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jueves, 30 de noviembre de 2017

EN RESUMEN DEL LIBRO (A MODO DE DESPEDIDA)









Un monje zen se disponía a hablar en la plaza mayor de un pueblo. Había redactado cuidadosamente su discurso, y se disponía a leerlo cuando una ráfaga de viento se llevó volando los papeles hasta las ramas de un limonero. Cogido desprevenido, incapaz de recuperar el hilo de su arenga, dijo:





-Amigos míos, he aquí, en resumen, lo que quería exponeros: cuando tengo hambre, como, y cuando estoy fatigado, duermo.





-Pero ¿acaso no todo el mundo hace lo mismo, maestro? -pregunta alguien de la multitud.





-¡No! ¡No de la misma manera!





-¿Por qué, maestro?





-Cuando la gente come, piensa en mil cosas, cuando se duerme, piensa en sus problemas. ¡Por eso no hace como yo!





Entonces el monje descendió y se mezcló con ellos, recogió las limosnas y a los que le preguntaban les respondía:





«En cuanto a los detalles, los encontraréis en las ramas del limonero ... »









Extraído de:


La Grulla Cenicienta


Los más bellos cuentos zen


Henry Brunel


Fotografía del internet


EN RESUMEN DEL LIBRO (A MODO DE DESPEDIDA)


Un monje zen se disponía a hablar en la plaza mayor de un pueblo. Había redactado cuidadosamente su discurso, y se disponía a leerlo cuando una ráfaga de viento se llevó volando los papeles hasta las ramas de un limonero. Cogido desprevenido, incapaz de recuperar el hilo de su arenga, dijo:

-Amigos míos, he aquí, en resumen, lo que quería exponeros: cuando tengo hambre, como, y cuando estoy fatigado, duermo.

-Pero ¿acaso no todo el mundo hace lo mismo, maestro? -pregunta alguien de la multitud.

-¡No! ¡No de la misma manera!

-¿Por qué, maestro?

-Cuando la gente come, piensa en mil cosas, cuando se duerme, piensa en sus problemas. ¡Por eso no hace como yo!

Entonces el monje descendió y se mezcló con ellos, recogió las limosnas y a los que le preguntaban les respondía:

«En cuanto a los detalles, los encontraréis en las ramas del limonero ... »


Extraído de:
La Grulla Cenicienta
Los más bellos cuentos zen
Henry Brunel
Fotografía del internet

martes, 24 de octubre de 2017

EL TAMBOR MÁGICO







¿Mis poderes sobrenaturales, mis poderes maravillosos? 


Son sacar agua y traer leña. 


P'ang Yun (740-811) 





Érase una vez un muchacho llamado Gengoró. Era un desharrapado, un golfo, un vagabundo, que arrastraba por los caminos sus harapos y no tenía padre, ni madre, ni casa. Una mañana de verano se despertó a la orilla de un río y descubrió entre la espesura un pequeño tambor mágico, abandonado por algún dios de las aguas. Muy contento con esa ganga, lo cogió, lo ató a su cinturón y quiso verificar inmediatamente sus poderes: 





-¡Nariz, crece, crece! -dijo, tocando el tambor, y su nariz creció y creció, y cuanto más tocaba el tambor más se alargaba su nariz. Su apéndice pronto cruzó el río y, con gran regocijo por su parte, salió por encima de la copa de los árboles, al otro lado del agua. 





-¡Nariz, encógete, encógete!-dijo entonces tocando el tambor, y su nariz volvió a su medida normal. 





Era un juego muy distraído, y Gengoró, que era un bromista, lo habría prolongado un buen rato. Pero, mientras caminaba, reflexionaba. Utilizado con tino, ese tam bor mágico podía procurarle gloria y fortuna. En aquel momento pasaba por delante de la residencia de un gran señor que tenía, decían, una hija bella como el sol, en edad de casarse. Gengoro, con su tambor mágico sujeto al cinto, merodeó por los alrededores. Finalmente descubrió un agujero en un seto, se metió en él y, después de atravesar varios patios, se encontró en el gineceo. Allí, una muchacha bellísima, como sólo existen en sueños, estaba sentada al borde de un estanque y contemplaba en el agua una flor de loto. Gengoró se acercó y murmuró, tocando su tambor mágico: 





-Nariz de muchacha, encógete, encógete ... 





La nariz de la joven disminuyó y disminuyó hasta que al fin desapareció. Cuando el gran señor vio a su hija lanzó un grito de espanto. No tenía nariz, su rostro era plano como una torta. 





¡Ay! -dijo el desgraciado padre-¿Cómo vamos a casar a nuestra hija ahora, quién querrá a un monstruo? Es absolutamente necesario encontrarle un médico que le devuelva su nariz y su desaparecida belleza . 





