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domingo, 1 de enero de 2023

EL PORQUÉ DE LAS COSAS



Cuando sólo hago uso de mi propia mentalidad, no encuentro en ella rastro de certeza.

La gran zanahoria de los seres humanos, perseguida hasta la saciedad, es el intento frustrado de encontrarle un sentido a las cosas. Lo llamamos el porqué. Por qué me has dejado. Por qué has hecho esto. Por qué llueve hoy. Por qué he enfermado. ¿Sabes cuanta energía usamos en un solo día para intentar comprender lo que sucede?

Cuando sentimos tristeza, ésta no tiene un significado propio hasta que nosotros se lo damos. Al hacerlo, la situación que creíamos ser la causa de nuestra tristeza pasa también a tener un sentido triste. De esta manera encajan y parecen tener lógica y coherencia. Es entonces cuando creo haber comprendido por qué siento tristeza y por qué me ha ocurrido tal situación. Sin embargo, sigo buscando el sentido a todo ello, porque en el fondo sé que sigo sin comprender.

Todo responde a un orden mayor que se nos escapa al mirarlo desde nuestra pequeña perspectiva. Nuestro yo es demasiado joven y limitado en experiencia como para poder concebir lo eterno, lo infinito y sus mecanismos de manifestación dentro de nuestra solitaria percepción de la realidad de la existencia. No podemos comprender del todo ningún acontecimiento de nuestra propia vida si lo interpretamos desde un punto de vista personal, desde el que no somos conscientes de lo eterno e infinito de nuestro ser.

Entretenerse en tratar de comprender lo incomprensible es una pérdida de tiempo para aquellos que lo que quieren con todo su corazón es cruzar el velo de la ignorancia. Sin embargo, parece gustarnos esa manera de vivir la vida. En lugar de vivirla en paz y así comprender qué es la vida, le exigimos una comprensión previa para poder vivirla en paz. La paz nos lleva a la comprensión; sin embargo, preferimos que la incomprensión nos lleve a la comprensión preguntándole a ella el porqué de las cosas.

¿Puedes imaginarte tu estado mental si en lugar de negarte a vivir lo que no comprendes te abrieras a vivirlo? Podemos referirnos aquí a la muerte de un ser querido, a la que nos aferramos con la intención de terminar comprendiendo algún día el porqué de su muerte. Muchas personas soportan este dolor a la espera de comprender el porqué, en lugar de vivirlo y comprenderlo finalmente a través de su vivencia. Es la vida la que nos lleva a la comprensión y no la incertidumbre, ni el miedo, ni el sufrimiento, ni las creencias religiosas o espirituales.

Sólo podemos comprender que la muerte no existe cuando nuestra mente está en paz. Desde la paz podemos, entonces, mirar esa situación desde nuestro corazón, lugar en el que nunca nada empieza ni termina, en el que todo vive unido a todo sin pérdidas ni logros, sólo presencia, sólo xistencia, sólo paz. Nos acercamos a esa claridad cuando nos abrimos a dar la bienvenida a todo lo que ocurre, sin «peros» que valga la pena objetar ni «porqués» que valga la pena cuestionar.

La gran mayoría de las veces, este intento de descubrir un sentido aceptable de la vida lo usamos para esconder nuestro miedo a la ignorancia que tanto nos atemoriza. Lo que sucede a nuestro alrededor no tiene sentido tratar de comprenderlo mientras lo percibamos como algo ajeno a nosotros. Todo ocurre como emanación de nuestro ser o como proyección de nuestros miedos, y en ambos casos si uno no usa esas situaciones para conocerse a sí mismo, se autocondena a vivir en el limbo mental de preguntarle al pasado: «Pasado, ¿por qué has sucedido así?»



Extracto del libro:
¿Me acompañas?
Sergi Torres
Fotografía de Internet

sábado, 26 de noviembre de 2022

HOMO UNIVERSUS


Cuando me asomo a la consciencia universal de la mente, curiosamente, lo primero que reconozco es la ignorancia de mi mente humana.

Hoy en día aún miramos el universo como algo ajeno a nosotros, como si fuera un lugar que nos rodea, sin ser conscientes de nuestro verdadero lugar en él. Universo etimológicamente proviene de la palabra universus, que significa el punto donde todo se une y gira; sin división.

Hasta el día de hoy no hemos hecho más que aproximarnos al universo desde un paradigma contrario a su significado original. Lo investigamos a través de artefactos, telescopios, cohetes o bases espaciales como si éste no tuviera nada que ver con nosotros. El universo, visto como algo ajeno a nosotros, nos queda muy en la sombra de nuestro entendimiento.

No conozco a muchas personas que se hayan percatado de que cada instante de sus vidas transcurre dentro de esta vastedad inexplorada. Curiosamente tan vasta y tan inexplorada como lo es nuestra propia consciencia. ¿Serán la misma cosa?

De pequeño, recuerdo que jugaba con la pregunta «¿Qué he sido antes de ser Sergi?», porque la respuesta a la pregunta me fascinaba. Me fascinaba no por el qué había sido, sino porque la respuesta no llegaba en forma de conceptos o imágenes a mi mente, sino en forma de experiencia. Era muy consciente de que esa respuesta era dada. Después de hacerme la pregunta, todo lo que percibía enfrente de mí desaparecía. Era como si la realidad física sucumbiese al autocuestionamiento y se desvaneciera como si fuera niebla, dando lugar a otra realidad. Detrás de esa niebla aparecía un universo.

Esta experiencia resultaba ser paradójica porque yo era el universo que veía y al mismo tiempo mi conciencia viajaba a través de él. Era como si el propio universo fuese un ser que pudiese crear un enfoque de la conciencia con el que poderse conocer a sí mismo. Todos nosotros somos fruto de ese enfoque universal.

Esa experiencia también me enseñó que hay otras formas de pensar, que no requieren un proceso de concatenación de pensamientos ni conceptos. Me mostró que existe una forma de conectar con otros espacios mentales que suelen estar dormidos por no hacernos las preguntas que detonan su activación o despertar.

Debido a que nos hemos creído nuestra percepción, que nos informa de nuestro aislamiento universal, no aparecen en nuestra mente las preguntas que pudieran detonar respuestas sobre nuestra identidad universal. Así que la conquista del espacio, que tanto hemos emulado en las películas de ciencia ficción, no se consigue con naves espaciales, sino con una mirada interna.

Si te conoces a ti mismo, conoces también tu origen, el universo. El físico e inventor Nikola Tesla expresó en una ocasión que reconocía el vínculo de su mente con el universo pero que no tenía tiempo para investigarlo, ya que su función era otra. En una ocasión llegó a afirmar: «Para encontrar los secretos del universo, piensa en términos de energía, frecuencia y vibración», invitándonos con ello a pensar desde otra perspectiva muy distinta a la que estamos habituados.

Tenemos todavía la creencia arraigada de que la realidad es física. Según los datos actuales de la NASA tan sólo el 0,03% del universo que vemos corresponde a cuerpos sólidos, como por ejemplo planetas. El 99,97% restante correspondería a energía oscura, materia oscura, neutrinos, estrellas, hidrógeno libre y helio.

