viernes, 31 de agosto de 2018

MUNDO SALVAJE







Nosotros no pensamos en las grandes llanuras abiertas, las hermosas colinas, los arroyos serpenteantes con cauces enredados como algo salvaje…





Solo para el hombre blanco la Naturaleza tiene “salvajismo” y sólo para él está infestada de animales salvajes y gente salvaje. Para nosotros les domesticaron la mente. La tierra es abundante y nos rodea con las bendiciones del Gran Misterio.





Filosofía lakota

MUNDO SALVAJE


Nosotros no pensamos en las grandes llanuras abiertas, las hermosas colinas, los arroyos serpenteantes con cauces enredados como algo salvaje…

Solo para el hombre blanco la Naturaleza tiene “salvajismo” y sólo para él está infestada de animales salvajes y gente salvaje. Para nosotros les domesticaron la mente. La tierra es abundante y nos rodea con las bendiciones del Gran Misterio.

Filosofía lakota

LA NEGACIÓN DE LA MUERTE






LA NEGACIÓN DE LA MUERTE


martes, 28 de agosto de 2018

LAS FANTASÍAS DE UNA ABEJA







Era una abeja llena de alegría y vitalidad. En cierta ocasión, volando de flor en flor y embriagada por el néctar, se fue alejando imprudentemente de su colmena más de lo aconsejable, y cuando se dio cuenta ya se había hecho de noche. Justo cuando el sol se estaba ocultando, se hallaba ella deleitándose con el dulce néctar de un loto. Al hacerse la oscuridad, el loto se plegó sobre sí mismo y se cerró, quedando la abeja atrapada en su interior. Despreocupada, ésta dijo para sí: “No importa. Pasaré aquí toda la noche y no dejaré de libar este néctar maravilloso. Mañana, en cuanto amanezca, iré en busca de mis familiares y amigos para que vengan también a probar este manjar tan agradable. Seguro que les va a hacer muy felices”. 





La noche cayó por completo. Un enorme elefante hambriento pasó por el paraje e iba engullendo todo aquello que se hallaba a su paso. La abeja, ignorante de todo lo que sucediera en el exterior y cómodamente alojada en el interior del loto, seguía libando. 





Entonces se dijo: “!Qué néctar tan fantástico, tan dulce, tan delicioso! 





¡Esto es maravilloso! No sólo traeré aquí a todos mis familiares, amigos y vecinos para que lo prueben, sino que me dedicaré a fabricar miel y podré venderla y obtener mucho dinero a cambio de ella y adquirir todas las cosas que me gustan en el mundo”. Súbitamente, tembló el suelo a su lado. El elefante engulló el loto y la abeja apenas tuvo tiempo de pensar: “Éste es mi fin. Me muero”. 





***





El Maestro dice: Sólo existe la seguridad del aquí-ahora. Aplícate al instante, haz lo mejor que puedas en el momento y no divagues.






Tomado del libro:



101 Cuentos clásicos de la India

Recopilación de Ramiro Calle

Fotografía de Internet



LAS FANTASÍAS DE UNA ABEJA


Era una abeja llena de alegría y vitalidad. En cierta ocasión, volando de flor en flor y embriagada por el néctar, se fue alejando imprudentemente de su colmena más de lo aconsejable, y cuando se dio cuenta ya se había hecho de noche. Justo cuando el sol se estaba ocultando, se hallaba ella deleitándose con el dulce néctar de un loto. Al hacerse la oscuridad, el loto se plegó sobre sí mismo y se cerró, quedando la abeja atrapada en su interior. Despreocupada, ésta dijo para sí: “No importa. Pasaré aquí toda la noche y no dejaré de libar este néctar maravilloso. Mañana, en cuanto amanezca, iré en busca de mis familiares y amigos para que vengan también a probar este manjar tan agradable. Seguro que les va a hacer muy felices”. 

La noche cayó por completo. Un enorme elefante hambriento pasó por el paraje e iba engullendo todo aquello que se hallaba a su paso. La abeja, ignorante de todo lo que sucediera en el exterior y cómodamente alojada en el interior del loto, seguía libando. 

Entonces se dijo: “!Qué néctar tan fantástico, tan dulce, tan delicioso! 

¡Esto es maravilloso! No sólo traeré aquí a todos mis familiares, amigos y vecinos para que lo prueben, sino que me dedicaré a fabricar miel y podré venderla y obtener mucho dinero a cambio de ella y adquirir todas las cosas que me gustan en el mundo”. Súbitamente, tembló el suelo a su lado. El elefante engulló el loto y la abeja apenas tuvo tiempo de pensar: “Éste es mi fin. Me muero”. 

***

El Maestro dice: Sólo existe la seguridad del aquí-ahora. Aplícate al instante, haz lo mejor que puedas en el momento y no divagues.