***





Entonces desfilaron por la noble mansión los médicos más célebres de todo el país, pero también los curanderos, los magos e incluso los charlatanes. No se rechazaba a nadie, pues se esperaba ansiosamente un milagro. 





En ese momento fue cuando Gengoró se presentó. Los sirvientes estuvieron a punto de echarle, tan pobre era su aspecto, pero obedecieron las consignas y fue introducido a su vez en la habitación de la muchacha, que se ocultaba detrás de un biombo. Gengoró se instaló y dijo en voz alta mientras tocaba discretamente su tambor mágico: 





-¡Nariz de muchacha, crece, crece! 





¡Oh milagro, a medida que hablaba y tocaba el tambor, la nariz aparecía, se destacaba, recobraba su dimensión habitual! El gran señor, loco de alegría, colmó a Gengoró de regalos. Dieron un magnífico banquete en su honor. Recibió un vestido nuevo, una indumentaria completa, un palanquín y varios sirvientes. Incluso le ofrecieron una casa y las tierras colindantes. Gengoró llevó durante un tiempo una existencia llena de placeres, y, si hubiera querido, habría hecho fortuna. Pero pronto se aburrió. Una mañana, tras darle las gracias al gran señor por sus favores, volvió a la carretera, pues prefería, a la riqueza y los honores, la pobreza y su insolente libertad.





***





-¡Maestro, mostradme la Vía de la liberación!





-¿Quién te ha encadenado? -pregunta el maestro-


¡Dime su nombre!





-Nadie-dice el discípulo.





-¿Entonces por qué pides la liberación?









Extraído de:


La Grulla Cenicienta


Los más bellos cuentos zen


Henry Brunel


Fotografía del internet


EL TAMBOR MÁGICO


¿Mis poderes sobrenaturales, mis poderes maravillosos? 
Son sacar agua y traer leña. 
P'ang Yun (740-811) 

Érase una vez un muchacho llamado Gengoró. Era un desharrapado, un golfo, un vagabundo, que arrastraba por los caminos sus harapos y no tenía padre, ni madre, ni casa. Una mañana de verano se despertó a la orilla de un río y descubrió entre la espesura un pequeño tambor mágico, abandonado por algún dios de las aguas. Muy contento con esa ganga, lo cogió, lo ató a su cinturón y quiso verificar inmediatamente sus poderes: 

-¡Nariz, crece, crece! -dijo, tocando el tambor, y su nariz creció y creció, y cuanto más tocaba el tambor más se alargaba su nariz. Su apéndice pronto cruzó el río y, con gran regocijo por su parte, salió por encima de la copa de los árboles, al otro lado del agua. 

-¡Nariz, encógete, encógete!-dijo entonces tocando el tambor, y su nariz volvió a su medida normal. 

Era un juego muy distraído, y Gengoró, que era un bromista, lo habría prolongado un buen rato. Pero, mientras caminaba, reflexionaba. Utilizado con tino, ese tam bor mágico podía procurarle gloria y fortuna. En aquel momento pasaba por delante de la residencia de un gran señor que tenía, decían, una hija bella como el sol, en edad de casarse. Gengoro, con su tambor mágico sujeto al cinto, merodeó por los alrededores. Finalmente descubrió un agujero en un seto, se metió en él y, después de atravesar varios patios, se encontró en el gineceo. Allí, una muchacha bellísima, como sólo existen en sueños, estaba sentada al borde de un estanque y contemplaba en el agua una flor de loto. Gengoró se acercó y murmuró, tocando su tambor mágico: 

-Nariz de muchacha, encógete, encógete ... 

La nariz de la joven disminuyó y disminuyó hasta que al fin desapareció. Cuando el gran señor vio a su hija lanzó un grito de espanto. No tenía nariz, su rostro era plano como una torta. 

¡Ay! -dijo el desgraciado padre-¿Cómo vamos a casar a nuestra hija ahora, quién querrá a un monstruo? Es absolutamente necesario encontrarle un médico que le devuelva su nariz y su desaparecida belleza . 

***

Entonces desfilaron por la noble mansión los médicos más célebres de todo el país, pero también los curanderos, los magos e incluso los charlatanes. No se rechazaba a nadie, pues se esperaba ansiosamente un milagro. 

En ese momento fue cuando Gengoró se presentó. Los sirvientes estuvieron a punto de echarle, tan pobre era su aspecto, pero obedecieron las consignas y fue introducido a su vez en la habitación de la muchacha, que se ocultaba detrás de un biombo. Gengoró se instaló y dijo en voz alta mientras tocaba discretamente su tambor mágico: 

-¡Nariz de muchacha, crece, crece! 

