jueves, 30 de junio de 2016

LOS CICLOS


Para cuándo, preguntaba ella, para cuándo.

Una vez por semana, Miguel Migliónico pasaba por allí. La encontraba siempre en el zaguán, clavada a su sillón de mimbre, de cara a la calle, y doña Elvirita lo acosaba con preguntas sobre el embarazo de su mujer:

—¿Para cuándo?
—Para junio, parece.
—¿Qué día?
—Tanto, no se sabe.

Blanca ropa, pelo blanco, siempre lavada y planchada y peinada, doña Elvirita irradiaba paz y solera, señorío del tiempo, y daba consejos:

—Tóquele la panza, que trae suerte.
—Que tome cerveza negra, o malta, para que dé buena leche.
—Hágale los gustos, todos los antojos, que si la mujer se traga las ganas, sale la cría manchada.

Cada viernes, doña Elvirita esperaba la llegada de Miguel. La piel, que le envolvía el cuerpo como un humo rosado, traslucía el ramaje de las venitas alborotadas por la curiosidad:

—¿Cómo está ella? ¿Está linda? Y la barriga, ¿la tiene en punta? Entonces, no falla: será varón.

Soplaban fríos los vientos del sur, el otoño se estaba yendo de las calles de Montevideo.

—Ya falta poco, ¿no?
—Poco, doña, muy poco.

Una tarde, Miguel pasó muy apurado:
—Dice el médico que es cuestión de horas. Hoy, o mañana.

Doña Elvirita abrió grandes los ojos:
—¿Ya?

Al viernes siguiente, el sillón de mimbre estaba vacío. Doña Elvirita había muerto el 17 de junio de 1980, mientras en casa de los Migliónico nacía un niño que se llamó Martín.

Tomado de:
Cuentos de Galeano en la Jornada
Eduardo Galeano
Fotografía de internet

EL TRATO


miércoles, 29 de junio de 2016

YAMAMBA


El Zen hace que nos desprendamos de nuestras maneras de pensar habituales. Más allá de los conceptos y de las palabras, nos transmite una verdad que apunta directamente al corazón del hombre. 

Érase una vez ... dos monjes que iban de regreso hacia su convento, cerca de Edo". Se habían retrasado a causa de una pareja de campesinos que les habían pedido que bendijeran a su hijo recién nacido, y también su casa y su rebaño. Por cortesía, y por caridad, habían bebido uno o dos vasos de sake. Ahora se encontraban en el lindero del bosque y ya caía la noche. 

Uno de los dos monjes era ciego y su compañero lo guiaba: 

-No temas nada, Djiro --dijo el monje guía-, tenemos que atravesar el bosque, donde viven, según las leyendas, monstruos y brujas, pero yo abro bien los ojos y te protegeré contra todos los peligros. 

Y añadió, con una voz a la que daba firmeza: 

-¡Cógete de mi brazo y avancemos intrépidamente! Los dos monjes llegaron al corazón del bosque cuando, de pronto, una tarasca abominable salió de entre la espesura. Era Yamamba, la vieja bruja desdentada, la espantosa dama de los bosques. Era inmensa, con grandes ventanas de la nariz, una nariz monstruosa y unos ojos inyectados en sangre en los que parecían girar ruedas de fuego. Su lengua rojo escarlata le colgaba hasta la cintura. Sus cabellos grises y sucios flotaban en el viento. Tenía unos largos brazos de esqueleto terminados en unas garras de pesadilla, y sus pies peludos golpeaban el suelo con rabia. Todos los huesos del cuerpo del monje que servía de guía se pusieron a temblar. 

-¿Qué tienes, hermano? Ya no oigo tu voz y siento que te tambaleas junto a mí. ¡Háblame, te lo ruego! 

El monje clarividente, paralizado de terror, no podía emitir ningún sonido. Y la horrible Yamamba seguía avanzando, tendiendo hacia los dos monjes sus garras aceradas; sus ojos se enrojecían y su boca se torcía en una risa es- pantosa. 

-Noto que no estás bien -dijo el ciego-; no entiendo por qué, pero deja que te sostenga y te guíe yo ahora, apóyate en mí. 

