. Es el premio por ser un buen hombre. Disfrútalo y no le cuentes a nadie cómo lo encontraste".





Cuando el paje salió por la mañana, el sabio y el rey lo estaban espiando. El sirviente leyó la nota, agitó la bolsa y al escuchar el sonido metálico se estremeció. La apretó contra el pecho, miró hacia todos lados y cerró la puerta.





El rey y el sabio se acercaron a la ventana para ver la escena. El sirviente había tirado todo lo que había sobre la mesa, dejando sólo una vela, y había vaciado el contenido de la bolsa. Sus ojos no podían creer lo que veían: ¡una montaña de monedas de oro! El paje las tocaba, las amontonaba y las alumbraba con la vela. Las juntaba y desparramaba, jugaba con ellas... Así, empezó a hacer pilas de diez monedas. Una pila de diez, dos pilas de diez, tres, cuatro, cinco pilas de diez... hasta que formó la última pila: ¡nueve monedas! Su mirada recorrió la mesa primero, luego el piso y finalmente la bolsa.





"No puede ser", pensó. Puso la última pila al lado de las otras y confirmó que era mas baja. "Me robaron -gritó-, me robaron, ¡malditos! "Una vez más buscó en la mesa, en el piso, en la bolsa, en sus ropas. Corrió los muebles, pero no encontró nada. Sobre la mesa como burlándose de él, una montañita resplandeciente le recordaba que había noventa y nueve monedas de oro. "Es mucho dinero -pensó- pero me falta una moneda. Noventa y nueve no es un número completo. Cien es un número completo, pero noventa y nueve.





El rey y su asesor miraban por la ventana. La cara del paje ya no era la misma, tenía el ceño fruncido y los rasgos tensos, los ojos se veían pequeños y la boca mostraba un horrible rictus. El sirviente guardó las monedas y, mirando para todos lados con el fin de cerciorarse de que nadie lo viera, escondió la bolsa entre la leña. Tomó papel y pluma y se sentó a hacer cálculos. ¿Cuánto tiempo tendría que ahorrar para comprar su moneda número cien? Hablaba solo en voz alta. Estaba dispuesto a trabajar duro hasta conseguirla; después, quizás no necesitaría trabajar más. Con cien monedas de oro un hombre puede dejar de trabajar. Con cien monedas de oro un hombre es rico. Con cien monedas de oro se puede vivir tranquilo. Si trabajaba y ahorraba, en once o doce años juntaría lo necesario. Hizo cuentas: sumando su salario y el de su esposa, reuniría el dinero en siete años. ¡Era demasiado tiempo! Pero, ¿para qué tanta ropa de invierno?, ¿para qué más de un par de zapatos? En cuatro años de sacrificios llegaría a su moneda cien.





El rey y el sabio Volvieron al palacio.





El paje había entrado en el círculo del noventa y nueve. Durante los meses siguientes, continuó con sus planes de ahorro. Una mañana entró a la alcoba real golpeando las puertas y refunfuñando.





-¿Qué te pasa? -le preguntó el rey de buen modo.





-Nada -contestó el otro.





-No hace mucho, reías y cantabas todo el tiempo.





-Hago mi trabajo, ¿no? ¿Qué querría Su Alteza, que fuera también su bufón y juglar?





No pasó mucho tiempo antes de que el rey despidiera al sirviente. No era agradable tener un paje que estuviera siempre de mal humor.





La mayoría de nosotros hemos sido educados en esta psicología: siempre nos falta algo para estar completos, y sólo entonces podremos gozar de lo que tenemos; siempre nos faltan "cinco centavos para el peso". Nos enseñaron que la felicidad deberá esperar a completarlo que falta. Y como siempre nos falta algo, la idea retoma el comienzo y nunca podemos gozar de la vida.