¡Oh milagro, a medida que hablaba y tocaba el tambor, la nariz aparecía, se destacaba, recobraba su dimensión habitual! El gran señor, loco de alegría, colmó a Gengoró de regalos. Dieron un magnífico banquete en su honor. Recibió un vestido nuevo, una indumentaria completa, un palanquín y varios sirvientes. Incluso le ofrecieron una casa y las tierras colindantes. Gengoró llevó durante un tiempo una existencia llena de placeres, y, si hubiera querido, habría hecho fortuna. Pero pronto se aburrió. Una mañana, tras darle las gracias al gran señor por sus favores, volvió a la carretera, pues prefería, a la riqueza y los honores, la pobreza y su insolente libertad.

***

-¡Maestro, mostradme la Vía de la liberación!

-¿Quién te ha encadenado? -pregunta el maestro-
¡Dime su nombre!

-Nadie-dice el discípulo.

-¿Entonces por qué pides la liberación?


Extraído de:
La Grulla Cenicienta
Los más bellos cuentos zen
Henry Brunel
Fotografía del internet

jueves, 28 de septiembre de 2017

CHAO-CHU







Un día en que Chao-Chu cayó en la nieve, gritó: ¡Socorro, socorro!». Un monje vino a tenderse a su lado. Entonces Chao-Chu se levantó y se fue . 





***





-¿Esto es un cuento? -pregunta el discípulo. 





-Sí -dice el maestro. 





-Pero es un cuento absurdo. El personaje central cae en la nieve y parece incapaz de levantarse. ¿Por qué? ¿Es un niño, un anciano, un lisiado, se ha sentido indispuesto, había un hoyo en el camino? Aparece un monje que, en vez de socorrerle, de tenderle la mano, se echa a su lado. Es un acto incomprensible, irrazonable, descabellado. ¿No sois de esta opinión, maestro? 





-Reflexiona -dice el maestro del Zen-, este cuento es un koan, que puede ayudarte en el camino del Despertar. 





El discípulo se pone a buscar. Pero los días pasan y si gue sin comprender nada de ese cuento. Veamos, si Chai- Chu estaba herido, ¿ cómo ha podido curarle la sola presencia de un monje a su lado? ¿Era un mago ese monje? 





Supongamos, se dice el discípulo, que Chao-Chu viera un fantasma, un dragón, que estuviera paralizado de miedo, la santa presencia del monje a su lado le hace recobrar el valor, le permite salir fuera del hoyo. Pero entonces ¿por qué no da las gracias a su salvador? ¡Se aleja, indiferente, como si el monje no existiera! El discípulo se afanó así durante varios años, dando vueltas y más vueltas al problema en su cabeza.






¿Por qué -se preguntaba- el monje no pregunta sobre la situación de la víctima tendida en la nieve? Con toda lógica, tendría que preguntarle: «¿Estás herido?». En vez de eso, se echa a su lado y no le ayuda de ninguna manera, lo cual es propiamente extravagante. ¡Y Chao-Chu se levanta, curado como por un milagro! Se diría que son dos personajes suspendidos a los dos extremos de una polea. Cuando uno se echa, el otro se levanta. Dos marionetas que representan una escena muda, indescifrable para siempre.





***





Una mañana, mientras estaba meditando sobre el koan, el discípulo tuvo una visión del Buddha Sakyamuni sentado en el trono del cielo. El dios hacía girar suavemente una flor de loto entre sus dedos. A su alrededor, prorrumpían las preguntas, y él lo miraba, a él, al discípulo, sonriendo, haciendo girar suavemente entre sus dedos la flor de loto. Entonces el discípulo atravesó la «puerta sin puerta», y comprendió el cuento, cuyo sentido se le escapaba desde hacía largos años. Conoció el Despertar21. Supo la verdad oculta en el corazón de las cosas. El koan es un muro contra el que se rompen todos los esfuerzos intelectuales. ¿Cómo explicar, por ejemplo, el sabor de lo dulce o de lo salado?





Así ocurre con la naturaleza de Buddha, del eterno Atma.








21. Despertar: fin del sueño de la ignorancia en el que está sumido el hombre corriente. 












Extraído de:


La Grulla Cenicienta


Los más bellos cuentos zen


Henry Brunel


Fotografía del internet


CHAO-CHU


Un día en que Chao-Chu cayó en la nieve, gritó: ¡Socorro, socorro!». Un monje vino a tenderse a su lado. Entonces Chao-Chu se levantó y se fue . 

***

-¿Esto es un cuento? -pregunta el discípulo. 

-Sí -dice el maestro. 