Y con paso firme el ciego arrastró a su compañero en dirección a Yamamba, a la que no veía. 

El monstruo, estupefacto, vio como los dos monjes avanzaban directamente hacia él. No manifestaban ningún miedo y parecían indiferentes a su aspecto aterrador. Entonces Yamamba sacó su enorme lengua roja y viscosa desde el abismo de su boca hasta sus pies peludos. Fulminó a los monjes con su mirada incandescente, abrió y cerró sus garras amenazadoras. Todo fue en vano. Conducidos con mano firme por el ciego, los dos monjes seguían avanzando. 

Yamamba, vencida, se desvaneció en el aire y desapareció. 

Este relato da que pensar: de los dos, ¿quién era el verdadero impedido?

Extraído de:
La Grulla Cenicienta
Los más bellos cuentos zen
Henry Brunel

AMOR VERDADERO


lunes, 27 de junio de 2016

PARA SER UN BUEN JEFE SE REQUIERE EL TERCER CEREBRO


Carta 25

Para ser un buen jefe se requiere el tercer cerebro

«Nada prueba tan contundentemente la habilidad de un hombre para dirigir personas como la habilidad para dirigirse a sí mismo.»
Thomas Watson

«Trata a un hombre tal como es y seguirá siendo lo que es. Trata a un hombre como puede llegar a ser y se convertirá en lo que puede llegar a ser.»
Goethe

Querido amigo/a:

¡Que tu luz brille por siempre, porque tú te lo mereces!

Qué hermosa declaración, ¿verdad? ¡Y qué práctica a la vez! Porque si tú brillas, tu luz me ilumina, me muestra, me da pistas.

Por este motivo es tan importante que sean muchos los seres humanos que vayan encontrando dirección y sentido, dando un nuevo y más alto techo a su vida y ofreciendo su luz al mundo.

Ocurre que, bajo mi manera de ver las cosas, hay una serie de recursos inherentes al ser humano que no son escasos en absoluto y que nunca han sido incorporados al acervo de activos y posibilidades de la especie humana desde una perspectiva económica.

El amor, la creatividad, el sentido común, la esperanza, la ilusión, la solidaridad y todos sus derivados son activos con una potencia de generación y de transformación de riqueza extraordinarias.

Decía Antoine de Saint-Éxupery que «el amor es la única cosa que crece cuando se reparte». ¡Y ése es el tipo de activos que hoy, aquí y ahora, nos hacen falta!

La frustración, la competencia, la lucha, la guerra existen como consecuencia del miedo y de asumir una especie de paranoia inconsciente en la que lo único que pretende el otro es perjudicarnos.

Es imprescindible que nos pongamos todos a pensar. Es fundamental que, además, empecemos a sentir. Y es sobre todo indispensable que nos creamos que somos capaces de modificar nuestras vidas y de desarrollar ese enorme potencial que llevamos dentro.

Día a día se realizan interesantes y sorprendentes avances científicos sobre el desarrollo del potencial humano. Los más recientes hallazgos en el mundo de la neurología son, por ejemplo, espectaculares.

Hoy se sabe que la inteligencia está distribuida por todo el cuerpo y que hay maneras diferentes de pensar a las que hemos asumido como convencionales y basadas en el cerebro. El neurólogo Robert K. Cooper, en su excepcional libro El otro 90 por ciento, apunta: «Siempre que tenemos una experiencia, ésta no va directamente al cerebro para poder reflexionar sobre ella, sino que el primer lugar al que va es a las redes neurológicas de la región intestinal y del corazón».

Has leído bien: ¡en el intestino y en el corazón hay neuronas o redes celulares que ejercen una función muy similar a la de las neuronas de nuestro cerebro!

Hoy ya se está hablando del «segundo cerebro» (el del intestino) y del «tercer cerebro» (el del corazón).

Los expertos que investigan sobre ello, especialmente Michael D. Gershon, de la Universidad de Columbia, afirman que en el conducto intestinal hay en torno a cien millones de neuronas, cifra superior a la que encontramos en la médula espinal. Lo más interesante es que este complejo circuito, aunque está conectado con el cerebro craneal, permite al intestino actuar independientemente, recordar, aprender e influir en nuestras percepciones y conductas.