Tomado del libro:
101 Cuentos clásicos de la India
Recopilación de Ramiro Calle
Fotografía de Internet

CEMENTERIOS






CEMENTERIOS


lunes, 27 de agosto de 2018

LA DESMITIFICACIÓN DEL HÉROE







Tal como afirma Joseph Campbell en El héroe de las mil caras, la aventura del hombre como héroe aparece una y otra vez en leyendas, tradiciones y rituales de todos los pueblos del mundo: en los mitos polinesios y griegos, en las leyendas africanas, en los cuentos de hadas célticos y en la mayoría de los simbolismos religiosos. Siempre, de una u otra manera, el peso de la figura heroica está presente en la cultura y en la pedagogía que de ella se desprende. Aunque muchos padres hagan lo posible por no seguir la tradición, la aspiración a ser un paladín se cuela, evidente o subrepticiamente, en las formas más modernas de entretenimiento infantil y adulto. Las legiones de superhéroes, escritas y filmadas, invaden el mercado creando valores que recuerdan las épicas más famosas, obviamente más modernas y domésticas.



Desde Prometen, Jasón, Eneas, Hércules, Moisés y Ulises, hasta Robin Hood, el Llanero Solitario, Superman y Robocop, la morfología de las grandes gestas contiene riesgo, espíritu de aventura, autodeterminación, valentía sin límites, habilidades deslumbrantes y, claro está, desprendimiento de la propia vida; además, los héroes no conocen el fracaso y casi siempre son hombres.





No es fácil para un niño renunciar a ser un adalid, si la esperanza de la familia y la humanidad, tal como muestra la antropología del mito, añora y repite sistemáticamente la misma historia secular de proezas. Analizado desde un punto de vista más complejo, quizá sea la propia estructura inconsciente masculina la que posea implícita la sentencia de buscar satisfacer los sueños de grandeza de una sociedad perturbada, que pretende redimirse a sí misma. Parecería que los héroes hacen falta.





No obstante, para muchos hombres, dentro de los que me incluyo, el antihéroe es nuestro preferido.





Las ventajas saltan a la vista: el antihéroe no debe iniciar ninguna partida (no hay gestas en tierras lejanas), no hay pruebas que pasar (no se necesitan victorias o iniciaciones), y no hay retorno triunfante (no hay nada conquistado). El antihéroe rompe el mito y destroza la propia y asfixiante demanda fantástica de la tradición patriarcal. El antihéroe no quiere doncellas, ni corceles ni rescatar a nadie; tampoco añora el peligro para ponerse a prueba, ya que no hay nada que probar; se niega a la demencia brutal del típico combatiente, y no ve a la mujer como una tentación que debe evitar para llevar a feliz término su gesta ególatra. El antihéroe no quiere ser santo, redentor, emperador, ni dueño de ningún reino. El antihéroe quiere abrazar en silencio, dormir en calma, amar intensamente y, ¿por qué no?, ser rescatado por alguna heroína valiente y atrevida, de esas que no aparecen en los cuentos.





El típico varón gasta gran parte de su energía en parecerse al modelo heroico que la cultura le ha inculcado. No importa si se trata de San Martín, Bolívar, Onassis o Rockefeller, la fantasía está ahí.





Como una espina clavada en su alter ego, el hombre transita por el mundo buscando alguna proeza que dé un motivo a su vida. Si pudiéramos medir el tiempo que los varones invertimos en este tipo de desvaríos, sin lugar a dudas quedaríamos sorprendidos.





Nos guste o no, detrás de toda empresa masculina, ya sea económica, deportiva o intelectual, hay un sentido épico que busca concretarse. ¡Qué agotadora tarea ésta, la de buscar hazañas y romper récords Guinnes!





En franca oposición a este estilo legendario, la liberación-masculina pretende soltar la mente de tanto complejo de superioridad y dejar salir al antihéroe personal, ese que gallarda y mansamente reposa en cada uno de nosotros. Ese que escapa, tropieza, cae, se levanta, insiste, vuelve a caer y arranca. El que vive y persiste, aunque muchas veces no sabe qué hacer. Me refiero sencilla y llanamente al varón normal, despojado de todo atributo sobrenatural y sin más carga que su propia identidad.






Extracto tomado del libro:


Intimidades masculinas


Walter Riso


Imágenes tomadas de internet


LA DESMITIFICACIÓN DEL HÉROE


Tal como afirma Joseph Campbell en El héroe de las mil caras, la aventura del hombre como héroe aparece una y otra vez en leyendas, tradiciones y rituales de todos los pueblos del mundo: en los mitos polinesios y griegos, en las leyendas africanas, en los cuentos de hadas célticos y en la mayoría de los simbolismos religiosos. Siempre, de una u otra manera, el peso de la figura heroica está presente en la cultura y en la pedagogía que de ella se desprende. Aunque muchos padres hagan lo posible por no seguir la tradición, la aspiración a ser un paladín se cuela, evidente o subrepticiamente, en las formas más modernas de entretenimiento infantil y adulto. Las legiones de superhéroes, escritas y filmadas, invaden el mercado creando valores que recuerdan las épicas más famosas, obviamente más modernas y domésticas.
Desde Prometen, Jasón, Eneas, Hércules, Moisés y Ulises, hasta Robin Hood, el Llanero Solitario, Superman y Robocop, la morfología de las grandes gestas contiene riesgo, espíritu de aventura, autodeterminación, valentía sin límites, habilidades deslumbrantes y, claro está, desprendimiento de la propia vida; además, los héroes no conocen el fracaso y casi siempre son hombres.