-Pero es un cuento absurdo. El personaje central cae en la nieve y parece incapaz de levantarse. ¿Por qué? ¿Es un niño, un anciano, un lisiado, se ha sentido indispuesto, había un hoyo en el camino? Aparece un monje que, en vez de socorrerle, de tenderle la mano, se echa a su lado. Es un acto incomprensible, irrazonable, descabellado. ¿No sois de esta opinión, maestro? 

-Reflexiona -dice el maestro del Zen-, este cuento es un koan, que puede ayudarte en el camino del Despertar. 

El discípulo se pone a buscar. Pero los días pasan y si gue sin comprender nada de ese cuento. Veamos, si Chai- Chu estaba herido, ¿ cómo ha podido curarle la sola presencia de un monje a su lado? ¿Era un mago ese monje? 

Supongamos, se dice el discípulo, que Chao-Chu viera un fantasma, un dragón, que estuviera paralizado de miedo, la santa presencia del monje a su lado le hace recobrar el valor, le permite salir fuera del hoyo. Pero entonces ¿por qué no da las gracias a su salvador? ¡Se aleja, indiferente, como si el monje no existiera! El discípulo se afanó así durante varios años, dando vueltas y más vueltas al problema en su cabeza.

¿Por qué -se preguntaba- el monje no pregunta sobre la situación de la víctima tendida en la nieve? Con toda lógica, tendría que preguntarle: «¿Estás herido?». En vez de eso, se echa a su lado y no le ayuda de ninguna manera, lo cual es propiamente extravagante. ¡Y Chao-Chu se levanta, curado como por un milagro! Se diría que son dos personajes suspendidos a los dos extremos de una polea. Cuando uno se echa, el otro se levanta. Dos marionetas que representan una escena muda, indescifrable para siempre.

***

Una mañana, mientras estaba meditando sobre el koan, el discípulo tuvo una visión del Buddha Sakyamuni sentado en el trono del cielo. El dios hacía girar suavemente una flor de loto entre sus dedos. A su alrededor, prorrumpían las preguntas, y él lo miraba, a él, al discípulo, sonriendo, haciendo girar suavemente entre sus dedos la flor de loto. Entonces el discípulo atravesó la «puerta sin puerta», y comprendió el cuento, cuyo sentido se le escapaba desde hacía largos años. Conoció el Despertar21. Supo la verdad oculta en el corazón de las cosas. El koan es un muro contra el que se rompen todos los esfuerzos intelectuales. ¿Cómo explicar, por ejemplo, el sabor de lo dulce o de lo salado?

Así ocurre con la naturaleza de Buddha, del eterno Atma.


21. Despertar: fin del sueño de la ignorancia en el que está sumido el hombre corriente. 



Extraído de:
La Grulla Cenicienta
Los más bellos cuentos zen
Henry Brunel
Fotografía del internet

lunes, 4 de septiembre de 2017

EL SEÑOR HAN







El honorable señor Han, mandarín de alto rango, gozaba de un retiro amable en su finca campestre. No detestaba la sociedad, y recibía a menudo al señor Siu, un vecino de trato agradable. Aquel día, mientras conversaban los dos bajo la fresca sombra, tomando el té y comiendo pasteles de arroz, les llegó desde las cocinas el ruido de un altercado. El señor Han se informó. ¡Un monje mendicante quería ser recibido por el dueño de la casa en persona! 





-Insiste con descaro ... -explicó el intendente. 





-¡Dejadle venir! -dijo el señor Han. 





El monje zen, vestido con ropas gastadas y agujereadas, no tenía buena apariencia. El señor Han le interrogó con bondad: 





-Llegué hace poco a vuestra pequeña aldea -dijo el miserable clérigo-. Me he instalado en el templo en ruinas, al este del pueblo. ¡Me han hablado de vuestra generosidad, y por esto he venido! 





Mientras hablaba, el monje andrajoso se servía abundantemente de los alimentos dispuestos en la mesa. Apreciaba los pasteles de arroz, tanto los salados como los dulces. Picoteaba a su gusto en los tazones de porcelana y comía aquí semillas de calabaza, y allí de girasol. No desdeñaba los panecillos de carne, y se comió tres, perfumados con semillas de sésamo y de loto. Entre dos bocados cogía almendras y frutos secos y, para digerirlo todo, bebía numerosas tazas de té. Una veintena, contabilizó el señor Siu, al que la desvergüenza del personaje escandalizaba. 





El monje adquirió la costumbre de acudir regularmente a la casa del señor Han. Llegaba habitualmente a la hora de la merienda. Se invitaba a la mesa, se servía copiosamente y bebía hasta saciarse. El señor Han le miraba actuar con una sonrisa indulgente. El señor Siu lo soportaba cada vez menos. Una tarde, cuando el monje se tragó su duodécima taza de té y mordía sin manías un suculento pastel de arroz, el señor Siu le interpeló con una pizca de ironía: 





-Santo varón, a mi amigo el señor Han y a mí mismo nos halaga vuestra constancia en compartir nuestras humildes comidas, ¿quizá aceptaréis recibirnos en vuestra casa? 





