El Buda enseñó que la existencia humana tiene tres características principales: la impermanencia, la ayoidad y el sufrimiento o la insatisfacción.
LA AYOIDAD
La segunda marca de la existencia es la ayoidad. Como seres humanos somos impermanentes como todo lo demás. Cada célula de nuestro cuerpo está cambiando continuamente. Los pensamientos y las emociones surgen y desaparecen sin cesar.
Cuando pensamos que somos incompetentes o que no tenemos remedio, ¿en qué nos estamos basando? ¿En este fugaz momento? ¿En el éxito o el fracaso de ayer? Nos aferramos a una idea fija de lo que somos y ésta nos paraliza. No hay nada ni nadie que sea fijo. Que la realidad del cambio nos dé libertad o nos produzca una horrible ansiedad no tiene importancia. Lo importante es preguntarnos: ¿los días de mi vida me producen más sufrimiento o aumentan mi capacidad para gozar?
A veces la ayoidad se denomina sin sí-mismo. Estas palabras pueden dar pie a una confusión. El Buda no estaba insinuando que desaparezcamos o que podamos eliminar nuestra personalidad. En una ocasión un estudiante preguntó: «La experiencia de la ayoidad ¿no podría hacer que la vida se volviera gris?». No es así.
Lo que el Buda señaló es que la idea fija que albergamos de nosotros mismos como entidades sólidas y separadas de los demás es dolorosamente limitadora. Es posible avanzar por el drama de nuestra vida sin creer con tanta seriedad en el personaje que representamos. Tomarnos tan en serio, pensar que somos tan absurdamente importantes, supone un problema para nosotros. Creemos que tenemos razón de estar molestos por todo. Que estamos en lo cierto al menospreciarnos o creer que somos más inteligentes que los demás. La importancia que nos otorgamos nos lastima, nos limita al estrecho mundo de lo que nos gusta y nos disgusta. Acabamos muertos de aburrimiento con nosotros mismos y con el mundo, sin poder estar nunca satisfechos.
Tenemos dos alternativas: o nos cuestionamos nuestras creencias o no nos las cuestionamos. O bien aceptamos las versiones fijas que nos hemos hecho de la realidad, o bien empezamos a cuestionárnoslas. Según la opinión del Buda, aprender a mantenernos abiertos y curiosos, aprender a eliminar nuestras suposiciones y creencias, es el mejor uso que podemos dar a nuestra vida humana.
Cuando aprendemos a despertar la bodichita, estamos alimentando la flexibilidad de nuestra mente. En el lenguaje sencillo, el sin sí-mismo es una identidad flexible. Se manifiesta como curiosidad, adaptabilidad, sentido del humor y alegría. Constituye nuestra capacidad para relajarnos sin saberlo todo ni averiguarlo todo, sin estar seguros de lo que somos ni tampoco de lo que cualquier otra persona es.
Hay una historia de un padre que se enteró de que su único hijo había muerto en un combate. Desconsolado, se encerró en su casa durante tres semanas y no quiso recibir ningún tipo de apoyo o consuelo. A la cuarta semana su hijo volvió a casa. Al ver que no había muerto, los aldeanos se echaron a llorar. Llenos de alegría acompañaron al joven hasta el hogar de su padre y llamaron a la puerta. «Padre», dijo el hijo, «he vuelto». Pero el anciano no quiso contestar. «Tu hijo está aquí, no ha muerto en la guerra», le dijeron los aldeanos. Pero el anciano no abrió la puerta.
«¡Marchaos y dejadme llorarle en paz!», gritó. «Sé que mi hijo se ha ido para siempre y no lograréis engañarme con vuestras mentiras.»
A nosotros nos ocurre lo mismo. Estamos tan seguros de lo que somos y de lo que los demás son, que esta idea nos ciega. Si otra versión de la realidad viniera a llamar a nuestra puerta, nuestras ideas fijas nos impedirían aceptarla.
¿Cómo vamos a usar esta breve vida? ¿Vamos a reforzar nuestra perfeccionada habilidad de luchar contra la incertidumbre o vamos a aprender a dejar de apegarnos? ¿Vamos a aferrarnos tercamente a «Yo soy de esta forma y tú de aquella otra»? ¿O vamos a ir más allá de nuestra estrecha mentalidad? ¿Podemos empezar a aprender a ser un guerrero que aspira a conectar de nuevo con la flexibilidad natural de su ser y a ayudar a los demás a hacer lo mismo? Si empezamos a avanzar en esa dirección, se empezarán a abrir ante nosotros infinitas posibilidades.
La enseñanza de la ayoidad nos señala nuestra naturaleza dinámica y cambiante.
Este cuerpo nunca se ha sentido exactamente como se está sintiendo ahora. Esta mente está pensando algo que, por repetido que parezca, nunca había pensado antes.
Puedo decir: «¿No es eso maravilloso?». Pero normalmente no lo experimentamos así, sino que nos pone nerviosos y corremos a aferrarnos a algo. El Buda fue lo bastante generoso como para mostrarnos una alternativa. No estamos atrapados en la identidad del éxito o del fracaso, ni en cualquier otra, ya sea en la imagen que los demás tienen de nosotros o en la que nosotros mismos tenemos. Cada momento es único, desconocido y totalmente fresco. En el entrenamiento de un guerrero, la ayoidad es causa de alegría y no de miedo.
Extracto del libro:
Los lugares que te asustan:
El arte de convertir el miedo en fortaleza
Pema Chödrön
Fotografía de Internet