Toda experiencia de vida crea lo que se ha dado en llamar un «sentimiento intestinal»: desde un leve hormigueo hasta un nudo en el estómago. Lo que ocurre es que la amplísima mayoría de la población no hemos sido educados para ponernos en contacto con ese sentimiento, y nuestro umbral de percepciones sólo se activa cuando la llamada de este segundo cerebro es muy fuerte.

El «tercer cerebro» es el del corazón... ¡El corazón tiene cerebro! ¡Qué buena noticia! Está constituido por más de 40.000 células nerviosas unidas a una compleja red de neurotransmisores. El cerebro del corazón es tan grande como muchas áreas del cerebro craneal.

El campo electromagnético del corazón es el más poderoso del cuerpo. Es, de hecho, unas 5.000 veces mayor que el campo que genera el cerebro y es medible incluso a tres metros de distancia. Al igual que el cerebro del intestino, actúa independientemente, aprende, recuerda y tiene pautas propias de respuesta a la vida.

Lo interesante, además, es que dispone de habilidades hasta ahora intuidas, pero todavía no demostradas científicamente. Las corazonadas, las fuertes intuiciones que se revelan como realidades ciertas, se generan en el corazón.

Hoy es ya reconocido por la medicina convencional occidental lo que se sabía hace miles de años por las técnicas de meditación orientales: que el ritmo del corazón (del cerebro del corazón) puede alterar la efectividad del pensamiento cerebral. De alguna manera, el corazón, más que la cabeza, es el principal protagonista de lo que vivimos.

Diversos autores que han profundizado en el estudio de este «tercer cerebro» sostienen que el ingenio, la iniciativa y la intuición nacen de él: este cerebro está más abierto a la vida y busca activamente una comprensión nueva e intuitiva de lo que más le importa a la persona en la vida.

Probablemente en el futuro se descubrirá que en él residen nuevas y desconocidas capacidades del ser humano relacionadas con lo que ya hoy se define como «las claves de la inteligencia emocional»: la empatia, la conciencia emocional de uno mismo, la transparencia, el optimismo, la iniciativa, la vocación de servicio, la inspiración, la alegría, la confianza en uno mismo, en los demás y en la vida, todo ese tipo de activos que harían de este mundo un lugar de abundancia y satisfacción.

En definitiva, las investigaciones realizadas por eminentes médicos tanto de la medicina occidental o tradicional como de lo que hoy se viene a llamar la medicina alternativa, afirman que el corazón funciona como una especie de radar personal que escruta en nuestro interior y en el exterior a la búsqueda de nuevas oportunidades y opciones de vida... Pero para tomar conciencia de ello, hay que estar atento a nuestro interior, hay que saber mirar y sobre todo escuchar y comprender a nuestro corazón.

Al hilo de esto, me parece evidente (aunque a muchos les cuesta entenderlo) que para ser un buen jefe es necesario tener un corazón inteligente. Ser humano es ser emocional. Somos seres emocionales. A los hombres supuestamente fuertes o se les acaba partiendo el corazón o hacen lo propio con el corazón de los demás.

Un buen jefe tiene conciencia de sí; sabe escucharse, sabe darse permisos, se permite ser «persona conscientemente competente», siente un respeto profundo hacia sí y hacia los demás.

Sólo con un buen corazón es posible crear buenos equipos, buenas organizaciones, buenas empresas. Empresas en las que el jefe sabe manifestar la pasión y los talentos de aquellos que trabajan con él.

Un buen jefe sólo puede serlo para los demás cuando lo es para sí mismo. Ésa es la clave del liderazgo.

Porque...