El monje respondió con calma: 





-Venid cuando queráis, pero, ya lo sabéis, vivo en unas ruinas y me costaría mucho ofreceros otra cosa que tazas de agua clara. 





Y se rió a carcajadas. 





*****





Cuando llegaron ante las antiguas ruinas del templo, en las que el monje había establecido su residencia, el señor Han y el señor Siu se quedaron boquiabiertos. Se habían realizado obras importantes. El edificio central estaba completamente restaurado. Penetraron en una sala magnífica, en la que les esperaba una mesa inmensa cubierta con un mantel bordado. Ante sus ojos maravillados se desplegaba una profusión de platos. Se sentaron en unas camas. 





Dieciséis muchachos jóvenes y hermosos, vestidos con trajes de gala y calzados con sandalias rojas, les servían con diligencia, atentos a sus menores deseos. Les ofrecieron, en platos de cristal y de jade, frutos desconocidos y deliciosos. Su propio anfitrión, vestido de brocado y oro, les servía en unas copas de un pie de ancho un vino perfumado digno de los inmortales. 





De pronto el monje dio unas palmadas: 





-¡Que hagan venir a las hermanas Cheh! -exclamó. 





Un sirviente se apresuró y volvió muy pronto acompañado de unas muchachas encantadoras; sus flexibles cinturas se doblaban como sauces. La mayor tocaba la flauta y la más joven cantaba con una voz delicada y cristalina. Después se pusieron a danzar. Sus largos vestidos flotaban sobre el suelo y las envolvía una nube de perfume embriagador. El señor Han y el señor Siu sintieron que «su corazón se ensanchaba y su alma alzaba el vuelo». En aquel momento el monje invitó a la danzarina más joven a que se le uniera en su lecho, mientras que la mayor, inclinada sobre ellos, les abanicaba suavemente. El señor Han y el señor Siu, ligeramente ebrios, aturdidos por el vino maravilloso que habían bebido, contemplaban ese espectáculo con estupor. El señor Siu fue el primero en reaccionar: 





-¡Este monje es decididamente un personaje impúdico y desvergonzado! 





Y se levantó vacilante, pero cuando se acercó el monje había desaparecido: 





-¡Señor Han!-llamó- ¡Venid! Estas jóvenes están a punto ... 





Y el señor Siu se tendió con la más joven sobre el lecho que el monje acababa de abandonar. El señor Han a su vez tomó en sus brazos a la mayor, cuya cintura se doblaba como el sauce, y se tendió a su lado. Entonces el cielo se iluminó. El sueño de la embriaguez se disipó. El señor Han y el señor Siu estrechaban entre sus brazos unas frías losas de piedra. Estaban acostados en medio de ruinas, de edificios abandonados y de habitaciones derruidas.





Así lo han contado.





*****





Todo en este mundo es ilusión. Todo en este mundo es efímero. El niño desaparece, el adolescente se desvanece, y ¿qué queda del adulto cuando llega la vejez?





Todo cambia, todo huye. Pero tú, quienquiera que seas, no eres solamente ese pequeño montón de secretos, de miedos, de deseos y de gritos que tú llamas «yo», tú eres la Realidad inmortal, «TAT TVAM ASI», «Tú ERES ESO» que no muere, tú eres el Absoluto, tú eres el Infinito.





Todo cambia, todo huye, todo muere, sólo permanece el eterno Atma.









Extraído de:


La Grulla Cenicienta


Los más bellos cuentos zen


Henry Brunel


Fotografía del internet


EL SEÑOR HAN


El honorable señor Han, mandarín de alto rango, gozaba de un retiro amable en su finca campestre. No detestaba la sociedad, y recibía a menudo al señor Siu, un vecino de trato agradable. Aquel día, mientras conversaban los dos bajo la fresca sombra, tomando el té y comiendo pasteles de arroz, les llegó desde las cocinas el ruido de un altercado. El señor Han se informó. ¡Un monje mendicante quería ser recibido por el dueño de la casa en persona! 

-Insiste con descaro ... -explicó el intendente. 

-¡Dejadle venir! -dijo el señor Han. 

El monje zen, vestido con ropas gastadas y agujereadas, no tenía buena apariencia. El señor Han le interrogó con bondad: 

-Llegué hace poco a vuestra pequeña aldea -dijo el miserable clérigo-. Me he instalado en el templo en ruinas, al este del pueblo. ¡Me han hablado de vuestra generosidad, y por esto he venido! 

