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jueves, 2 de agosto de 2018

PERSIGUIENDO LAS NUBES







¿En qué consiste la verdadera felicidad? A menudo creemos que si no conseguimos lo que deseamos, no seremos felices. Pero hay un millón de formas de ser feliz, lo que ocurre es que como no sabemos abrir la puerta que conduce a la felicidad, nos dedicamos a perseguir aquello que deseamos. Pero en realidad cuánto más persigas la felicidad, más infeliz será.





Voy a contarte una historia muy bonita sobre un arroyo que descendía de la cima de una montaña. Era un arroyo muy joven que quería llegar al océano. Deseaba llegar lo más rápido posible. Pero al descender a las llanuras, a las tierras bajas y a los campos que había a sus pies, tuvo que fluir más despacio y se convirtió en un río. Y un río no puede correr tan rápido como un joven arroyo.





Al fluir lentamente empezó a reflejar las nubes del cielo. Había muchas clases de nubes con un montón de formas y colores. Al cabo de poco el río no hacía más que perseguir a las nubes, una tras otra. Pero las nubes no estaban quietas en un lugar, sino que iban y venían, y el río no cesaba de perseguirlas. Cuando descubrió que ninguna nube estaba dispuesta a quedaba con él, se puso muy triste y se echó a llorar.





Un día sopló un viento tan fuerte que alejó todas las nubes del lugar. El cielo adquirió un precioso color azul. Pero como no había nubes, el río empezó a creer que no valía la pena vivir. No sabía disfrutar de aquel cielo azul. Le parecía vacío y tenía la sensación de que su propia vida carecía de significado.





Aquella noche el río estaba tan desesperado que intentó quitarse la vida. ¿Pero acaso puede un río suicidarse? De ser alguien no puedes convertirte en nadie; de ser algo no puedes convertirte en nada. El río estuvo llorando toda la noche y sus lágrimas salpicaban la orilla. Era la primera vez que regresaba a su ser. Antes había estado siempre huyendo de sí mismo. En vez de buscar la felicidad dentro de él, la había estado buscando por fuera. Pero ahora, al volver por primera vez a sí mismo y escuchar el sonido de sus lágrimas, descubrió algo asombroso: comprendió que en realidad estaba hecho de nubes.





Fue un extraño descubrimiento. Se había dedicado a perseguir a las nubes pensando que sin ellas no podía ser feliz y ahora se daba cuenta de que estaba hecho de nubes. Lo que había estado buscando lo tenía ya en su interior.





La felicidad puede ser así. Si sabes regresar al aquí y al ahora, comprenderás que los elementos para ser feliz están ya a tu alcance. No necesitas seguir buscándolos.





De pronto el río se dio cuenta de algo que se reflejaba en la fresca y serena superficie de sus aguas. Era el cielo azul. ¡Qué tranquilo, inalterable y libre era aquel hermoso cielo azul! Aquella visión le llenó de felicidad. Por primera vez podía reflejar el cielo. Antes sólo había reflejado las nubes y corrido tras ellas. Desconocía por completo la presencia del intenso e inalterable cielo azul que estaba siempre a su alcance. Había ignorado hasta entonces que su felicidad estaba hecha de solidez, libertad y espacio. Fue una noche de profunda transformación y sus lágrimas y su sufrimiento se transformaron en alegría y paz.





A la mañana siguiente el viento volvió a soplar y las nubes regresaron. El río descubrió que reflejaba las nubes sin apegarse a ellas, con ecuanimidad. Cada vez que una nube llegaba, le decía: “¡Hola, nube!”. Y cuando se iba, no se sentía triste y le decía: “¡Te veré más tarde!”. Ahora sabía que su libertad era la base de su felicidad. Había aprendido a detenerse y a dejar de correr.





Una noche le fue revelado algo maravilloso: la imagen de la luna llena reflejada en la superficie de sus aguas. Esta visión le hizo muy feliz. Cogido de la mano de las nubes y la luna se dirigió hacia el océano, pero ahora ya no tenía prisa alguna por llegar a él, gozaba de cada momento.





Cada uno de nosotros somos un río.









Extracto del libro:


A la sombra del manzano rosal


El budismo explicado a los niños


Thich Nhat Hanh


Fotografía tomada de internet


PERSIGUIENDO LAS NUBES


¿En qué consiste la verdadera felicidad? A menudo creemos que si no conseguimos lo que deseamos, no seremos felices. Pero hay un millón de formas de ser feliz, lo que ocurre es que como no sabemos abrir la puerta que conduce a la felicidad, nos dedicamos a perseguir aquello que deseamos. Pero en realidad cuánto más persigas la felicidad, más infeliz será.

Voy a contarte una historia muy bonita sobre un arroyo que descendía de la cima de una montaña. Era un arroyo muy joven que quería llegar al océano. Deseaba llegar lo más rápido posible. Pero al descender a las llanuras, a las tierras bajas y a los campos que había a sus pies, tuvo que fluir más despacio y se convirtió en un río. Y un río no puede correr tan rápido como un joven arroyo.

Al fluir lentamente empezó a reflejar las nubes del cielo. Había muchas clases de nubes con un montón de formas y colores. Al cabo de poco el río no hacía más que perseguir a las nubes, una tras otra. Pero las nubes no estaban quietas en un lugar, sino que iban y venían, y el río no cesaba de perseguirlas. Cuando descubrió que ninguna nube estaba dispuesta a quedaba con él, se puso muy triste y se echó a llorar.