La materia física y el conjunto de nuestra realidad son transparentes a los ojos de una mentalidad universal. Esto es lo que se me mostró desde muy pequeño. Así como también que un pensamiento puede crear una realidad creíble a pesar de no existir dicha realidad.

Cuando soy consciente de la vastedad del universo de la mente, curiosamente, lejos de reconocer el conocimiento universal, lo que reconozco es la ignorancia de mi mente humana. Los humanos de hoy en día, lejos de aceptar nuestra ignorancia, preferimos establecer nuestra propia forma de ver las cosas. Con esta estrategia mental anestesiamos la angustia de no saber nada, pero al mismo tiempo dormimos a nuestra mente, que sueña ávida de reencontrarse con la verdad.

El universo se relaciona íntimamente con todo aquello que existe en él. Dicha intimidad es tan profunda que se convierte en un gran misterio para aquellos cuya mentalidad es superficial y temerosa. Es extraño que ocurriendo esta íntima relación dentro del universo, la mayoría de las personas no sea consciente de esta hermosa relación. Tan inconscientes somos, que incluso ni nos llama la atención en comparación con la atención que ponemos en otras cuestiones. Cuando la atención migra de esta manera, la pregunta «¿quién soy?» se transforma en «¿cómo puedo sentirme mejor?» Ahí empieza el sufrimiento.

Redescubrir esta íntima relación universal y devolverle nuestra atención implica replantear de raíz nuestro punto de vista de la realidad; una realidad humana, fuertemente atesorada y protegida por todos aquellos que creyeron ser hijos de las creencias de esta época actual.

Atender a esta relación implica saber que nosotros no existimos como entidades separadas del universo y a su vez reconocer también que somos pensamientos pensados por él. Esta inconmensurable conciencia eterna no es «definible» bajo una perspectiva humana. Más bien ella nos define a nosotros y, en su definición, nos incluye junto a todo lo existente.

Nuestra psique proviene de un todo universal. Por esta razón la psique humana, vista de forma aislada, no es comprensible y vivirla así termina siendo muy doloroso. Es decir, los procesos psicológicos humanos no se comprenden totalmente sin una visión inclusiva dentro del universo infinito del que nacen. Y esa incomprensión sostenida nos lleva a la depresión.

Uno puede empezar a ver y a pensar como piensa un universo cuando en un primer paso se abre a cuestionar sus ideas personales acerca del mundo, la vida y de sí mismo. Este paso implica un cuestionamiento amable, pero comprometido, de todo cuanto uno piensa y percibe. Sin rechazar lo que uno ve, puede llegar a comprender que eso no es verdad, sino que es una mera opción dentro de un sinfín de posibilidades.

Escuchar los pensamientos del universo implica conocerse a uno mismo de forma integrada en Él y por lo tanto uno desaparece como individuo. En el proceso, las fronteras delimitadas por la percepción personal quedan trascendidas por la experiencia universal del ser que se sabe uno con todo. Es en ese instante cuando las interpretaciones pierden valor y se disuelven, y la mente contemplativa despierta el recuerdo universal.



Extracto del libro:
¿Me acompañas?
Sergi Torres
Fotografía de Internet

jueves, 27 de octubre de 2022

EL DOLOR DE QUERER SER MEJOR PERSONA


Tratar de ser mejor persona sin antes asumir nuestra imperfección humana, nos impide descubrir nuestra perfección universal.

Cuando estaba a punto de cumplir tres años, nació mi hermano y sentí por primera vez una sensación desconocida hasta ese momento. De repente tenía un competidor ante mí y sentí el deseo de ser mejor. A los cinco años entré en el colegio y pasé a tener cuarenta competidores en mi aula. A pesar del empeño de mis maestros para que fuera mejor persona, éste no daba fruto. Mi cerebro disléxico pasaba desapercibido y nunca tuve la sensación de encajar en un sistema educativo basado en la mejora personal.

Hoy en día me pregunto por qué ser mejor persona sin antes comprenderme, respetarme y aceptarme. De hecho, ¿cómo se llega a eso de ser mejor sin antes estar en paz con uno mismo?¿Por qué debería dejarme guiar por el deseo de ser una mejor persona si ese deseo nace de un autorrechazo?

Nos hemos convencido de que hay un «yo» mejor u otra emoción mejor de la que estamos sintiendo ahora. Pero no es así. En este momento no existe un «tú» mejor que el de este momento. Tampoco hay nada mejor que sentir ahora que lo que estás sintiendo ahora, simplemente porque esto es lo que estás sintiendo ahora.

Para muchas personas esto puede significar hastío, desmotivación o tirar la toalla, pero es justo lo contrario. Es recoger la toalla y empezar a asumir nuestra experiencia tal como es. Lo llaman vivir plenamente y no se enseña en los colegios ni se ve en los mejores cines. Se aprende mirándose uno mismo con una mirada respetuosa y de aceptación.

Estamos viviendo una vida humana que, a fecha de hoy, implica lo que implica. Pero puedo asegurarte que todos disponemos de todo lo que necesitamos para vivirla. Puedo asegurarlo porque me he encontrado con muchas personas con vidas llenas de sufrimiento que hallaron la valentía de vivirlas. Fueron personas que habían sido violadas, otras maltratadas, otras habían perdido a un hijo o se encontraban en fase terminal de una enfermedad.

Estas personas que acudieron a mí para que las ayudara a vivir sus procesos terminaron convirtiéndose en mis maestros. Todas ellas me mostraron que detrás de esa situación estaba su capacidad de vivirla con plenitud. Porque lo único que se nos pide es la decisión de ser honestos con nosotros mismos y abrirnos a un autodescubrimiento que viene dado de forma natural dentro de esas situaciones. Esta decisión de la que hablamos aquí, insisto, no te la puede enseñar nadie. Esta decisión te pertenece a ti descubrirla, llevándola a cabo. Y ¿cómo se lleva a cabo? Decidiendo ser honestos con nosotros mismos y abrirnos a un autodescubrimiento.

Pasar de sufrir a aprender a gozar; lo siento, pero no es cuestión de lo que ocurre en nuestras vidas, sino de nuestra decisión de vivirlas abiertamente. Nos olvidamos de cómo respirar y de cómo asumir las situaciones tal como ocurren, porque estamos dormidos, anestesiados, hipnotizados por el deseo de ser distintos de como nos vemos.

La inseguridad es una de las farsas más grandes que los seres humanos hemos inventado. Hemos convertido la atención natural que surge del ser en una temerosa alerta mental basada en la inseguridad, inseguridad por cómo nos sentimos, inseguridad por cómo nos relacionamos con los demás, inseguridad hacia nuestra vida.

Imagínate un ser viviendo una vida de la cual se siente inseguro. Eso implica un gran caos mental y una gran angustia emocional. Por un lado su ser le pide abrirse a la vida y descubrir que él es la vida y, simultáneamente, la mente le dice que tenga cuidado porque esa vida no se merece su confianza.

La inseguridad es totalmente insoportable. Es tan insoportable que terminamos culpando a todo lo que nos rodea de aquello que sucede en nosotros. Sin embargo, dentro de una lógica universal, nada ni nadie culpa a nadie ni a nada de cómo es su propia existencia.