Mientras hablaba, el monje andrajoso se servía abundantemente de los alimentos dispuestos en la mesa. Apreciaba los pasteles de arroz, tanto los salados como los dulces. Picoteaba a su gusto en los tazones de porcelana y comía aquí semillas de calabaza, y allí de girasol. No desdeñaba los panecillos de carne, y se comió tres, perfumados con semillas de sésamo y de loto. Entre dos bocados cogía almendras y frutos secos y, para digerirlo todo, bebía numerosas tazas de té. Una veintena, contabilizó el señor Siu, al que la desvergüenza del personaje escandalizaba. 

El monje adquirió la costumbre de acudir regularmente a la casa del señor Han. Llegaba habitualmente a la hora de la merienda. Se invitaba a la mesa, se servía copiosamente y bebía hasta saciarse. El señor Han le miraba actuar con una sonrisa indulgente. El señor Siu lo soportaba cada vez menos. Una tarde, cuando el monje se tragó su duodécima taza de té y mordía sin manías un suculento pastel de arroz, el señor Siu le interpeló con una pizca de ironía: 

-Santo varón, a mi amigo el señor Han y a mí mismo nos halaga vuestra constancia en compartir nuestras humildes comidas, ¿quizá aceptaréis recibirnos en vuestra casa? 

El monje respondió con calma: 

-Venid cuando queráis, pero, ya lo sabéis, vivo en unas ruinas y me costaría mucho ofreceros otra cosa que tazas de agua clara. 

Y se rió a carcajadas. 

*****

Cuando llegaron ante las antiguas ruinas del templo, en las que el monje había establecido su residencia, el señor Han y el señor Siu se quedaron boquiabiertos. Se habían realizado obras importantes. El edificio central estaba completamente restaurado. Penetraron en una sala magnífica, en la que les esperaba una mesa inmensa cubierta con un mantel bordado. Ante sus ojos maravillados se desplegaba una profusión de platos. Se sentaron en unas camas. 

Dieciséis muchachos jóvenes y hermosos, vestidos con trajes de gala y calzados con sandalias rojas, les servían con diligencia, atentos a sus menores deseos. Les ofrecieron, en platos de cristal y de jade, frutos desconocidos y deliciosos. Su propio anfitrión, vestido de brocado y oro, les servía en unas copas de un pie de ancho un vino perfumado digno de los inmortales. 

De pronto el monje dio unas palmadas: 

-¡Que hagan venir a las hermanas Cheh! -exclamó. 

Un sirviente se apresuró y volvió muy pronto acompañado de unas muchachas encantadoras; sus flexibles cinturas se doblaban como sauces. La mayor tocaba la flauta y la más joven cantaba con una voz delicada y cristalina. Después se pusieron a danzar. Sus largos vestidos flotaban sobre el suelo y las envolvía una nube de perfume embriagador. El señor Han y el señor Siu sintieron que «su corazón se ensanchaba y su alma alzaba el vuelo». En aquel momento el monje invitó a la danzarina más joven a que se le uniera en su lecho, mientras que la mayor, inclinada sobre ellos, les abanicaba suavemente. El señor Han y el señor Siu, ligeramente ebrios, aturdidos por el vino maravilloso que habían bebido, contemplaban ese espectáculo con estupor. El señor Siu fue el primero en reaccionar: 

-¡Este monje es decididamente un personaje impúdico y desvergonzado! 

Y se levantó vacilante, pero cuando se acercó el monje había desaparecido: 

-¡Señor Han!-llamó- ¡Venid! Estas jóvenes están a punto ... 

Y el señor Siu se tendió con la más joven sobre el lecho que el monje acababa de abandonar. El señor Han a su vez tomó en sus brazos a la mayor, cuya cintura se doblaba como el sauce, y se tendió a su lado. Entonces el cielo se iluminó. El sueño de la embriaguez se disipó. El señor Han y el señor Siu estrechaban entre sus brazos unas frías losas de piedra. Estaban acostados en medio de ruinas, de edificios abandonados y de habitaciones derruidas.

Así lo han contado.

*****

Todo en este mundo es ilusión. Todo en este mundo es efímero. El niño desaparece, el adolescente se desvanece, y ¿qué queda del adulto cuando llega la vejez?

Todo cambia, todo huye. Pero tú, quienquiera que seas, no eres solamente ese pequeño montón de secretos, de miedos, de deseos y de gritos que tú llamas «yo», tú eres la Realidad inmortal, «TAT TVAM ASI», «Tú ERES ESO» que no muere, tú eres el Absoluto, tú eres el Infinito.

Todo cambia, todo huye, todo muere, sólo permanece el eterno Atma.