.. .no puedes conducir a los demás si eres incapaz de conducir tu propia vida;
.. .no puedes dar una dirección a la actividad de los demás si no puedes hacer lo propio con la tuya;
.. .no puedes escuchar honestamente a los demás cuando eres incapaz de escucharte;
.. .no puedes motivar a los demás si no sabes motivarte;
.. .no puedes solicitar la confianza de los demás si eres incapaz de confiar en ti;
.. .no puedes reconocer y respetar a los demás si no puedes reconocerte y respetarte;
.. .no puedes ser consciente y apreciar el valor de los demás si no puedes hacer lo propio con tu valor;
.. .no puedes perdonar los errores de los demás si, en el fondo, no eres capaz de perdonarte;
.. .no puedes exigir flexibilidad y capacidad de adaptación si no las tienes tú;
...no puedes exigir compromiso en los demás si no eres capaz de comprometerte;
.. .no puedes inspirar a los demás si eres incapaz de inspirarte a ti mismo;
.. .no puedes desarrollar los talentos y habilidades de los demás si eres incapaz de hacer lo propio con los tuyos;
.. .no puedes transmitir seguridad si te gobiernan tus miedos inconscientes;
.. .no puedes poner en práctica la empatia si no eres capaz de vivir a fondo todo el espectro de emociones que has reprimido a lo largo de tu vida;
.. .no puedes liderar honesta y sinceramente a otros si no eres capaz de liderarte a ti mismo;
.. .no puedes, en definitiva, emitir luz a los demás cuando no tienes ni para ti.

Porque si intentas ser un jefe sin serlo, generarás un engaño colectivo de consecuencias desastrosas... Es así, en el extremo, como muchos líderes políticos han acabado con las vidas de millones de seres humanos y como muchos presidentes de corporaciones han estafado y se han fundido los ahorros, e incluso las perspectivas de trabajo, de muchas buenas personas.

La profundidad y calidad de tus activos y competencias fija el límite del desarrollo que puedes generar en tu entorno. La profundidad y riqueza de tu pensamiento y de tus sentimientos marca el límite de tu desarrollo y del de aquellos a quienes diriges y te rodean.

Probablemente en el futuro, debido a los descubrimientos que te comentaba, habrá que redefinir el significado de las palabras pensamiento e inteligencia, y llevarlas hacia un territorio más amplio. Porque cabeza, corazón y piernas deben ir en una misma dirección para avanzar. De lo contrario andaremos dando tumbos, hacia delante o hacia atrás, pero sin avanzar. E incluso, como sucede muy frecuentemente, podemos llegar a partirnos en pedazos o a hacer lo propio con los que nos rodean.

Un buen jefe es un ser humano no sólo pensante, sino y sobre todo apasionado, intuitivo y amante.

Por eso te propongo que recuperemos al niño que llevamos dentro y que se quedó sordo de corazón hace tiempo.

El ejercicio no es fácil, de nuevo aparecen los ingredientes de la paciencia, de la perseverancia y del coraje de mirar hacia dentro, pero si no recorremos este camino, desde lo individual, acompañados por otros que han pasado y apoyados por otros que quieren pasar por él, hablando de ello sin miedos ni tapujos, el cambio no será posible. Las recetas de manual no sirven, porque el inconsciente gobierna.

Nos han enseñado a ignorar o a banalizar los signos de nuestro cuerpo y las voces de nuestro corazón. Los tapamos con analgésicos y con todo tipo de drogas (televisión incluida) para que dejen de molestar. Acallar al corazón y los signos que a través de él nos piden un cambio es la mejor manera de que nuestra vida se conduzca por la cabeza y por los mensajes programados. Si esto es así, el cambio real no es posible.

Vivimos en un mundo que a todas luces está enfermo. Enfermo de una especie de cáncer anclado en la ambición y en el sinsentido de la avaricia. 

Quizá porque me niego a renunciar a la utopía cada vez que veo a mis pequeños hijos, pienso que el cambio sólo llegará desde lo individual. Y en el cuerpo a cuerpo, en una firme y serena revolución silenciosa llamada a abrir mentes y corazones hacia la capacidad de vivir una vida plena asumiendo cada cual su propia responsabilidad. Una revolución espontánea y no coordinada.

Para ello, son imprescindibles buenos jefes: personas que asuman la responsabilidad de su propia vida teniendo en cuenta lo esencial que es el respeto del otro desde el amor bien entendido. Desde el sentimiento y no desde el sentimentalismo. Desde la asertividad y no desde la agresividad. Desde la perseverancia y la paciencia más que desde el falso milagro o el pelotazo. Desde el «enseñar a pescar» más que desde «el dar el pescado». Desde el diálogo sincero más que desde la prepotencia. Desde la relación entre iguales más que desde la postura del poder arrogante.