Muy pocas personas se dan cuenta de que existir como existen es impresionante, y eso ocurre porque estamos habituados a sufrir en lugar de vivir. Apenas nadie es feliz por el hecho de existir. Esto que acabas de leer es suficiente como para sentarse y quedarse mirando esta idea un buen rato.

Permíteme insistir de nuevo. Si tú estás viviendo una vida humana, te aseguro que tienes a tu disposición todo lo que necesitas para vivirla. Ya contienes en ti todo el potencial para vivirla plenamente.

Si yo trato de ser un ser humano perfecto, voy a tener que negar primero mi estado mental de imperfección. Entonces voy a empezar a esconderme, a no mostrarme, para que no vean cuán imperfecto soy. Mientras no deje de temer el mostrar cuán imperfecto soy, no podré ver la perfección que existe detrás de mis creencias.

Vivimos intentando hacer todo bien, cuando en realidad somos pura perfección universal, pero dentro de unas coordenadas espacio-temporales donde aún no se contempla esa perfección. Quizá haya llegado el momento de descansar de esa lucha interior. Quizá es hora de mirar con respeto hacia ti. Quizá te ha llegado el momento de disfrutar de la película, en lugar de tratar de maquillar constantemente al protagonista de las historias proyectadas en una pantalla.

Todo lo que buscamos actualmente se encuentra en la práctica sostenida de contemplar los pensamientos sin creérnoslos a ciegas. Tarde o temprano descubres que te has estado engañando de forma repetida durante toda tu vida, creyendo ser quien piensas que eres en lugar de ser lo que eres en verdad.



Extracto del libro:
¿Me acompañas?
Sergi Torres
Fotografía de Internet

miércoles, 7 de septiembre de 2022

¿QUÉ HAY DE MALO EN SER COMO ERES?


Pocos se dan cuenta de que nuestra atención debe recaer sobre la fuente de la existencia y no sobre la pequeña anécdota del cómo existo.

Somos una expresión de amor perfecto que se encuentra dentro de unas coordenadas humanas que son temporales. Dentro de estas coordenadas nos encanta ser un «yo», verlo evolucionar, vivir sus procesos y sobre todo que sea lo más personal posible. Curiosamente detrás de ese «yo» al que tanto adoramos y atendemos existe una belleza indescriptible y que todos añoramos desde lo más íntimo de nuestro corazón. Esta belleza se recuerda cuando te permites ser tú mismo.

Cuando un ser humano se permite ser él mismo, ha pasado de antemano por asumir sus miedos, sus sombras, sus errores, sus recuerdos insatisfechos y sus soledades no acompañadas. Todo eso forma parte de esa belleza invisible.

Ahora, permíteme preguntarte quién te ha dicho a ti que tienes que ser de otra manera. Y más interesante todavía, ¿por qué te has creído que tienes que ser de otra manera?

Los seres humanos actualmente vivimos dentro de un mundo fabricado por imágenes mentales a las que hemos llamado historias y éstas, a su vez, viven en conflicto entre sí dentro de nuestra cabeza.

Ahora atento, que aquí viene el making of (o cómo se hizo) de la película. Primero construimos una imagen de nosotros mismos basada en nuestros recuerdos y creencias acerca de cómo creemos que somos. A esta imagen mental la llamamos «yo soy así», y una vez que ya está imaginada, le otorgamos un estatus de realidad. Simultáneamente, creamos otra imagen de cómo creemos que deberíamos ser. Esta segunda imagen también es imaginada en base a las mismas creencias y recuerdos con los que hemos imaginado la imagen anterior, pero a esta nueva la llamamos «yo quisiera ser así». A esta segunda imaginación también la elevamos al ámbito de los hechos, pero en este caso es un hecho condicionado, porque aquí el hecho es que cuando sea como deseo ser, sí que seré feliz.

Pocas personas son conscientes de que los dos «hechos» son espejismos, y que por lo tanto no son distintos entre sí. Es decir, que la imagen «yo soy así» y la imagen «yo quisiera ser así» son la misma en esencia. Las vemos distintas porque las juzgamos de diferente manera. A la primera la juzgamos como una imagen actual e insatisfactoria o en algunos casos indeseable, y a la segunda como una imagen futura satisfactoria y deseable. Sin embargo, honestamente, las dos coexisten dentro de la misma cabeza y las dos son imaginadas simultáneamente en el mismo momento presente.

Hasta aquí puede parecer un proceso de autodesprecio bastante elaborado, pero este proceso de fabricación de ficciones mentales no se termina aquí. Ahora viene el toque magistral. El proceso termina cuando nosotros mismos otorgamos la sensación de realidad a las dos imágenes mentales. ¿Cómo hacemos eso? Poniéndolas en conflicto entre sí. ¿Cómo? No queriendo ser la que sí creo ser yo y sí queriendo ser la que no creo ser yo aún. Loquísimo, ¿verdad?

Cuando les damos utilidad y un sentido de acción a las imaginaciones, éstas pasan a parecer definitivamente reales. Este último movimiento mental es el que nos impide salir con facilidad de estas dinámicas de las que parecemos ser víctimas, cuando en realidad somos su causa.

Llegado a este lugar de la mente, si indagas con valentía, descubrirás que para querer ser mejor persona y alcanzar los ideales sociomorales de hoy en día, primero tienes que menospreciar tu presencia juzgándote como inapropiado, y luego, querer alcanzar en un futuro una imagen que piensas que es mejor. Quizá haya llegado el momento de no hacerlo más y liberarnos de nuestras propias fantasías mentales.

Solemos contarnos la atroz historia de que debemos mejorar o ser de otra manera distinta sin tener en cuenta de dónde provienen esas ganas de cambio. Por regla general el grado de autoescucha no es suficientemente profundo como para darnos cuenta del autorrechazo que esconde dicho deber.

Esta idea de mejora suele nacer de un no quiero ser así y este no quiero ser así encierra mucho miedo, culpa, soledad y dolor. Es desde este autorrechazo y automenosprecio desde donde solemos diseñar nuestros deseos más anhelados, en aras del progreso y la mejora. Detrás de la gran mayoría de nuestras buenas intenciones de mejorar, escondemos nuestro deseo de evadirnos de todo este escenario interior que hemos descrito.

Si en verdad queremos vivir una transformación y no un cambio anecdótico que nos lleve a más de lo mismo, debemos empezar a atender a la conciencia. Ella contiene el potencial de transformar todo aquello de lo que uno es consciente. Eso implica que nos abramos a aceptar aquello que vemos en nosotros para que la conciencia pueda «tocar» esa imagen. Sin embargo, lo impedimos con el hábito de autorrechazarnos.

Y ¿qué ocurre cuando somos conscientes de algo de lo que no queremos ser conscientes? Pues que nos convertimos en nuestro propio obstáculo ante un proceso natural que lo único que busca es ofrecernos una imagen real de nosotros mismos enmarcada dentro de un contexto universal. Cuando no queremos ser conscientes de algo, sin darnos cuenta nos oponemos al universo entero.