Otra cosa sería si nos diéramos cuenta así de golpe, de que nuestras noventa y nueve monedas son el cien por cien de nuestra fortuna, de que no nos falta nada, de que nadie se quedó con lo nuestro. Es sólo una trampa, una zanahoria puesta frente a nosotros para que, por codicia, arrastremos el carro, cansados, malhumorados, infelices o resignados. Un engaño para que nunca dejemos de empujar, sin ver los enormes tesoros que tenemos alrededor, aquí y ahora.





Añoramos lo que nos falta y dejamos de disfrutar de lo que tenemos.








Extracto del libro:


La culpa es de la vaca 1a parte


Lopera y Bernal


Fotografía de Internet


EL CÍRCULO DEL NOVENTA Y NUEVE


Un rey muy triste tenía un sirviente que se mostraba siempre pleno y feliz. Todas las mañanas, cuando le llevaba el desayuno, lo despertaba tarareando alegres canciones de juglares. Siempre había una sonrisa en su cara, y su actitud hacia la vida era serena y alegre. Un día el rey lo mandó llamar y le preguntó:

-Paje, ¿cuál es el secreto?

-¿Qué secreto, Majestad?

-¿Cuál es el secreto de tu alegría?

-No hay ningún secreto, Alteza.

-No me mientas. He mandado cortar cabezas por ofensas menores que una mentira.

-Majestad, no tengo razones para estar triste. Su Alteza me honra permitiéndome atenderlo. Tengo a mi esposa y a mis hijos viviendo en la casa que la corte nos ha asignado, estamos vestidos y alimentados, y además Su Alteza me premia de vez en cuando con algunas monedas que nos permiten darnos pequeños gustos. ¿Cómo no estar feliz?

-Sino me dices ya mismo el secreto, te haré decapitar --dijo el rey- Nadie puede ser feliz por esas razones que has dado.

El sirviente sonrió, hizo una reverencia y salió de la habitación. El rey estaba furioso, no conseguía explicarse cómo el paje vivía feliz así, vistiendo ropa usada y alimentándose de las sobras de los cortesanos. Cuando se calmó, llamó al más sabio de sus asesores y le preguntó:

-¿Por qué él es feliz?

-Majestad, lo que sucede es que él está por fuera del círculo.

-¿Fuera del círculo? ¿Y eso es lo que lo hace feliz?

-No, Majestad, eso es lo que no lo hace infeliz.

-A ver si entiendo: ¿estar en el círculo lo hace infeliz? ¿Y cómo salió de él?

-Es que nunca entró.

-¿Qué círculo es ese?

-El círculo del noventa y nueve.

-Verdaderamente no entiendo nada.

-La única manera para que entendiera sería mostrárselo con hechos. ¿Cómo? Haciendo entrar al paje en el círculo. Pero, Alteza, nadie puede obligar a nadie a entrar en el círculo. Si le damos la oportunidad, entrará por si mismo.

-¿Pero no se dará cuenta de que eso es su infelicidad?

-Si se dará cuenta, pero no lo podrá evitar.

-¿Dices que él se dará cuenta de la infelicidad que le causará entrar en ese ridículo círculo, y de todos modos lo hará?

-Tal cual, Majestad. Si usted está dispuesto a perder un excelente sirviente para entender la estructura del círculo, lo haremos. Esta noche pasaré a buscarlo. Debe tener preparada una bolsa de cuero con noventa y nueve monedas de oro.

Así fue El sabio fue a buscar al rey y juntos se escurrieron hasta los patios del palacio y se ocultaron junto a la casa del paje. El sabio guardó en la bolsa un papel que decía: "Este tesoro es tuyo. Es el premio por ser un buen hombre. Disfrútalo y no le cuentes a nadie cómo lo encontraste".

Cuando el paje salió por la mañana, el sabio y el rey lo estaban espiando. El sirviente leyó la nota, agitó la bolsa y al escuchar el sonido metálico se estremeció. La apretó contra el pecho, miró hacia todos lados y cerró la puerta.