Extraído de:
La Grulla Cenicienta
Los más bellos cuentos zen
Henry Brunel
Fotografía del internet

domingo, 13 de agosto de 2017

LA LEYENDA DEL CUCLILLO







El gallo francés cacarea en francés: «[Cocorico!», el gallo alemán, en alemán: «¡Kire-kiki!», y el gallo inglés, como es debido, en inglés: «¡Cook-e-doodle-do!». Los gallos hablan la lengua de sus países respectivos, ¿o quizá son los humanos quienes interpretan a su manera el grito inocente de las gallináceas? La cuestión hace sonreír, pero hay un canto que uno no puede, ciertamente, modular a su gusto: ¡el del cuclillo! En efecto, ¿cómo transformar esa música binaria, repetitiva, de una claridad tan evidente: «cucú ... cucú.,»? El que ha oído una vez la voz bien timbrada del volatinero de la primavera sabe muy bien que el cuclillo hace «cucú» y nada más. Sin embargo, en el país del Sol Naciente se afirma que el cuclillo no dice «cucú ... cucú ... », sino «kakkó ... kakkó ... » Añaden, incluso, que para ello tiene una razón excelente. 





Hace muchísimo tiempo, papá cuclillo pidió un día a su hija que le rascara la espalda, cosa que él no podía hacer a pesar de sus intentos vanos y desesperados de retorcer el pico. La señorita atravesaba las tormentas de la adolescencia. Se negó a hacerlo, con el pretexto de que a papá no le gustaba cierto cuclillo juvenil que exhibía una vestimenta pardorojiza de muy mal efecto y que le hacía parecer un cernícalo hembra.





-¡Grotesco! -fulminaba papá- ¡ Un cuclillo gris se viste de gris!





-¡Tú no sabes nada, es la última moda! -replicaba su hija.





En una palabra, cualquiera que fuera el motivo, la señorita cuclillo se negó a hacer ese favor a su padre. Éste, al que la espalda le picaba furiosamente, fue a frotarse contra una piedra puntiaguda. Se hizo una herida. La herida se infectó. Y se murió. Una historia lamentable ... La joven cuclillo sintió tal dolor que desde entonces repite «¡Kakkó kakkó ... !», que en japonés significa: «¡Rascaré ... , rascaré !» Sí, rascaré la espalda de mi papá.





Por desgracia, es demasiado tarde.





El remordimiento es una herida abierta. Tiene efectos deletéreos sobre los demás y sobre uno mismo. Conviene -dice el sabio- asumir los propios errores, ofrecer reparación y olvidarse de ello.





Deletéreo procede de un vocablo griego que puede traducirse como “destructor”. El término hace referencia a aquello venenoso o mortífero. 







Las flores en primavera, la luna en otoño, la brisa fresca en verano, la nieve en invierno. Libera a tu alma de todo pensamiento vano. Cada estación será para ti un encanto.





Mumon (1183-1260), maestro zen y poeta chino.







Extraído de:


La Grulla Cenicienta


Los más bellos cuentos zen


Henry Brunel


Fotografía del internet


LA LEYENDA DEL CUCLILLO


El gallo francés cacarea en francés: «[Cocorico!», el gallo alemán, en alemán: «¡Kire-kiki!», y el gallo inglés, como es debido, en inglés: «¡Cook-e-doodle-do!». Los gallos hablan la lengua de sus países respectivos, ¿o quizá son los humanos quienes interpretan a su manera el grito inocente de las gallináceas? La cuestión hace sonreír, pero hay un canto que uno no puede, ciertamente, modular a su gusto: ¡el del cuclillo! En efecto, ¿cómo transformar esa música binaria, repetitiva, de una claridad tan evidente: «cucú ... cucú.,»? El que ha oído una vez la voz bien timbrada del volatinero de la primavera sabe muy bien que el cuclillo hace «cucú» y nada más. Sin embargo, en el país del Sol Naciente se afirma que el cuclillo no dice «cucú ... cucú ... », sino «kakkó ... kakkó ... » Añaden, incluso, que para ello tiene una razón excelente. 

Hace muchísimo tiempo, papá cuclillo pidió un día a su hija que le rascara la espalda, cosa que él no podía hacer a pesar de sus intentos vanos y desesperados de retorcer el pico. La señorita atravesaba las tormentas de la adolescencia. Se negó a hacerlo, con el pretexto de que a papá no le gustaba cierto cuclillo juvenil que exhibía una vestimenta pardorojiza de muy mal efecto y que le hacía parecer un cernícalo hembra.

-¡Grotesco! -fulminaba papá- ¡ Un cuclillo gris se viste de gris!

-¡Tú no sabes nada, es la última moda! -replicaba su hija.