Vemos cómo reaccionamos ante ciertas situaciones cotidianas, cómo sufrimos por tonterías o cómo nos enfadamos por cosas que no son importantes, y no queremos ser así. Incluso ni siquiera queremos equivocarnos mientras aprendemos. Llegamos, en algunas ocasiones, a pensar que somos unos desgraciados y tampoco queremos serlo. Al no querer ser así, decidimos retirar la conciencia de ello para no vivirlo y de esta forma impedimos la transformación natural de esa imagen mental que veíamos y, al retirar nuestra conciencia, ampliamos nuestro campo de inconsciencia.

Imagina el estado mental y emocional de un ser vivo que, siendo consciente de sí mismo, usara esa conciencia para rechazarse. No queremos ser de la manera que creemos que somos. Tampoco queremos cuestionar ni por un instante la veracidad de nuestra imagen personal. Nos asusta darnos cuenta de que no somos como pensamos que somos.

¿Qué hay de malo en ser como eres si eso que crees ser es sólo una imagen en tu mente? ¿Estás dispuesto a dejar de luchar con sombras para centrarte en conocer tu verdadera identidad universal?



Extracto del libro:
¿Me acompañas?
Sergi Torres
Fotografía de Internet

domingo, 4 de septiembre de 2022

EL HIPNOTIZADOR MUNDO DE LAS OPINIONES


¿Por qué debería hacer caso de mis opiniones si ninguna de ellas me dice la verdad?

¿Has observado alguna vez, de forma detallada, el mecanismo de la creación de una opinión? Y, sobre todo, ¿has observado sus efectos en ti y en lo que te rodea?

Sabemos que una opinión es una interpretación que da fe de nuestra versión de los hechos, y no una descripción fehaciente de la realidad. A pesar de ello, usamos las opiniones como herramientas descriptivas, con la intención de poder comprender lo que sucede y poder dar así una respuesta coherente ante ello.

Esta forma de responder al mundo a través de nuestro punto de vista implica que nuestra respuesta nunca se ciña a la realidad, sino a nuestra perspectiva personal, perdiendo, de este modo, toda coherencia. Otra forma de verlo sería darnos cuenta de que nuestras respuestas ante cualquier situación son simples réplicas de nuestra forma de ver las cosas. De ahí que nuestras decisiones y nuestros actos sean resultado de una previa interpretación personal de algo que en realidad no entendemos ni conocemos.

A esta forma de actuar la llamamos reaccionar, y al reaccionar, en lugar de crear comprensión, lo que hacemos es accionar nuestra incomprensión. Esto implica un nivel nulo de creatividad y un impedimento al conocimiento.

Una opinión nubla nuestra mirada a la hora de conocer lo que sucede ante nosotros, e incluso nubla la mirada interna que nos muestra quienes somos. No somos una opinión y la vida tampoco lo es. Sin embargo, nos seguimos relacionando los unos con los otros convulsivamente desde nuestras opiniones. ¿Adivinas por qué? Porque pensamos que sin ellas no podríamos vivir. Llegamos a ser tan arrogantes que pensamos que sin nuestras opiniones este mundo no tendría sentido.

Ahora bien, imagínate desprenderte en este mismo momento de toda opinión. ¿Puedes intuir tu estado mental? Muchas personas aún no ven la paz y la presencia que existe detrás de nuestra cortina de opiniones. Aún se percibe esta posibilidad de «libre de opiniones» como una seria amenaza a la cordura.

Vinculamos la pérdida del uso de la razón a un caos inminente, sin percatarnos de que en realidad esto es también una opinión. Esta última opinión acerca de la pérdida de opiniones es básica para los «opinadores» (Homo Sapiens Opinador), pues sin ella seríamos conscientes de nuestra profunda ignorancia. Eso nos degradaría de Homo Sapiens (hombre sabio) a Homo Insciens (hombre ignorante) y nuestro estado evolutivo actual de Homo Sapiens Arrogante no nos permitiría jamás dicha degradación.

Hoy en día, no saber nada aún es signo de desprestigio personal y de mucha inseguridad. Sin embargo, asumir nuestra ignorancia nos da pistas muy claras de dónde no se encuentra el conocimiento. En el hipnotizador mundo de las opiniones sólo existe el intento infructuoso de convertir interpretaciones imaginadas en hechos verdaderos.

Una opinión es un capricho selecto de la mente que lo usa para formar un punto de vista y desde él establecer su propia realidad. Desde nuestra realidad personal damos origen al resto de juicios y opiniones que se justifican unas a las otras dando un falso sentido a nuestras respuestas, comportamientos, actitudes y hábitos. Todo esto finalmente es usado para fabricar una identidad propia llamada «yo soy así», pero que no se sustenta en ninguna realidad estable. A esta identidad autofabricada a base de opiniones subjetivas la llamamos «yo».

El «yo» no es más que un mero punto de vista. Un anecdótico punto de vista rodeado de la vastedad infinita y eterna de la conciencia. No es de extrañar, entonces, que cuando vivimos afincados en nuestro «yo» eso incluya sentir soledad y aislamiento. No es de extrañar tampoco que desde nuestro «yo» necesitemos ser respetados, reconocidos, amados, encontrados, valorados. ¿Qué sentido tiene sostener y aferrarse a un punto de vista que para poder existir tiene que hacerlo de forma aislada y en contraposición a todo?

Es posible que al leer estas palabras tu mente ya haya opinado que opinar, entonces, debe de ser malo. Esto, de nuevo, es una reacción. También la llamamos el «más de lo mismo», y es en el mundo del «más de lo mismo» donde viven la mayoría de las culturas y sociedades de los últimos miles de años.

Lo que exponemos aquí, al igual que en el resto de este libro, no tiene la intención de que opines sobre ello ni de que cambies tus opiniones. Lo que opinas ahora no nos interesa para nada. Nos interesa el potencial creativo que escondes detrás de tus opiniones.

Fíjate que esto no es un menosprecio a tu manera de pensar personal. En realidad es un aprecio a tu potencial como ser universal. No es que estemos menospreciando la paja, sino que estamos apreciando el grano que, al ser una semilla, está llamado a dar fruto.

Dicho esto, puedes, si lo deseas, acompañarnos y descubrir tu potencial creativo que está llamado a viajar conscientemente dentro del mundo opinado y convertirlo en una vía de transformación profunda.

Observa y verás. Sin duda verás que detrás de cada sensación o emoción que sientes hay una opinión tuya generándolas. Una vez vistas, pregúntate si esta opinión acerca de esta persona o acerca de esta situación concreta es totalmente cierta. Luego puedes preguntarte, cómo viviría esto que sucede sin mi opinión, cómo vería a esta persona sin mi opinión.

Observa de nuevo y verás, también, que este tipo de autocuestionamiento pasa por alto lo que opinamos, porque su atención está puesta en la verdad y no en nuestra versión de la verdad. Fíjate como todo lo que pensamos tiene implícita la sensación de que es verdad por el mero hecho de que nosotros lo pensamos. A esto muchos lo han llamado seguridad en uno mismo, pero se llama arrogancia.

Esta modalidad de pensamiento está de moda desde hace ya unos miles de años. Y es extraño porque, a pesar de que ya caducó hace mucho, por alguna razón misteriosa seguimos prefiriendo vivir bajo este estilo mental. Esto se debe a su invisibilidad. La arrogancia suele ser invisible porque ella misma es un desenfoque, y al ser un desenfoque no permite ver con claridad. Es por eso por lo que los arrogantes no sabemos que lo somos. Fascinante ¿verdad?