No es fácil para un niño renunciar a ser un adalid, si la esperanza de la familia y la humanidad, tal como muestra la antropología del mito, añora y repite sistemáticamente la misma historia secular de proezas. Analizado desde un punto de vista más complejo, quizá sea la propia estructura inconsciente masculina la que posea implícita la sentencia de buscar satisfacer los sueños de grandeza de una sociedad perturbada, que pretende redimirse a sí misma. Parecería que los héroes hacen falta.

No obstante, para muchos hombres, dentro de los que me incluyo, el antihéroe es nuestro preferido.

Las ventajas saltan a la vista: el antihéroe no debe iniciar ninguna partida (no hay gestas en tierras lejanas), no hay pruebas que pasar (no se necesitan victorias o iniciaciones), y no hay retorno triunfante (no hay nada conquistado). El antihéroe rompe el mito y destroza la propia y asfixiante demanda fantástica de la tradición patriarcal. El antihéroe no quiere doncellas, ni corceles ni rescatar a nadie; tampoco añora el peligro para ponerse a prueba, ya que no hay nada que probar; se niega a la demencia brutal del típico combatiente, y no ve a la mujer como una tentación que debe evitar para llevar a feliz término su gesta ególatra. El antihéroe no quiere ser santo, redentor, emperador, ni dueño de ningún reino. El antihéroe quiere abrazar en silencio, dormir en calma, amar intensamente y, ¿por qué no?, ser rescatado por alguna heroína valiente y atrevida, de esas que no aparecen en los cuentos.

El típico varón gasta gran parte de su energía en parecerse al modelo heroico que la cultura le ha inculcado. No importa si se trata de San Martín, Bolívar, Onassis o Rockefeller, la fantasía está ahí.

Como una espina clavada en su alter ego, el hombre transita por el mundo buscando alguna proeza que dé un motivo a su vida. Si pudiéramos medir el tiempo que los varones invertimos en este tipo de desvaríos, sin lugar a dudas quedaríamos sorprendidos.

Nos guste o no, detrás de toda empresa masculina, ya sea económica, deportiva o intelectual, hay un sentido épico que busca concretarse. ¡Qué agotadora tarea ésta, la de buscar hazañas y romper récords Guinnes!

En franca oposición a este estilo legendario, la liberación-masculina pretende soltar la mente de tanto complejo de superioridad y dejar salir al antihéroe personal, ese que gallarda y mansamente reposa en cada uno de nosotros. Ese que escapa, tropieza, cae, se levanta, insiste, vuelve a caer y arranca. El que vive y persiste, aunque muchas veces no sabe qué hacer. Me refiero sencilla y llanamente al varón normal, despojado de todo atributo sobrenatural y sin más carga que su propia identidad.

Extracto tomado del libro:
Intimidades masculinas
Walter Riso
Imágenes tomadas de internet

IMPERMANENCIA DE LAS FORMAS






IMPERMANENCIA DE LAS FORMAS


domingo, 26 de agosto de 2018

PLACER Y ADICCIONES



PLACER Y ADICCIONES

EL JUEGO







A lomo de mula, a lomo de moto, a lomo de nada, Federico Ocaranza recorre los caseríos perdidos en las montañas del norte argentino. El anda curando bocas en esas soledades, en esas pobredades: la llegada del dentista, el enemigo del dolor, es una buena noticia para los pastores de llamas y los labradores de tierras heladas, y allá las buenas noticias son pocas, como poco es todo. 





Federico me contó que los niños jamás se cansan jugando al futbol en la altura, y se pasan el día persiguiendo una pelota de trapo entre las nubes. Pero me dijo que no es el futbol lo que más les divierte. Mucho más disfrutan haciéndose los muertos. Los niños se acuestan en el suelo de piedra, con los brazos en cruz, y se burlan de los cóndores. Cuando los cóndores, que vuelan en círculos, se lanzan al ataque, ellos pegan el brinco.









Tomado de:


Cuentos de Galeano en la Jornada
Eduardo Galeano
Fotografía de internet


EL JUEGO


A lomo de mula, a lomo de moto, a lomo de nada, Federico Ocaranza recorre los caseríos perdidos en las montañas del norte argentino. El anda curando bocas en esas soledades, en esas pobredades: la llegada del dentista, el enemigo del dolor, es una buena noticia para los pastores de llamas y los labradores de tierras heladas, y allá las buenas noticias son pocas, como poco es todo. 