El rey y el sabio se acercaron a la ventana para ver la escena. El sirviente había tirado todo lo que había sobre la mesa, dejando sólo una vela, y había vaciado el contenido de la bolsa. Sus ojos no podían creer lo que veían: ¡una montaña de monedas de oro! El paje las tocaba, las amontonaba y las alumbraba con la vela. Las juntaba y desparramaba, jugaba con ellas... Así, empezó a hacer pilas de diez monedas. Una pila de diez, dos pilas de diez, tres, cuatro, cinco pilas de diez... hasta que formó la última pila: ¡nueve monedas! Su mirada recorrió la mesa primero, luego el piso y finalmente la bolsa.

"No puede ser", pensó. Puso la última pila al lado de las otras y confirmó que era mas baja. "Me robaron -gritó-, me robaron, ¡malditos! "Una vez más buscó en la mesa, en el piso, en la bolsa, en sus ropas. Corrió los muebles, pero no encontró nada. Sobre la mesa como burlándose de él, una montañita resplandeciente le recordaba que había noventa y nueve monedas de oro. "Es mucho dinero -pensó- pero me falta una moneda. Noventa y nueve no es un número completo. Cien es un número completo, pero noventa y nueve.

El rey y su asesor miraban por la ventana. La cara del paje ya no era la misma, tenía el ceño fruncido y los rasgos tensos, los ojos se veían pequeños y la boca mostraba un horrible rictus. El sirviente guardó las monedas y, mirando para todos lados con el fin de cerciorarse de que nadie lo viera, escondió la bolsa entre la leña. Tomó papel y pluma y se sentó a hacer cálculos. ¿Cuánto tiempo tendría que ahorrar para comprar su moneda número cien? Hablaba solo en voz alta. Estaba dispuesto a trabajar duro hasta conseguirla; después, quizás no necesitaría trabajar más. Con cien monedas de oro un hombre puede dejar de trabajar. Con cien monedas de oro un hombre es rico. Con cien monedas de oro se puede vivir tranquilo. Si trabajaba y ahorraba, en once o doce años juntaría lo necesario. Hizo cuentas: sumando su salario y el de su esposa, reuniría el dinero en siete años. ¡Era demasiado tiempo! Pero, ¿para qué tanta ropa de invierno?, ¿para qué más de un par de zapatos? En cuatro años de sacrificios llegaría a su moneda cien.

El rey y el sabio Volvieron al palacio.

El paje había entrado en el círculo del noventa y nueve. Durante los meses siguientes, continuó con sus planes de ahorro. Una mañana entró a la alcoba real golpeando las puertas y refunfuñando.

-¿Qué te pasa? -le preguntó el rey de buen modo.

-Nada -contestó el otro.

-No hace mucho, reías y cantabas todo el tiempo.

-Hago mi trabajo, ¿no? ¿Qué querría Su Alteza, que fuera también su bufón y juglar?

No pasó mucho tiempo antes de que el rey despidiera al sirviente. No era agradable tener un paje que estuviera siempre de mal humor.

La mayoría de nosotros hemos sido educados en esta psicología: siempre nos falta algo para estar completos, y sólo entonces podremos gozar de lo que tenemos; siempre nos faltan "cinco centavos para el peso". Nos enseñaron que la felicidad deberá esperar a completarlo que falta. Y como siempre nos falta algo, la idea retoma el comienzo y nunca podemos gozar de la vida.

Otra cosa sería si nos diéramos cuenta así de golpe, de que nuestras noventa y nueve monedas son el cien por cien de nuestra fortuna, de que no nos falta nada, de que nadie se quedó con lo nuestro. Es sólo una trampa, una zanahoria puesta frente a nosotros para que, por codicia, arrastremos el carro, cansados, malhumorados, infelices o resignados. Un engaño para que nunca dejemos de empujar, sin ver los enormes tesoros que tenemos alrededor, aquí y ahora.

Añoramos lo que nos falta y dejamos de disfrutar de lo que tenemos.


Extracto del libro:
La culpa es de la vaca 1a parte
Lopera y Bernal
Fotografía de Internet