Lo más interesante de este modo de pensamiento arrogante no es su desenfoque, sino su gran potencial de reenfocarse. De la arrogancia a la humildad sólo hay un paso de distancia y este paso es la honestidad. Sólo los humildes son conscientes de su arrogancia mental y la aceptan gustosamente debido a su gran honestidad. La honestidad es el final de la lucha contra uno mismo. El final del miedo a ver lo que uno ve de sí mismo con esa mirada desenfocada.



Extracto del libro:
¿Me acompañas?
Sergi Torres
Fotografía de Internet

viernes, 26 de agosto de 2022

TODO OCURRE EN TU MENTE


Nuestra vida no es una teoría, ni una técnica, ni una opinión, es pura conciencia, pura experiencia.

Nuestra experiencia de vida nunca nos habla acerca del otro, siempre nos habla de nosotros. En el momento en el que somos conscientes de algo, eso de lo que somos conscientes forma parte de nuestra consciencia y por lo tanto de nosotros. Habla de nosotros, porque en realidad todo somos nosotros a pesar de que nuestra manera de ver las cosas nos diga lo contrario.

Permíteme expresarlo con un ejemplo práctico para que podamos andar hacia dentro. Separados por muy pocas horas entre sí, llegaron a mí estos dos comentarios escritos por dos personas distintas y dirigidos hacia mi persona.

Primer comentario:

«Haces que las personas se olviden de vivir y vivan escuchando las innecesarias reflexiones que haces, te crees que lo sabes todo como si fuera tu décima vida. Actúas como una secta y no ayudas en nada. […] para ti esto sólo es un negocio, el negocio de hacer creer que te importan los demás y tal vez puedan sentir respeto hacia ti. Para mí sólo eres un farsante de filosofía barata.»

Segundo comentario:

«A mí estos cursos new age de cojo de aquí y pego de allí me parecen una gran estafa y un generar frustración a la gente. Pareciera que Sergi trata de engrandecer su propio ego más que ayudar a la gente, no es honesto. Sergi siempre me parece que dice un montón de chorradas insustanciales, pero no deja de sorprenderme que haya gente que lo siga. Otro gurú de la new age.»

En el momento en el que soy consciente de estas palabras, pasan a formar parte de mi conciencia. Dicho de otra manera, soy consciente de estos dos comentarios porque en realidad están en mi conciencia. Esto implica que yo debo estar pensando lo mismo que piensan estas dos personas, pero justo hasta el momento de leer estas palabras no era consciente de ello. Gracias a estos dos comentarios recibidos ya puedo ver esos pensamientos y asumirlos. Lo que se ocultaba en mi inconsciente ha sido revelado y ahora puedo verlo con total claridad.

En este momento, también puedo ver qué emociones en mí, de las que tampoco era consciente, están vinculadas a estos pensamientos de mi mente. Si soy honesto, veré que el dolor que siento al leer estas palabras es exactamente el mismo dolor que sienten estas personas al expresarlas. Esta mirada me permite unirme a ellos en lugar de rechazarlos y huir.

Llegado a este punto y sólo llegado a este punto, puedo dejar de responsabilizar a los demás de lo que yo siento y pienso. Ahora uno puede recuperar el poder que ha dispersado otorgándoles a los demás una responsabilidad que no les pertenece, ya que le pertenece a uno mismo.

Lo expresado hasta aquí no tiene mucho mérito por mi parte, pues no lo hubiera podido hacer sin la ayuda de estas dos personas que, seguramente sin ser conscientes de ello, me estaban ayudando a liberarme de esas ideas. Si bien mi mérito es muy poco, sí se requiere de una disposición a querer ver lo que se esconde detrás de mi dolor, en lugar de reaccionar como lo hice durante toda mi vida.

A partir de aquí se pone en marcha un proceso natural, en el que, ahora sí, mi mérito es ninguno. Es cuando el corazón se abre y abraza el dolor, los pensamientos, la situación y a estas dos personas. Así es como el agradecimiento emerge. Y no me refiero a un agradecimiento por sus opiniones, sino por su ayuda.

Esta apertura de corazón es un gesto natural que siempre tiene lugar. Pero no podemos ser conscientes de él sin antes darle la bienvenida a aquello que reaparece de nuestro inconsciente.

Si al sentir el dolor uno se niega a querer sentirlo, va a tener que encontrar una causa externa a sí mismo para poder justificar que este dolor no es responsabilidad propia. Una vez encontrado el motivo, vas a creer ciegamente que tienes que reaccionar ante ello para evitar que siga sucediendo. Al reaccionar se detiene el proceso en el que el inconsciente dolido se hace consciente para ser sanado.

En este ejemplo de los dos comentarios, yo podría reaccionar de dos maneras distintas. Una, contestando a estas personas amablemente, tratando de demostrarles que están equivocadas, o dos, insultándolas directamente. Ambas reacciones son una huida y sólo sirven para devolver el dolor a las catacumbas de mi inconsciente. Al no asumir la energía de mis emociones, esta regresaría tarde o temprano detonada quizá por un nuevo comentario. Esta repetición de ciertas situaciones incómodas no es debido a una misteriosa maldición, sino a la bendición de la vida que ofrece sus recursos para que podamos ver donde no alcanzamos a ver. Y de este modo conocer dónde aún no estamos dispuestos a amar. Porque al final es de eso de lo que se trata, de amar.

Volvamos a lo práctico. Todo esto que hemos visto hasta ahora implica que desde algún lugar de mí yo también pienso que soy un «farsante», que hago «filosofía barata», que digo «un montón de chorradas», pero hasta este momento no era consciente de estos pensamientos.

Gracias a Dios, hay un impulso profundo del ser que toma la decisión de que ha llegado el momento de asumir ese nivel de inconsciencia y liberarnos de ser esclavos de ello. Y aquí viene lo magistral de la conciencia universal. En ese justo momento y no en otro, ocurren las situaciones que tienen que ocurrir y no otras, para que uno vea y escuche alto y claro los gritos no escuchados de su propia sombra.

Lo que hemos expuesto hasta ahora no es una técnica, ni un ejercicio, ni una meditación. Es una decisión. Nadie puede enseñarnos a tomar esta decisión. Si los demás no son en realidad los responsables de cómo nos sentimos frente a sus comentarios, tampoco un maestro es el responsable de enseñarnos a tomar esta decisión. La decisión está ahí no para aprenderla, sino para tomarla.

Muchos papás y mamás creen que gracias a ellos sus hijos aprendieron a ir en bicicleta. Sin embargo, muy probablemente hubieran aprendido de forma más natural sin las interferencias de los adultos. La decisión de sus hijos de querer aprender a ir en bicicleta es lo que les permitió exponerse al aprendizaje y terminar aprendiendo. Esa decisión no es «aprendible» sólo es «decidible».

Cuando empezamos a decidir vivir la práctica, es posible que lo primero que pensemos es que es muy difícil hacerlo. En realidad, esa sensación de dificultad es un autoengaño que surge de otra decisión más poderosa e inconsciente de no querer vivir la práctica. Qué quiero decir con esto: que aún queremos seguir creyendo que los demás son los responsables de lo que sentimos y que sí, que son muy bonitas las ideas espirituales, pero que aún no estamos dispuestos a dar el paso que sólo a nosotros nos pertenece dar. Aún tememos lo suficiente al dolor como para no querer asumirlo y permitirle así seguir dirigiendo nuestra vida.