Federico me contó que los niños jamás se cansan jugando al futbol en la altura, y se pasan el día persiguiendo una pelota de trapo entre las nubes. Pero me dijo que no es el futbol lo que más les divierte. Mucho más disfrutan haciéndose los muertos. Los niños se acuestan en el suelo de piedra, con los brazos en cruz, y se burlan de los cóndores. Cuando los cóndores, que vuelan en círculos, se lanzan al ataque, ellos pegan el brinco.


Tomado de:
Cuentos de Galeano en la Jornada
Eduardo Galeano
Fotografía de internet

UNA TAREA DIFÍCIL: CONOCERSE A UNO MISMO






UNA TAREA DIFÍCIL: CONOCERSE A UNO MISMO


viernes, 24 de agosto de 2018

CONOCERSE A UNO MISMO







Un niño de la India fue enviado a estudiar a un colegio de otro país.





Pasaron algunas semanas, y un día el jovencito se enteró de que en el colegio había otro niño indio y se sintió feliz. Indagó sobre ese niño y supo que el niño era del mismo pueblo que él y experimentó un gran contento.





Más adelante le llegaron noticias de que el niño tenía su misma edad y tuvo una enorme satisfacción. Pasaron unas semanas más y comprobó finalmente que el niño era como él y tenía su mismo nombre. Entonces, a decir verdad, su felicidad fue inconmensurable.





***





El Maestro dice: No hay mayor gozo en este mundo que el de conocerse a uno mismo.









Tomado del libro:



101 Cuentos clásicos de la India

Recopilación de Ramiro Calle

Fotografía de Internet



CONOCERSE A UNO MISMO


Un niño de la India fue enviado a estudiar a un colegio de otro país.

Pasaron algunas semanas, y un día el jovencito se enteró de que en el colegio había otro niño indio y se sintió feliz. Indagó sobre ese niño y supo que el niño era del mismo pueblo que él y experimentó un gran contento.

Más adelante le llegaron noticias de que el niño tenía su misma edad y tuvo una enorme satisfacción. Pasaron unas semanas más y comprobó finalmente que el niño era como él y tenía su mismo nombre. Entonces, a decir verdad, su felicidad fue inconmensurable.

***

El Maestro dice: No hay mayor gozo en este mundo que el de conocerse a uno mismo.


Tomado del libro:
101 Cuentos clásicos de la India
Recopilación de Ramiro Calle
Fotografía de Internet

EXTERIOR E INTERIOR FUNDIDOS






EXTERIOR E INTERIOR FUNDIDOS


miércoles, 22 de agosto de 2018

LA MUERTE ES UNA ILUSIÓN







Es como una nube en el cielo. Cuando la nube ya no está en el cielo no significa que la nube haya muerto. La nube continúa en otras formas, como lluvia o nieve o hielo. Así que uno puede reconocer tu nube en sus nuevas formas. Si estás muy encariñado de una nube hermosa y si tu nube no está más ahí, no deberías estar triste. Tu amada nube pudo haberse convertido en lluvia, llamándote ‘querida, querida ¿No me ves en mi nueva forma?’. Y entonces no serás golpeada por la pena y la desesperación. Tu ser amado continúa siempre. La meditación te ayuda a reconocer su presencia constante en nuevas formas.





Nuestra naturaleza es la naturaleza sin nacimiento y sin muerte. La naturaleza de la nube también. Una nube no puede morir nunca. Una nube puede volverse nieve o granizo o lluvia, pero es imposible para una nube pasar de ‘ser’ a ‘no ser’, y eso es verdadero para con tu ser amado. Ella no ha muerto, ella continua en muchas formas nuevas. Y uno puede mirarla profundamente y reconocerla en uno y alrededor de uno.








Thich Nhat Hanh

LA MUERTE ES UNA ILUSIÓN


Es como una nube en el cielo. Cuando la nube ya no está en el cielo no significa que la nube haya muerto. La nube continúa en otras formas, como lluvia o nieve o hielo. Así que uno puede reconocer tu nube en sus nuevas formas. Si estás muy encariñado de una nube hermosa y si tu nube no está más ahí, no deberías estar triste. Tu amada nube pudo haberse convertido en lluvia, llamándote ‘querida, querida ¿No me ves en mi nueva forma?’. Y entonces no serás golpeada por la pena y la desesperación. Tu ser amado continúa siempre. La meditación te ayuda a reconocer su presencia constante en nuevas formas.