Porque a estas alturas del libro es el momento de decirlo: en el mundo hay millones de personas que sí tienen que ganarse la vida de verdad. Personas que han nacido en un entorno y circunstancias de pobreza, represión, abusos, explotación, ausencia de libertades, escasez de recursos y medios, carencia o deformación de información y de formación. Para que algún día ellos puedan llegar a plantearse que su vida no está perdida, y puedan escuchar sin sentir rabia, cinismo o ironía «que no tienen que ganarse la vida, porque su vida está ganada».

Para que esa masa crítica de la humanidad cuyo principal reto es sobrevivir pueda llegar a plantearse que su vida no está perdida, hace falta no sólo cabeza, sino sobre todo mucho corazón. «Un buen corazón y una buena mente: esto es lo que se necesita para ser un buen jefe», dijo Louis Farmer, un anciano indio onondaga. Hay algunos que lo saben ya hace tiempo, pero se les consideró salvajes y primitivos, y se les acalló por la fuerza. Volvamos a escucharles. Escucharles a ellos es escucharnos a nosotros mismos. La sabiduría reside en el silencio del fondo del corazón.

Recuperemos, respetemos, honremos y pongamos a trabajar a nuestro tercer cerebro, a nuestro corazón.

Álex

P. D. Un fragmento del libro La enfermedad como camino, de Thorwald Dethlefsen y Rüdiger Dahlke, dice así:

A pesar de todos los esfuerzos de los que aspiran a mejorar el mundo, nunca existirá un mundo perfectamente sano, sin conflictos ni problemas, sin fricciones ni disputas. Nunca existirá el ser humano completamente sano, sin enfermedad ni muerte, nunca existirá el amor que todo lo abarca, porque el mundo de las formas vive de las fronteras. Pero todos los objetivos pueden realizarse —por todos y en todo momento— por el que descubre la falsedad de las formas y en su conciencia es libre. En el mundo polar, el amor conduce a la esclavitud; en la unidad es libertad. El cáncer es síntoma de un amor mal entendido. El cáncer sólo respeta el símbolo del amor verdadero. El símbolo del amor verdadero es el corazón. ¡El corazón es el único órgano que no es atacado por el cáncer!

En un mundo con más corazón a todos los niveles, el cáncer, entendido no sólo como enfermedad del individuo, sino como metáfora de un proceso de auto destrucción a nivel de la especie humana, no tiene lugar.

Dice Antoine de Saint-Exupéry que «el verdadero amor no es otra cosa que el deseo inevitable de ayudar a otro para que sea quien es».

Y seguramente el amor es eso, el proceso de dirigir al otro hacia sí mismo, hacia quien en verdad es.

En eso, esencialmente, consiste ser un buen jefe.

Extracto del libro: 

La brújula interior
Conocimiento y éxito duradero 
Álex Rovira Celma

HUMILDAD


domingo, 26 de junio de 2016

EL BAUTISMO


El agua más fría del cielo bombardeó Buenos Aires aquella tarde del invierno de 1906.

A las cinco en punto, en pleno diluvio, lluviazón, helazón, nació un niño en la calle Centro. El padre arrancó al niño de los brazos de la madre, se lo llevó a la azotea y lo alzó, desnudito, ante la lluvia feroz. Y a la luz de los relámpagos lo ofreció a la lluvia, gritando a pleno pulmón, voz de trueno entre los truenos:

—¡Hijo mío, que las aguas del cielo te bendigan!

El recién nacido se pescó tremenda pulmonía. Pasó cuatro meses de mal en peor. Y cuando ya lo daban por muerto, se salvó.