Una vez que creemos que hemos superado este autoengaño, suele volver a aparecer, pero de una forma mucho más disimulada. Ahora surge en forma de pregunta: ¿Cuánto tiempo voy a tener que estar asumiendo mi dolor para liberarme de él definitivamente? Esta pregunta desplaza la atención a la decisión presente hacia la expectativa en un resultado futuro. Creemos estar dispuestos a tomar la decisión, pero en realidad no es así. Detrás de esta pregunta se oculta un interés personal que desea rechazar el dolor porque seguimos temiéndole.

Fíjate que lo que hemos propuesto y lo que plantea la «pregunta disimulada» son dos acciones completamente distintas, pero igualadas de forma inconsciente para que parezcan la misma. Querer asumir el dolor y preguntarse cuánto tiempo voy a tener que hacerlo parecen tener el mismo propósito. Sin embargo, la propuesta es asumir el dolor para hacerlo consciente y la «pregunta disimulada» sigue temiendo al dolor.

Decidir vivir y dar la bienvenida a lo que ocurre para así autodescubrirnos implica presente y honestidad. Sin embargo, esperar que con ello se pueda resolver por fin el inconsciente, implica futuro y expectativas.

Finalmente, aprendemos a usar nuestra mente incisiva, que es aquella que no duda a la hora de decidir cruzar nuestras catacumbas mentales y aprender a decidir sentarnos en el momento presente y ver lo que vemos. Esto es tan simple y poderoso que nos da miedo y al darnos miedo nos parece difícil, pero cuando uno se decide por asumir su integridad, todo termina en agradecimiento de forma natural.



Extracto del libro:
¿Me acompañas?
Sergi Torres
Fotografía de Internet

martes, 19 de julio de 2022

TODO EL MUNDO QUIERE CAMBIAR EL MUNDO


Muchas personas tienen una idea de lo que es correcto, pero muy pocas se cuestionan si esa idea es correcta.

¿Alguna vez has tenido la sensación de que algo debería ser de otra forma? ¿Has sentido el impulso de cambiar algún acontecimiento o persona o incluso el tiempo atmosférico? Estos deseos son uno de los síntomas de un desorden mental llamado síndrome de percepción separada (SPS).

Cuando uno vive bajo ese desorden mental no se da cuenta de ello porque piensa que lo que ve, lo ve tal y como es. También implica que aquello que percibes lo percibes bajo la creencia de que tú no eres lo que tú ves. Es decir, que tú y aquello que ves sois cosas distintas, separadas entre sí. Esta manera de ver no sólo no genera ninguna transformación, sino que tampoco cambia nada en realidad. Como mucho, a lo que puede llegar esta forma de ver las cosas es a inventar la sensación de haber generado un cambio que, al poco tiempo, se descubre que en verdad no sucedió.

Es muy frecuente, actualmente, encontrarse a lo largo del día con numerosas personas y situaciones susceptibles de ser cambiadas, a las cuales se les suele llamar «mejorables». Hasta ahí, ningún problema. El problema se genera cuando uno sucumbe ante su perspectiva separada de las cosas y trata de cambiar lo que percibe desde su propia mentalidad distorsionada. El conflicto que surge al hacer esto nace de rechazar lo que se percibe, porque es a uno mismo a quien se rechaza.

Perceptor y percibido son uno en sí mismo. El conflicto deja de verse como conflictivo cuando se accede a este lugar de la conciencia unitaria. En este punto, ni tu pareja, ni tu vecino, ni tu exmujer, son más el blanco de tus ideas de mejora.

El primer paso en la transformación se da cuando uno ve que lo que percibe lo percibe desde una lente que divide lo que ve. Es igual que esos cristales que descomponen un rayo de luz en distintos haces de luz, roja, amarilla, violeta, etc. ¿Te imaginas tratar de hacer un poco más rojo el rayo de luz azul para que pueda volverse violeta, simplemente porque a mí me gusta más el violeta? Cuando uno abandona su perspectiva violeta de las cosas, entonces puede descubrir que todos los colores son partes de la luz blanca original y pasa a disfrutar de cada uno de los distintos aspectos de la misma cosa.

El mundo que conocemos, visto sin aferrarnos a nuestras facetas personales, se percibe como un velo que cubre la realidad de un solo ser del cual tú y yo formamos parte íntegra. Cada situación, persona, o cualquier cosa que percibas, se ve como una extensión de ese único ser. Se sigue percibiendo diferencias, pero no se percibe diversidad.

«Nada que cambiar, todo por descubrir» es el lema de una mente que por fin reconoce su Ignorancia y detiene el intento arrogante de tratar de cambiar el mundo que proyecta desde su mentalidad aislada o egoísta.

Lo contrario a la unidad es el egoísmo. Así que cuando, por ejemplo, voy a luchar en contra de los maltratadores de animales sin antes haberme reconocido en ellos, lo que terminaré haciendo es generar más rechazo debido a la aportación de mi cuota de rechazo. Así es como se nutre y se expande la mentalidad egoísta al caer en la trampa de su percepción separada. Distanciándose del resto de lo que percibe, el ego consigue su tesoro más preciado, su exclusividad.

La conciencia universal no distingue entre correcto o incorrecto ni entre buenos o malos. Esta conciencia sólo existe en la unidad, y si actúas fuera de ella, no es que estés obrando incorrectamente, simplemente refuerzas la desunión para ti mismo. Este «para ti mismo» se refiere a que tú te confirmas a ti mismo que esta separación cada vez es más obvia y que por lo tanto los malos son más malos y tú cada vez «parece» que tienes más y más razón.

Si te sientas un instante a sentir dicha razón, descubrirás la cantidad de sufrimiento y odio que escondes en ella. Al no soportar ese sufrimiento lo proyectas fuera de ti y decoras esa proyección con tus motivos, por los cuales eso que ves no debería ser así. Esa lucha con lo externo procede de una lucha interna que grita ser atendida.

Date cuenta de que cuando sientes amor sin condiciones no deseas cambiar nada. En tal circunstancia, muchas personas, para poder seguir manteniendo en vigencia su licencia para odiar y renovarla cada vez que ésta caduca, creen que si dejan de odiar también dejarán de querer cambiar las cosas y que sin esa voluntad de cambiar las cosas el mundo no avanzaría hacia mejor.

Esta creencia es probablemente la más arrogante de la historia de nuestra especie. Es similar a la arrogancia que los adultos vemos en los adolescentes cuando éstos creen saber de qué va la vida y cómo tienen que ser las cosas. Los seres humanos aún no hemos entrado en la preadolescencia de la conciencia y sin embargo nos tomamos el derecho de tomar determinaciones que no se originan en nuestra sabiduría ni en nuestro amor, sino en nuestra confusión y en nuestro miedo a sentirnos y reconocernos como parte íntegra del universo.