Nuestra naturaleza es la naturaleza sin nacimiento y sin muerte. La naturaleza de la nube también. Una nube no puede morir nunca. Una nube puede volverse nieve o granizo o lluvia, pero es imposible para una nube pasar de ‘ser’ a ‘no ser’, y eso es verdadero para con tu ser amado. Ella no ha muerto, ella continua en muchas formas nuevas. Y uno puede mirarla profundamente y reconocerla en uno y alrededor de uno.


Thich Nhat Hanh

MENTE NO PREOCUPADA






MENTE NO PREOCUPADA


martes, 21 de agosto de 2018

¿CUÁL SEXO FUERTE?







PARTE 1


Algunas consideraciones sobre la supuesta 


fortaleza del varón y su natural 


debilidad humana.





Los hombres no somos, definitivamente, tan fuertes como la cultura ha querido mostrar. Más aún, en muchas situaciones donde sería propicio manifestar la tal fortaleza masculina, ésta brilla por su ausencia. Independientemente de las causas del estereotipo social que estigmatiza a un varón recio e indoloro, es indudable que los propios hombres, tal vez en respuesta a las deficiencias de un ego que necesita ser constantemente admirado, hayamos mantenido y promocionado esta imagen alterada de la masculinidad que, además de no ser honesta, nos ha traído más desventajas que ventajas. De hecho, muchos varones están hartos de jugar el papel de un superhombre carente de adrenalina, inerte ante el sufrimiento y totalmente autosuficiente. Si la mayoría de los hombres siente miedo, no soporta la soledad, le agobia la idea del fracaso y no muestra el mínimo indicio de hacer abdominales, ¿de cuál sexo fuerte estamos hablando?





El paradigma de la fortaleza masculina La fuerza física fue muy importante en los niveles preestatales de la civilización. El poder muscular permitía asegurar la vida en dos sentidos fundamentales. Por un lado, hacer la guerra requería de hombres fornidos que pudieran cargar armas y enfrentar la contienda corporal. Por el otro, si por cualquier razón el hábitat se volvía hostil y difícil, el músculo comenzaba a ser determinante para la supervivencia. Cuando las dos condiciones mencionadas ocurrían, los hijos hombres se privilegiaban sobre las hijas mediante prácticas tan espantosas como el infanticidio femenino y otras barbaridades demográficas. Los hombres fuertes fueron necesarios y posiblemente, por tal razón, acceder a esta categoría implicaba un esfuerzo especial.





Los ritos de iniciación masculina que realzan la fortaleza han existido en casi todas las culturas y a través de todos los tiempos. Desde la severa formación espartana de los griegos y los caballeros de la Edad Media hasta el traumático servicio militar, todos, sin excepción, parecen compartir el mismo principio: para hacerse hombre y ser reconocido como tal, es necesario sufrir. Incluso en la actualidad, muchos grupos tribales y aldeanos someten a sus jóvenes varones a pruebas extraordinarias de fuerza y entrenamiento para resistir el dolor y el miedo, exponiéndolos a elementos nocivos, mutilaciones físicas y enfrentamientos con terribles alucinaciones provocadas por droga.










Pese a que el poder masculino ha sido trasladado del garrote del troglodita al maletín del ejecutivo, la fuerza física aún es un requisito importante de masculinidad para muchos hombres y mujeres. Esta creencia puede generar en los jóvenes varones un trastorno opuesto a la anorexia femenina, pero igualmente grave: en vez de Twiggy, Charles Atlas. Muchos adolescentes hombres muestran serios problemas de autoestima y autoimagen porque se perciben a sí mismos como enclenques, demasiado flatoso alejados del patrón "fornido" tradicional: "Me gustaría tener más espalda","Quisiera ser más grueso", "Mis brazos son raquíticos", y así. Sentirse alfeñique es una de las torturas más grandes por las que puede pasar un muchacho. El silogismo es claro, aunque falso: "Un verdadero hombre debe ser fuerte, la fortaleza está en los músculos. Yo no tengo suficiente desarrollo físico, por lo tanto soy poco hombre y poco atractivo". Una trampa aristotélica mortal que los puede llevar a incrementar obsesivamente sus proporciones, de cualquier manera y a cualquier costo, anabólicos incluidos. En tiempo de playa y sol, la discriminación es clara: las mujeres ocultan su celulitis envolviéndose en una toalla, y los hombres esconden su escasa caja toráxica debajo de una holgada camiseta que no se quitan por nada delmundo.





No estoy diciendo que la educación física deba abolirse, indudablemente el cuidado del cuerpo es importante, además de saludable, pero una cosa es conservarlo y cuidarlo sanamente, y otra muy distinta hacer que la auto- aceptación dependa en forma exclusiva de las medidas corporales. La fortaleza física no es una cualidad intrínseca y determinante de la masculinidad, ni mucho menos. Si el varón reduce su hombría a los músculos, reemplazará el pensamiento por el sudor, y eso sí que es grave.