También se salvó de llamarse Descanso Dominical. El padre, un anarquista pobre y poeta, siempre perseguido por la policía y por los acreedores, quiso llamarlo así en homenaje a esa reciente conquista obrera, pero el Registro Civil no le aceptó el nombre. Entonces se reunieron los amigos, anarquistas pobres y poetas, siempre perseguidos por la policía y por los acreedores, y discutieron el asunto. Y fueron ellos quienes decidieron que se llamaría Cátulo, Cátulo Castillo, el niño que unos cuantos años después fue capaz de inventar La última curda y otros tangos de esos que son para escuchar de pie, sombrero en mano.

Tomado de:
Cuentos de Galeano en la Jornada
Eduardo Galeano
Fotografía de internet








Caserón de Tejas
Música: Sebastián Piana 
Letra: Cátulo Castillo

¡Barrio de Belgrano! 
¡Caserón de tejas! 
¿Te acordás, hermana, 
de las tibias noches 
sobre la vereda? 
¿Cuando un tren cercano 
nos dejaba viejas, 
raras añoranzas 
bajo la templanza 
suave del rosal?

¡Todo fue tan simple! 
¡Claro como el cielo! 
¡Bueno como el cuento 
que en las dulces siestas 
nos contó el abuelo! 
Cuando en el pianito 
de la sala oscura 
sangraba la pura 
ternura de un vals.

¡Revivió! ¡Revivió! 
En las voces dormidas del piano, 
y al conjuro sutil de tu mano 
el faldón del abuelo vendrá... 
¡Llamalo! ¡Llamalo! 
Viviremos el cuento lejano 
que en aquel caserón de Belgrano 
venciendo al arcano nos llama mamá...

¡Barrio de Belgrano! 
¡Caserón de tejas! 
¿Dónde está el aljibe, 
dónde están tus patios, 
dónde están tus rejas? 
Volverás al piano, 
mi hermanita vieja, 
y en las melodías 
vivirán los días 
claros del hogar.

Tu sonrisa, hermana, 
cobijó mi duelo, 
y como en el cuento 
que en las dulces siestas 
nos contó el abuelo, 
tornará el pianito 
de la sala oscura 
a sangrar la pura 
ternura del vals...

ACCIONES Y SUS CONSECUENCIAS


sábado, 25 de junio de 2016

HÁGALO-USTED-MISMO


En sí misma, la vida es neutral. Nosotros la hacemos hermosa o fea; la vida es la energía que nosotros le aportemos.

Si vertes belleza en la vida, es bella. Si simplemente te sientas ahí y quieres que sea hermosa, no lo será... debes crear esa belleza. La belleza no está presente como un objeto, como una roca. Hay que crearla. Hay que entregar una visión a la realidad, hay que darle color a la realidad, hay que darle una canción... entonces es hermosa.

De modo que siempre que participes en crear belleza, está ahí; siempre que dejes de crear, desaparece. La belleza es una creación, igual que la fealdad. La felicidad es una creación, también la desdicha.

Recibes solo aquello que creas, nunca otra cosa. Esa es toda la filosofía del karma: recibes únicamente aquello que haces. La vida es un lienzo en blanco... puedes pintar una escena hermosa, un paisaje estupendo, o si quieres puedes pintar fantasmas negros y personas peligrosas. Depende de ti. Puedes conformar un sueño hermoso o una pesadilla.

En cuanto entiendes esto, las cosas son muy sencillas. Tu eres el amo, es tu responsabilidad. Por lo general creemos que la vida tiene alguna belleza objetiva, alguna fealdad objetiva. ¡No! La vida no es más que una oportunidad. Te brinda todo lo necesario: ¡ahora hazlo tu mismo! Es un kit de hágalo-usted-mismo: aporta todo...eres tu quien tienes que darle algún sentido.

Extracto del libro:
DÍA A DÍA
Osho
Día 354
Fotografía tomada de internet

PENSAR PRIMERO...HABLAR DESPUÉS


jueves, 23 de junio de 2016

NO DISECCIONES LAS FLORES


Cuando algo se despliegue dentro de ti, no lo analices intelectualmente. De lo contrario, matarás la flor Le arrancarás los pétalos para ver qué hay en su interior qué es, pero en esa misma disección la flor desaparece.