«¿Quién si no, alguien que maltrata a otro ser, necesita ser amado? Y ¿cómo solemos responder nosotros a estas personas? Aquellos que maltratan a otros, viven de espaldas al amor y sólo amándoles podemos ofrecerles una salida honesta al maltrato. Sin embargo, respondemos sin amor porque les juzgamos, y nuestro juicio no incita al amor porque no somos capaces de ver nuestra unidad con lo que vemos. Entonces, perdemos la capacidad de poder juzgarlos y de poder amarles porque, al no vernos en ellos, no podemos ver la verdad. ¿Qué juicio acertado podemos llegar a crear desde una mentalidad aislada de aquello a lo que juzgamos?

Nos hemos hecho adultos y para muchos eso implica no estar presentes, implica también vivir en el mundo de ideas acerca de lo que está bien, de lo que está mal, de lo que debería suceder y de lo que no debería suceder. Ahora ya sabemos que es muy doloroso pensar que lo que sucede no debería suceder o suceder de otra manera. Es tan doloroso que no lo soportamos y lo proyectamos en los demás. Quizá haya llegado el momento de volver a ser niños. Quizá haya llegado el momento de unirnos a todo y a todos con todo nuestro corazón.




Extracto del libro:
¿Me acompañas?
Sergi Torres
Fotografía de Internet

domingo, 26 de junio de 2022

LA CONSCIENCIA QUE TODO LO AMA


Este mundo no existe para que tú lo cambies, sino para que aprendas a amarlo.

El animal que más simpatía despierta en mí es la beluga. Hace unos años tuve la oportunidad de visitar a dos de ellas en un acuario de una ciudad española. Fue sorprendente para mí descubrir que sus cuerpos nadaban en círculos siguiendo un patrón, pero que sus mentes no estaban allí. Al parecer era demasiado para unos cetáceos cuyo hábitat es el Ártico vivir en un acuario de una ciudad del Mediterráneo.

Hace unos meses nos invitaron a un evento en una isla del Mediterráneo. Junto al equipo de organización, decidimos realizar dos actividades, una charla y un encuentro más extenso. Se estimaba la asistencia de unas trescientas personas. El lugar elegido por sus características para llevar a cabo estas dos actividades fue el auditorio del acuario de la capital.

Al cabo de pocos días de compartir la información sobre el evento, recibimos un correo electrónico de alguien que, muy amablemente, nos pedía que cambiáramos de lugar. Esta persona nos decía que un acuario es un lugar de explotación animal y nos comunicó su incomprensión por el hecho de que realizáramos un encuentro basado en el amor en un lugar donde no lo hay.

Cuando sentí la decepción y la frustración de ver a esas hermosas belugas dentro de una pecera gigante, también fui consciente de cómo mi mentalidad Sergi buscaba deshacerse de mis sentimientos culpando a otros de lo que yo sentía. Alguien puede llegar a pensar que para mantener a dos belugas en un acuario cerrado tienes que ser muy poco sensible a su estado de ánimo. Pero aunque fuera así, eso no los hace a ellos responsables de mi experiencia ante esa situación.

Hoy en día es muy extraño encontrar a personas cuyas mentalidades estén abiertas al amor. El motivo parece ser que todavía no estamos dispuestos a amar, ni a aceptar todo lo que ocurre en nuestra vida. Apenas nadie conoce su propia integridad. Apenas nadie sabe que todo forma parte de nosotros mismos.

La persona o personas que conservan a dos belugas en un acuario representan una parte de mí. De hecho, es un parte de ti también, sin importar si estás a favor o en contra de mantener en cautiverio a ciertos animales. Todos formamos parte de la consciencia humana sin excepción. Todas las decisiones que se toman desde la conciencia humana, por lo tanto, son responsabilidad de todos, incluso si tú piensas lo contrario, lo piensas desde la misma conciencia que nos une a todos.

Volvamos al acuario en el que se iba a celebrar el evento. Cuando vemos un lugar que carece de amor o a una persona que no es sensible al amor, estamos viendo una parte de nosotros desde nuestra perspectiva no amorosa. Cuando yo me cierro a la posibilidad de sentir amor ante la injusticia que veo, estoy apoyando sin darme cuenta esa injusticia.

Si yo no me hago sensible a la insensibilidad de los demás, estaré participando de la insensibilidad. Esta misma insensibilidad la expresará una persona estando feliz de cuidar a dos belugas en una piscina y otra persona, en cambio, la expresará en forma de ira cuando vea a las dos belugas en la piscina. Lo más probable, debido a la falta de sensibilidad de las dos personas, es que no asuman su mentalidad ni sus emociones y no se sienten a ver juntas cómo ayudar a las belugas. Al parecer sus opiniones les separan y lo más probable es que se entretengan a discutir y a defender sus razones. Del interés por las belugas se pasa al interés por defender las ideas de cada uno. A esa actividad, no importa qué ideas defiendas, la llamamos egoísmo.

Muchos activistas pensarán, y con razón, que entonces estar abiertos al amor en ciertas situaciones consideradas injustas significa cerrar los ojos y hacer ver que no pasa nada, que todo está bien y que está bien permitir que todo siga como está. Pero este pensamiento en el fondo no es más que una justificación para no amar. Amar no tiene nada que ver con cerrar los ojos, es justo lo opuesto, tiene que ver con abrirlos.

Mahatma Gandhi acompañó a todo un país a abrir sus ojos y reconocer su propia valentía y el respeto hacia sí mismos. Les mostró el camino de la no violencia, el camino de la compasión y de la confianza absoluta en la paz. Se sentó en los dictados de su corazón y no se levantó. Cuanto más se le encarcelaba y menos reaccionaba ante ello, más escuchado y seguido era.

Sé de varias personas que en su pasado entrenaron a delfines o ballenas orcas para espectáculos y que hoy en día difunden un mensaje de sensibilización para que se acabe con estos espectáculos. Estas personas despertaron a una sensibilidad basada en el amor. Si lees la historia de algunas de ellas, verás un cambio profundo interno en ellos. Ese cambio lo detona el corazón y no la compresión intelectual de un argumento «antialgo».

No estoy diciendo que tengamos que amar sin condiciones. Estoy diciendo que no hacerlo implica perpetuar una realidad basada en la ausencia de amor. Si me permites una nota de humor, estamos hablando de hacer un «San Francisco de Asís». Él se reconoció como instrumento de esa conciencia absoluta y se puso a su disposición y servicio para ir allí donde hubiera odio y poder reconocer el amor, o donde hubiera ofensa y ver perdón, o donde hubiera discordia y ver unión.

Gracias a estar en aquel acuario, pude ampliar mi visión y conocer a algunas de las encantadoras personas que allí trabajan y su labor en la conservación de la fauna marina de la isla, junto a su trabajo de acogida de animales como tortugas marinas que son rescatadas de redes de pescadores, atendidas y devueltas al mar.

En este mundo de percepciones humanas, estamos rodeados de lugares, personas y situaciones donde el amor no se percibe. Todas ellas listas para ser abrazadas desde el corazón. Muchas personas sensibles al sufrimiento aún no han descubierto su propia fortaleza a la hora de transformar su realidad no amorosa desde la conciencia del amor y no desde la ira y el rechazo. Si yo no reconozco mi fortaleza interna, cuando sienta ira culparé a otros por ello. Es por esta razón que odiamos y rechazamos a los que vemos odiar y rechazar la vida de otros.