Pero el problema de la fuerza no termina ahí. La supuesta reciedumbre masculina también implica valentía, dominancia y seguridad en cantidades industriales. Un paquete de exigencias muy difícil de obtener. La gran proporción de varones que todavía aspiran a esta quimera son producto de un condicionamiento valorativo, claramente autodestructivo y deshumanizarte.





¿En realidad necesitamos ser física y psicológicamente tan poderosos como queremos mostrar?







Muchas mujeres recién casadas, que han tenido noviazgos cortos y no han podido conocer bien a sus cónyuges, se quejan de que su marido ha cambiado demasiado desde el matrimonio y ya no parece ser el mismo. Una de mis pacientes relataba así la transformación de su flamante marido: "Es otra persona... La seguridad en sí mismo, la iniciativa y la gran capacidad para resolver problemas de manera diligente, que tanto me habían impactado, desaparecieron de la noche a la mañana... Me acosté con un hombre y amanecí con otro...". En realidad, muchos hombres inseguros se mienten a sí mismos y a los demás mostrando un patrón de fortaleza inexistente, a la espera de ser aceptados. No es un juego de seducción, sino un mecanismo supremamente peligroso y dañino para compensar una autoestima endeble.





Si bien es cierto que un grupo nada despreciable de mujeres aún se inclina ante unos buenos bíceps (basta con asistir a cualquier película donde Antonio Banderas o Tom Cruise se quitan la camisa para confirmarlo), y admira a un hombre que enfrente el peligro sin pestañear, debemos reconocer que otra parte de la demanda femenina ha dejado de exigir este prehistórico requisito. El problema parecería surgir cuando la mujer de nuestros sueños está, abierta o suterradamente, en el grupo "pro John Wayne".





Una anécdota apoya lo anterior. Hasta hace poco, en algunos bares de Medellín (Colombia) solía haber un servicio muy especial. Además del vendedor de rosas y el guitarrista, existían unos sombríos personajes que ponían en jaque el orgullo masculino. El sujeto se acercaba con una cajita de la cual asomaban una manivela y dos cables con dos electrodos gruesos en cada punta. La consigna era definitivamente insinuante y difícil de ignorar para cualquier varón que se apreciara de serlo: "Pruebe a ver qué tan hombre es... Pruebe la fuerza... Sólo dos mil pesitos". El reto resultaba ineludible, no sólo para exhibirnos ante la amiga de turno sino, además y muy secretamente, para reafirmar esa arcaica reminiscencia de supremacía masculina que, lo quemarnos o no, todavía se oculta en cada uno de nosotros. El show comenzaba cuando se contrataba el servicio de choques eléctricos. El osado varón se agarraba de ambos trozos de metal y el "verdugo", con cierta cara de satisfacción ladina, daba vuelta a la manivela para ver cuánta intensidad podía soportar la víctima. Si se aguantaba bastante, los vecinos de mesa le mandaban un trago de cortesía y algunos aplausos acompañados de efusivas felicitaciones, pero si el lado flaco traicionaba al sujeto y soltaba los electrodos demasiado rápido, o asomaba algún indicio de dolor, era abucheado y su reputación se veía seriamente afectada.





Recuerdo que uno de mis amigos, profesor de literatura y filosofía, una especie de Woody Allen latinoamericano, quizás influenciado por algunos aguardientes de más, decidió aventurarse a medir su resistencia al dolor. Creo que debió ser el récord de menor tiempo en toda la historia. Duró tan poco que el vendedor de choques, quien no perdonaba una, decidió no cobrarle. Ni burlas hubo. Sólo silencio y algunas miradas de pesar. Su novia, una estudiante de antropología defensora de la igualdad entre sexos y aparentemente superada de todo vestigio machista, no pudo ocultar su desconcierto e incomodidad: "¿Qué te pasó?", murmuró en voz baja. Él, frotándose y soplándose los dedos, se limitó a contestar sinceramente: "¡Es horrible! ¡Me quemó!". Ella, al darse cuenta de su exabrupto antifeminista, trató de enmendar la metida de pata y lo abrazó con ternura: "No importa, mi amor... De todas maneras, yo te quiero igual...".





Es evidente que aunque la cosa esté cambiando, la debilidad masculina no se digiere con facilidad.





En particular frente al tema del dolor, pienso que la mujer sale mejor librada que el hombre. Si los hombres tuviéramos que parir, el planeta estaría despoblado. 





La nueva masculinidad no exige tanto. Un hombre débil puede ser tan varonil como femenina una mujer fuerte. Para ser varones no tenemos que colgarnos de los pulgares, ni rompernos la espalda levantando pesas, ni soportar estoicamente las angustias y asumir el papel de un decadente Rambo, un imperturbable Hombre Marlboro o un atlético e insípido Sansón. Basta con que dejemos traslucir lo que de verdad somos, sin pretender vender una idea distorsionada de lo esencialmente masculino.