En una palabra, cualquiera que fuera el motivo, la señorita cuclillo se negó a hacer ese favor a su padre. Éste, al que la espalda le picaba furiosamente, fue a frotarse contra una piedra puntiaguda. Se hizo una herida. La herida se infectó. Y se murió. Una historia lamentable ... La joven cuclillo sintió tal dolor que desde entonces repite «¡Kakkó kakkó ... !», que en japonés significa: «¡Rascaré ... , rascaré !» Sí, rascaré la espalda de mi papá.

Por desgracia, es demasiado tarde.

El remordimiento es una herida abierta. Tiene efectos deletéreos sobre los demás y sobre uno mismo. Conviene -dice el sabio- asumir los propios errores, ofrecer reparación y olvidarse de ello.

Deletéreo procede de un vocablo griego que puede traducirse como “destructor”. El término hace referencia a aquello venenoso o mortífero. 

Las flores en primavera, la luna en otoño, la brisa fresca en verano, la nieve en invierno. Libera a tu alma de todo pensamiento vano. Cada estación será para ti un encanto.

Mumon (1183-1260), maestro zen y poeta chino.


Extraído de:
La Grulla Cenicienta
Los más bellos cuentos zen
Henry Brunel
Fotografía del internet

viernes, 30 de junio de 2017

ANSHI







Érase una vez ... una suegra atroz, como sólo existen en los cuentos, injusta, áspera, cruel. Había acogido de mala gana a la esposa principal que su hijo había elegido. Anshi, sin embargo, era bella, demasiado quizá para el gusto de la madrastra. Hija de un señor de la corte que había tenido la mala suerte de disgustar al emperador y había caído en desgracia, la noble muchacha había tenido que casarse con un funcionario menesteroso. Conservaba muchos rasgos de su pasado esplendor: su larga cabellera, sus maneras delicadas, la gracia de su silueta, el nácar de sus mejillas, la elegancia de su porte. Pero a la odiosa suegra todo esto la traía sin cuidado y abrumaba a su nuera con tareas domésticas: cocinar, lavar, barrer... La infeliz trabajaba sin descanso a lo largo de todo el día, y como premio no recibía más que palabras hirientes: 





-Aquí no estás en la corte -vociferaba la arpía-. 





¡Has tenido mucha suerte de casarte con mi hijo, inútil, pretenciosa, desvergonzada! 





Anshi se callaba. En la época Heian20, el código japonés, en el capítulo «De los hogares», indicaba los diferentes motivos que justificaban el repudio de una esposa, es decir, su deshonor, su muerte social. Los dos primeros: la esterilidad y el adulterio; el tercero, que es el que nos interesa aquí: «La falta de piedad filial respecto a los suegros». 





Esta cláusula dejaba de hecho a la joven recién casada a la merced de su familia política, y de su suegra en particular. Señalemos, a título de información, otros tres motivos de repudio, que dan que pensar: 





Los celos. Recordemos que el marido, además de la esposa principal, tenía, según su fortuna y su categoría, varias esposas secundarias y concubinas a discreción, lo que no excluía las visitas regulares a las cortesanas. ¿Por qué su mujer debería estar celosa, en efecto? 





La charla (desmesurada). Es bien sabido que un hombre habla, explica, discurre ... , y que una mujer charla, parlotea, cotillea ... 





Y por último la enfermedad. ¿ Para qué puede servir una mujer enferma? Es mejor deshacerse de ella. 





Un día, mientras la bella y desgraciada Anshi cocía el arroz de la comida familiar, su suegra se encolerizó contra ella sin ninguna razón válida. La nuera pareció no hacer caso de sus crueles palabras, pero de pronto retiró del fuego un trozo de madera encendida y lo lanzó violentamente por la ventana; cayó por casualidad sobre un cordero que pasaba y le encendió la lana. El cordero, enloquecido, se puso a correr en línea recta y se arrojó sobre un pajar, que se incendió. Como aquel día hacía mucho viento, el fuego se propagó a los establos y las cuadras. Bueyes y caballos salvajes se escaparon, y en su estampida destruyeron la casa de un vecino. Éste, un hombre vengativo, se peleó con el propietario de los caballos, y así, poco a poco, de pueblo en pueblo y de provincia en provincia, la guerra se extendió como un reguero de pólvora y devastó todo el país. Esto es lo que puede engendrar la maldad de una suegra. 





Así lo cuentan de las cosas del pasado.





El Karma: la ley búdica de los efectos y las causas. El karma es el conjunto de nuestros actos físicos o mentales y el fruto que producen.





«El roce de un ala de mariposa cambia el curso de las estrellas».


Sentencia zen.












Extraído de:


La Grulla Cenicienta


Los más bellos cuentos zen


Henry Brunel


Fotografía del internet