Y la ironía es que si quieres saber qué es una flor y le arrancas los pétalos, jamás lo averiguarás. Lo que podrás llegar a conocer sobre ella de este modo tendrá que ver con otra cosa... quizá los componentes químicos de la flor, el color de esto o aquello, pero carecerá de referencia a la belleza. Esa belleza desapareció en cuanto le arrancaste los pétalos; en cuanto la diseccionaste la destruiste.

Ahora, sea lo que fuere lo que tengas, es solo un recuerdo de la flor, no es la flor real.

Y lo que sepas a través de ella, sabes sobre una flor muerta, no una flor viva. Y esa viveza era lo verdadero, lo que crecía, lo que se desplegaba, lo que liberaba su fragancia. Y lo mismo sucede con el florecimiento interior.

La meditación aportará muchos espacios nuevos que son muy buenos. Pero si comienzas a pensar en ello -qué es, por qué sucedió, qué significaba-, haces que entre en juego la mente. Y la mente es veneno. Entonces, en vez de regar la flor y la planta, la has envenenado.

La meditación es la dimensión diametralmente opuesta de la mente. Por favor, no hagas que entre la mente. ¡Disfruta! Han sido buenas experiencias. Tendrás más y más de mayor importancia... esto no es más que el principio. Mantente abierto y disponible.

Extracto del libro:
DÍA A DÍA
Osho
Día 353
Fotografía tomada de internet

ACCIONES Y SUS CONSECUENCIAS


miércoles, 22 de junio de 2016

ARROGANCIA / SOBERBIA: LO SÉ TODO


La esencia del pensamiento dogmático 

Haré referencia a tres aspectos claves que conforman la manera de pensar dogmática:egocentrismo (el mundo gira a mi alrededor), arrogancia / soberbia (lo sé todo) y ausencia de autocrítica e intolerancia a la crítica (nunca me equivoco). 

2.- ARROGANCIA / SOBERBIA: LO SÉ TODO

Las personas sencillas y moderadas son conscientes de que no se las saben todas. No obstante, es bueno aclarar que la humildad nada tiene que ver con los sentimientos de minusvalía o la baja autoestima: el humilde se estima a sí mismo en su justa medida. No exagera sus dones ni se vanagloria de ellos, no los publica, no los exhibe: los vive y los goza sin que le importe demasiado la vox pópuli. «El sabio ama el anonimato», decía Heráclito.35 

No sobrestimarse y reconocer las propias limitaciones implica aceptar la posibilidad del error. Modestia equilibrada, bien sustentada, lejos de la vanidad. Spinoza, en la Ética,36 afirmaba que la soberbia es supervalorarse a uno mismo más de lo justo: 

«La sobrestimación hace soberbio con facilidad al hombre que es sobrestimado.» (Proposición 49.) 

La persona dogmática sufre de una curiosa forma de infalibilidad aprendida: prefiere los axiomas a las opiniones. La palabra «opinión» fue utilizada por Platón para designar un tipo de saber «aproximado», que se encuentra entre el conocimiento propiamente dicho y la ignorancia. 

Si la modestia es ser consciente de la propia insuficiencia, el dogmatismo es la expresión de una idea fija: «Soy dueño de la verdad», que parte de dos premisas: «Yo tengo la razón» y «tú estás equivocado».37 Conozco a una persona que se consulta a sí misma como prueba de validez e sus afirmaciones: «Como dije en el simposio de 1995...» Y cuando un día alguien le hizo caer en la cuenta de lo que estaba haciendo, replicó: «¡Pero es verdad, yo lo dije!» Maestro de sí mismo, presumiendo de dar cátedra a partir de su propio saber (quien diga que la masturbación intelectual no existe no sabe de qué está hablando).

Cuentan que en cierta ocasión un maestro puso en evidencia a sus discípulos utilizando la siguiente estratagema. Entregó a cada asistente una hoja de papel, y les pidió que anotaran en ella la longitud exacta de la sala en la que se encontraban. La mayoría escribieron cifras cercanas a los cinco metros y algunos agregaron entre paréntesis la palabra «aproximadamente». Tras observar con detalle las respuestas, el maestro dijo: «Nadie ha dado la respuesta correcta.» «¿Cuál es?», preguntaron los alumnos. Y el maestro, dijo: «La respuesta correcta es: “No lo sé”.»38 He repetido este ejercicio infinidad de veces en terapia de grupo y no deja de sorprenderme el impacto que produce en las personas algo tan sencillo. En realidad, no hemos sido educados para aceptar la propia ignorancia sin avergonzarnos de ella. Obviamente, no estoy haciendo una apología de la barbarie; más bien intento mostrar que el «no sé» es liberador, porque nos aleja de la competencia narcisista y el afán de ganar a toda costa. 