Tenemos el derecho a que la natural fragilidad que anida en cada uno de nosotros haga su aparición, y a no sentir vergüenza por ello. Al que no le guste, que no mire.






Extracto tomado del libro:


Intimidades masculinas


Walter Riso


Imágenes tomadas de internet


¿CUÁL SEXO FUERTE?


PARTE 1
Algunas consideraciones sobre la supuesta 
fortaleza del varón y su natural 
debilidad humana.

Los hombres no somos, definitivamente, tan fuertes como la cultura ha querido mostrar. Más aún, en muchas situaciones donde sería propicio manifestar la tal fortaleza masculina, ésta brilla por su ausencia. Independientemente de las causas del estereotipo social que estigmatiza a un varón recio e indoloro, es indudable que los propios hombres, tal vez en respuesta a las deficiencias de un ego que necesita ser constantemente admirado, hayamos mantenido y promocionado esta imagen alterada de la masculinidad que, además de no ser honesta, nos ha traído más desventajas que ventajas. De hecho, muchos varones están hartos de jugar el papel de un superhombre carente de adrenalina, inerte ante el sufrimiento y totalmente autosuficiente. Si la mayoría de los hombres siente miedo, no soporta la soledad, le agobia la idea del fracaso y no muestra el mínimo indicio de hacer abdominales, ¿de cuál sexo fuerte estamos hablando?

El paradigma de la fortaleza masculina La fuerza física fue muy importante en los niveles preestatales de la civilización. El poder muscular permitía asegurar la vida en dos sentidos fundamentales. Por un lado, hacer la guerra requería de hombres fornidos que pudieran cargar armas y enfrentar la contienda corporal. Por el otro, si por cualquier razón el hábitat se volvía hostil y difícil, el músculo comenzaba a ser determinante para la supervivencia. Cuando las dos condiciones mencionadas ocurrían, los hijos hombres se privilegiaban sobre las hijas mediante prácticas tan espantosas como el infanticidio femenino y otras barbaridades demográficas. Los hombres fuertes fueron necesarios y posiblemente, por tal razón, acceder a esta categoría implicaba un esfuerzo especial.

Los ritos de iniciación masculina que realzan la fortaleza han existido en casi todas las culturas y a través de todos los tiempos. Desde la severa formación espartana de los griegos y los caballeros de la Edad Media hasta el traumático servicio militar, todos, sin excepción, parecen compartir el mismo principio: para hacerse hombre y ser reconocido como tal, es necesario sufrir. Incluso en la actualidad, muchos grupos tribales y aldeanos someten a sus jóvenes varones a pruebas extraordinarias de fuerza y entrenamiento para resistir el dolor y el miedo, exponiéndolos a elementos nocivos, mutilaciones físicas y enfrentamientos con terribles alucinaciones provocadas por droga.


Pese a que el poder masculino ha sido trasladado del garrote del troglodita al maletín del ejecutivo, la fuerza física aún es un requisito importante de masculinidad para muchos hombres y mujeres. Esta creencia puede generar en los jóvenes varones un trastorno opuesto a la anorexia femenina, pero igualmente grave: en vez de Twiggy, Charles Atlas. Muchos adolescentes hombres muestran serios problemas de autoestima y autoimagen porque se perciben a sí mismos como enclenques, demasiado flatoso alejados del patrón "fornido" tradicional: "Me gustaría tener más espalda","Quisiera ser más grueso", "Mis brazos son raquíticos", y así. Sentirse alfeñique es una de las torturas más grandes por las que puede pasar un muchacho. El silogismo es claro, aunque falso: "Un verdadero hombre debe ser fuerte, la fortaleza está en los músculos. Yo no tengo suficiente desarrollo físico, por lo tanto soy poco hombre y poco atractivo". Una trampa aristotélica mortal que los puede llevar a incrementar obsesivamente sus proporciones, de cualquier manera y a cualquier costo, anabólicos incluidos. En tiempo de playa y sol, la discriminación es clara: las mujeres ocultan su celulitis envolviéndose en una toalla, y los hombres esconden su escasa caja toráxica debajo de una holgada camiseta que no se quitan por nada delmundo.

No estoy diciendo que la educación física deba abolirse, indudablemente el cuidado del cuerpo es importante, además de saludable, pero una cosa es conservarlo y cuidarlo sanamente, y otra muy distinta hacer que la auto- aceptación dependa en forma exclusiva de las medidas corporales. La fortaleza física no es una cualidad intrínseca y determinante de la masculinidad, ni mucho menos. Si el varón reduce su hombría a los músculos, reemplazará el pensamiento por el sudor, y eso sí que es grave.

Pero el problema de la fuerza no termina ahí. La supuesta reciedumbre masculina también implica valentía, dominancia y seguridad en cantidades industriales. Un paquete de exigencias muy difícil de obtener. La gran proporción de varones que todavía aspiran a esta quimera son producto de un condicionamiento valorativo, claramente autodestructivo y deshumanizarte.