El amor ama todo cuanto ve porque se reconoce a sí mismo en ello sin excepción alguna. Amar es tan simple como ser. Ser implica sentir y sentir implica asumir lo que uno siente a tiempo real, sin excusas. Cada vez que nos excusamos damos la espalda a la conciencia del amor. Al darle la espalda vemos un mundo carente de amor, no porque no haya amor, sino porque estamos eligiendo ver sin su perspectiva amorosa.

La dificultad que nosotros encontramos a la hora de amar no es porque sea difícil, es porque preferimos defender nuestros motivos por los que no amar. El amor, sin embargo, ama porque no conoce otra cosa. Nosotros en cambio sí conocemos otra cosa, el miedo. Alinearse con el amor implica en primer lugar ser honesto y, luego, reconocer el odio que uno siente por aquellos a quienes culpa de sus propios sentimientos.

La búsqueda de un mundo correcto y justo fuera del prisma de esta conciencia amorosa es infructuosa. Siempre encontrarás frente de ti a alguien que representará a tu opuesto, pensando y haciendo lo contrario que tú. Mientras no ames no conocerás tu unidad y ese «otro» estará allí para recordártelo.

Toda justificación para no amar es una invención humana que nos evoca más sufrimiento. Te invito a detenerte y a observar allí donde no estás dispuesto a amar. A qué persona o actividad social o ideología, o cualquier cosa que te venga a la mente, no estás abierto a amar. Una vez que lo hayas visto, verás todas tus ideas y opiniones personales que justifican tu falta de amor. Esas ideas no van a cambiar el mundo que ves… lo apoyan.



Extracto del libro:
¿Me acompañas?
Sergi Torres
Fotografía de Internet

viernes, 22 de abril de 2022

SIENTE


Aquel que es inteligente emocionalmente vive en paz sin importar qué emoción esté sintiendo.

Existe mucha frustración en un gran número de personas, porque la mayor parte del día lo pasamos tratando de sentir una cosa distinta a la que estamos sintiendo y, tarde o temprano, nos damos cuenta de que no podemos conseguirlo. Lo que sentimos ahora es lo que sentimos ahora y lo que no sentimos ahora es lo que no sentimos ahora. ¿Es esto demasiado simple y obvio como para simplemente aceptarlo?

Imagínate que la mesa del comedor quisiera sentirse silla de despacho para así sentirse mejor. Qué le responderíamos a la mesa del comedor si nos preguntase ¿qué puedo hacer para sentirme silla de despacho? Seguramente le responderíamos: sé lo que eres, sé mesa. ¿Cómo puede saber la mesa que su experiencia mesa no es correcta y, en cambio, que la experiencia silla sí lo sería? No lo sabe, pero lo cree.

Ahora, ¿cómo puedo saber yo que la tristeza no es digna de ser sentida y la alegría sí? Y ¿por qué divido mis emociones y luego las clasifico en negativas y positivas para exigir finalmente encontrar paz, felicidad y bienestar?

Ese tipo de disociación interna es muy común en la mentalidad humana actual. Es muy frecuente descubrirse a uno mismo decidiendo qué sentir y cómo sentirlo, sin tener en cuenta lo que uno siente en ese momento. Juzgar lo que sentimos y tratar de cambiarlo por otro sentimiento al que se juzga como mejor parece ser un deporte a escala mundial.

Sentir algo incómodo en realidad no tiene un valor negativo ni tampoco positivo. De por sí, sentir no es bueno ni malo, pero sí podemos darle un uso creativo. Significa que en lugar de reaccionar ante ello, podemos usarlo para encontrarnos a nosotros mismos en calidad de responsables de esas emociones y sentimientos.

Sentir todavía es una de las acciones más torpes realizadas por los seres humanos. Sentimos las emociones con la misma torpeza con la que los niños empiezan a explorar por primera vez la posibilidad de enlazar dos pasos seguidos. La diferencia es que los niños lo gozan aun cayéndose repetidas veces y los adultos lo padecemos.

¿Qué es sentir? y ¿por qué nos incomoda tanto sentir según qué cosas? No sabemos la respuesta a estas preguntas y sin embargo valoramos lo que sentimos como si ya hubiéramos resuelto nuestra ignorancia emocional.

Detrás de las preguntas anteriores yace la posibilidad de sentir sin miedo aquello que se siente, porque cada emoción, sensación y sentimiento se convierten en pequeñas piedras preciosas que nos permiten acercarnos a un gran tesoro aún por descubrir. Detrás de esas preguntas se abre un espacio de investigación muy bello en el que podemos descubrir al ser que siente.

En ese espacio inexplorado, todas y cada una de las emociones, sensaciones y sentimientos son dignos de ser sentidos. Dentro del uso creativo de nuestra capacidad de sentir, el foco recae sobre uno mismo y las emociones se convierten en herramientas de autodescubrimiento.

Una vez descubierto el ser, sentir y ser se unifican de forma natural, dando lugar a la presencia. En la presencia no se rechaza nada. En ella nada de lo que se siente es proyectado sobre otros ni sobre situaciones. En la presencia lo sentido no tiene causas externas, todo se contempla como una emanación del ser, que se expresa armoniosamente a través de todos sus niveles de expresión: físico, emocional, mental y energético. Todo pasa a ser una sola unidad de expresión y se accede a ella con la honestidad.

Una persona que va por la calle y nos mira a los ojos busca esta honestidad, esta integridad del ser para poder reconocerse en ella. Este reconocimiento personal es la única cosa que nos lleva a la paz, a la aceptación, y a la verdadera comunicación.

Cuando nos sentimos mal y tratamos de sentirnos bien sin antes haber aceptado lo que estamos sintiendo ahora, estamos siendo unos impostores. Si además estamos tratando de que otra persona o una situación nos haga sentir bien, al poner el foco ahí afuera no vemos que en realidad nos sentimos a disgusto debido a nuestra estafa emocional. Un modo de encarar esto es preguntarnos: «¿Qué problema tengo en sentirme como me siento ahora?»

Es posible que respondas que es duro sentir algunas emociones, pero es mucho más duro evitar nuestros sentimientos constantemente por creer que no son dignos de ser vividos. El caso es que no sólo son dignos de ser vividos, sino que además es la forma en la que están siendo ahora.

Creemos que si nos abrimos a sentir según que emociones nos deprimiremos y nos revolcaremos en el fango, y es justo al revés. Evitándolo constantemente, tratando de evadirnos de nuestra experiencia, es como perdemos el sentido de la vida y terminamos deprimiéndonos.

Mantenernos en estrecha relación con nuestro sentir nos permite un grado elevado de honestidad que, a medida que crece, se transforma por sí misma en humildad. En la humildad el presente se hace evidente, ya que los humildes no viven bajo expectativas ni deseos personales sobre cómo tienen que ser las cosas. Tampoco culpan al pasado por cómo fue. Su vínculo con la vida se despierta porque en lugar de quejarse y huir, agradecen y contemplan todo lo que les rodea sin arrogancia ni elitismo emocional. Ya no se prefiere sentir una cosa u otra, la voluntad es ahora sentir.



Extracto del libro:
¿Me acompañas?
Sergi Torres
Fotografía de Internet