En relación con la obsesión de ganar por ganar, Schopenhauer39 afirmaba: 

«La vanidad innata, especialmente susceptible en lo tocante a las capacidades intelectuales, se niega a admitir que lo que hemos afirmado resulte ser falso, y cierto lo expuesto por el adversario. En este caso, todo lo que uno tendría que hacer es esforzarse por juzgar correctamente, para lo cual tendría que pensar primero y hablar después.» (p. 15) 

Pensar primero y hablar después... Cuando alguien nos contradice en algún foro o mesa redonda, lo que solemos hacer es anotar compulsivamente qué le vamos a contestar, sin esperar siquiera a que el otro termine de explicar sus ideas. La mente dogmática no escucha: no es receptiva, sino defensiva. Sus energías se orientan más a preparar el contraataque que a modificar los desaciertos. Es imposible que la información entre libremente en un sistema hinchado por la pedantería. 

Debo confesar que cuando me invitan a dar una conferencia y leen mi currículum vítae me siento un tanto incómodo. Lo que en realidad me preocupa es que los asistentes se centren sólo en mi biografía (aunque no tenga nada de apabullante) y no en los contenidos que voy a exponer. Algunos conferenciantes me han expresado la misma inquietud. Es evidente que para muchos es más importante quién habla y no qué dice. Siempre he querido hacer un experimento sobre este tema, y lo comento por si alguien se anima a llevarlo a cabo. Se trata de invitar a un grupo de disertadores a un ciclo de conferencias «anónimas». Ubicarlos entre bambalinas y que empiecen a hablar sin que nadie haya leído sus respectivos currículum antes. De esta manera, el auditorio no estaría predispuesto a magnificar o menospreciar las ideas expuestas ya que si no podemos ver la pinta del conferenciante, ni sabemos de quién se trata, quizá apreciemos mejor el mensaje. Llegado este punto me asalta una pregunta: ¿qué pasaría si lo que escuchamos nos parece genial y después nos damos cuenta de que el invitado es alguien sin mayor formación? O al revés: ¿cómo nos sentiríamos si tras mostrarnos indignados por las «ridículas opiniones» del invitado nos diéramos cuenta de que es una eminencia en el tema? 

Un profesor me dijo una vez: «No sé qué pasa, no encuentro discípulos.» Los dos nos quedamos en silencio un rato mientras tomábamos un café. Al rato le pregunté: «¿Y no será que necesitas un maestro?» Todavía me esquiva cuando me ve por los pasillos de la universidad.

¿Qué se opone a la arrogancia / soberbia? La virtud de la humildad, la cual consiste en reconocerse a sí mismo tal como uno es, sin sobrevalorase ni despreciarse. Si el descentramiento nos permite viajar hacia otra persona y conocerla, la humildad nos permite aprender de ella. La humildad libera a la mente de la agotadora y casi siempre innecesaria competencia, de querer ser más, de pavonearse, de recordarle al mundo lo que somos. La modestia, decía Jankelevich, «nos retiene en el camino recto de la inocencia». Yo diría que, además, nos acerca al asombro. No puede haber pensamiento flexible sin humildad.

35. Heráclito (2000). Los filósofos presocráticos. Madrid: Gredos.
36. Spinoza (1995). Ética. Madrid: Alianza. 
 37. Burns, D. D. (2006). Adiós, ansiedad. Barcelona: Paidós. 
 38. De Mello, A. (1993). Un minuto para el absurdo. España: Sal Terrae.
 39. Schopenhauer, A. (2006). El arte de tener razón. Madrid: Alianza Editorial.
 

Extracto del libro:
El arte de ser flexible
Walter Riso

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