¿En realidad necesitamos ser física y psicológicamente tan poderosos como queremos mostrar?

Muchas mujeres recién casadas, que han tenido noviazgos cortos y no han podido conocer bien a sus cónyuges, se quejan de que su marido ha cambiado demasiado desde el matrimonio y ya no parece ser el mismo. Una de mis pacientes relataba así la transformación de su flamante marido: "Es otra persona... La seguridad en sí mismo, la iniciativa y la gran capacidad para resolver problemas de manera diligente, que tanto me habían impactado, desaparecieron de la noche a la mañana... Me acosté con un hombre y amanecí con otro...". En realidad, muchos hombres inseguros se mienten a sí mismos y a los demás mostrando un patrón de fortaleza inexistente, a la espera de ser aceptados. No es un juego de seducción, sino un mecanismo supremamente peligroso y dañino para compensar una autoestima endeble.

Si bien es cierto que un grupo nada despreciable de mujeres aún se inclina ante unos buenos bíceps (basta con asistir a cualquier película donde Antonio Banderas o Tom Cruise se quitan la camisa para confirmarlo), y admira a un hombre que enfrente el peligro sin pestañear, debemos reconocer que otra parte de la demanda femenina ha dejado de exigir este prehistórico requisito. El problema parecería surgir cuando la mujer de nuestros sueños está, abierta o suterradamente, en el grupo "pro John Wayne".

Una anécdota apoya lo anterior. Hasta hace poco, en algunos bares de Medellín (Colombia) solía haber un servicio muy especial. Además del vendedor de rosas y el guitarrista, existían unos sombríos personajes que ponían en jaque el orgullo masculino. El sujeto se acercaba con una cajita de la cual asomaban una manivela y dos cables con dos electrodos gruesos en cada punta. La consigna era definitivamente insinuante y difícil de ignorar para cualquier varón que se apreciara de serlo: "Pruebe a ver qué tan hombre es... Pruebe la fuerza... Sólo dos mil pesitos". El reto resultaba ineludible, no sólo para exhibirnos ante la amiga de turno sino, además y muy secretamente, para reafirmar esa arcaica reminiscencia de supremacía masculina que, lo quemarnos o no, todavía se oculta en cada uno de nosotros. El show comenzaba cuando se contrataba el servicio de choques eléctricos. El osado varón se agarraba de ambos trozos de metal y el "verdugo", con cierta cara de satisfacción ladina, daba vuelta a la manivela para ver cuánta intensidad podía soportar la víctima. Si se aguantaba bastante, los vecinos de mesa le mandaban un trago de cortesía y algunos aplausos acompañados de efusivas felicitaciones, pero si el lado flaco traicionaba al sujeto y soltaba los electrodos demasiado rápido, o asomaba algún indicio de dolor, era abucheado y su reputación se veía seriamente afectada.

Recuerdo que uno de mis amigos, profesor de literatura y filosofía, una especie de Woody Allen latinoamericano, quizás influenciado por algunos aguardientes de más, decidió aventurarse a medir su resistencia al dolor. Creo que debió ser el récord de menor tiempo en toda la historia. Duró tan poco que el vendedor de choques, quien no perdonaba una, decidió no cobrarle. Ni burlas hubo. Sólo silencio y algunas miradas de pesar. Su novia, una estudiante de antropología defensora de la igualdad entre sexos y aparentemente superada de todo vestigio machista, no pudo ocultar su desconcierto e incomodidad: "¿Qué te pasó?", murmuró en voz baja. Él, frotándose y soplándose los dedos, se limitó a contestar sinceramente: "¡Es horrible! ¡Me quemó!". Ella, al darse cuenta de su exabrupto antifeminista, trató de enmendar la metida de pata y lo abrazó con ternura: "No importa, mi amor... De todas maneras, yo te quiero igual...".

Es evidente que aunque la cosa esté cambiando, la debilidad masculina no se digiere con facilidad.

En particular frente al tema del dolor, pienso que la mujer sale mejor librada que el hombre. Si los hombres tuviéramos que parir, el planeta estaría despoblado. 

La nueva masculinidad no exige tanto. Un hombre débil puede ser tan varonil como femenina una mujer fuerte. Para ser varones no tenemos que colgarnos de los pulgares, ni rompernos la espalda levantando pesas, ni soportar estoicamente las angustias y asumir el papel de un decadente Rambo, un imperturbable Hombre Marlboro o un atlético e insípido Sansón. Basta con que dejemos traslucir lo que de verdad somos, sin pretender vender una idea distorsionada de lo esencialmente masculino.

Tenemos el derecho a que la natural fragilidad que anida en cada uno de nosotros haga su aparición, y a no sentir vergüenza por ello. Al que no le guste, que no mire.

Extracto tomado del libro:
Intimidades masculinas
Walter Riso
Imágenes tomadas de internet