Un día sopló un viento tan fuerte que alejó todas las nubes del lugar. El cielo adquirió un precioso color azul. Pero como no había nubes, el río empezó a creer que no valía la pena vivir. No sabía disfrutar de aquel cielo azul. Le parecía vacío y tenía la sensación de que su propia vida carecía de significado.

Aquella noche el río estaba tan desesperado que intentó quitarse la vida. ¿Pero acaso puede un río suicidarse? De ser alguien no puedes convertirte en nadie; de ser algo no puedes convertirte en nada. El río estuvo llorando toda la noche y sus lágrimas salpicaban la orilla. Era la primera vez que regresaba a su ser. Antes había estado siempre huyendo de sí mismo. En vez de buscar la felicidad dentro de él, la había estado buscando por fuera. Pero ahora, al volver por primera vez a sí mismo y escuchar el sonido de sus lágrimas, descubrió algo asombroso: comprendió que en realidad estaba hecho de nubes.

Fue un extraño descubrimiento. Se había dedicado a perseguir a las nubes pensando que sin ellas no podía ser feliz y ahora se daba cuenta de que estaba hecho de nubes. Lo que había estado buscando lo tenía ya en su interior.

La felicidad puede ser así. Si sabes regresar al aquí y al ahora, comprenderás que los elementos para ser feliz están ya a tu alcance. No necesitas seguir buscándolos.

De pronto el río se dio cuenta de algo que se reflejaba en la fresca y serena superficie de sus aguas. Era el cielo azul. ¡Qué tranquilo, inalterable y libre era aquel hermoso cielo azul! Aquella visión le llenó de felicidad. Por primera vez podía reflejar el cielo. Antes sólo había reflejado las nubes y corrido tras ellas. Desconocía por completo la presencia del intenso e inalterable cielo azul que estaba siempre a su alcance. Había ignorado hasta entonces que su felicidad estaba hecha de solidez, libertad y espacio. Fue una noche de profunda transformación y sus lágrimas y su sufrimiento se transformaron en alegría y paz.

A la mañana siguiente el viento volvió a soplar y las nubes regresaron. El río descubrió que reflejaba las nubes sin apegarse a ellas, con ecuanimidad. Cada vez que una nube llegaba, le decía: “¡Hola, nube!”. Y cuando se iba, no se sentía triste y le decía: “¡Te veré más tarde!”. Ahora sabía que su libertad era la base de su felicidad. Había aprendido a detenerse y a dejar de correr.

Una noche le fue revelado algo maravilloso: la imagen de la luna llena reflejada en la superficie de sus aguas. Esta visión le hizo muy feliz. Cogido de la mano de las nubes y la luna se dirigió hacia el océano, pero ahora ya no tenía prisa alguna por llegar a él, gozaba de cada momento.

Cada uno de nosotros somos un río.


Extracto del libro:
A la sombra del manzano rosal
El budismo explicado a los niños
Thich Nhat Hanh
Fotografía tomada de internet

jueves, 12 de julio de 2018

¡DISFRUTA DE UNA SOLA A LA VEZ!







Comer es un acto sagrado. Comer siendo consciente de ello es una práctica muy profunda y agradable que resulta fácil de aprender. Al hacerla, la felicidad de la familia y la sociedad aumenta.





Patatas, magdalenas, leche... comemos esos productos a diario, pero sin conocer su naturaleza, su origen o el proceso de fabricación que han seguido hasta llegar a nuestra mesa. Antes de comer, podemos pensar de dónde procede la leche, cuál es su naturaleza, la situación que su producción tiene en el mundo. Esto nos hará descubrir muchas cosas, ya que a menudo la consumimos sin saber lo que es, ignoramos su origen, así como la felicidad o el sufrimiento que ha supuesto su producción.





Antes de compartir una comida es una buena idea hacer durante unos minutos una meditación colectiva. En la tradición cristiana se bendice la mesa, pero en la tradición budista antes de comer hacemos la práctica de respirar conscientemente y de observar con atención la comida que hay en la mesa. Inspiramos y espiramos tres veces y damos las gracias a la luz del sol, al trigal, y a la nube que nos han ofrecido la maravillosa comida que vamos a tomar hoy.





Supón que vas a comerte un helado de cucurocho. El helado existe en el momento presente, si perteneciera al pasado no podrías comértelo. Y si perteneciera al futuro, ¿cómo podrías saborearlo? el helado sólo existe en el momento presente. Si tu mente está pensando en el pasado 0 en el futuro, no estarás saboreando realmente el helado. Vuelve al aquí y al ahora y cómete el helado. Cómetelo con todo tu ser: con el cuerpo, el corazón y la mente. Cuando te lo comes de ese modo, saboreas y disfrutas de verdad el helado.





El secreto de la práctica consiste en hacer una sola cosa a la vez. Si comes un helado, come sólo un helado y nada más. Si al comértelo estás excitado, estarás comiendo tu excitación y ni siquiera te fijarás en él. Y si estás enojado, estarás comiendo tu enfado y ni siquiera te gustará su sabor. Al tomarte el helado, come sólo el helado y nada más.





Comer en silencio nos ayuda a valorar los alimentos y a reconocer su presencia. Durante los cinco primeros minutos comemos en silencio para concentramos en la comida.





Intenta comer en silencio durante los cinco primeros minutos. Come muy despacio y disfruta de la comida. Come con todo tu ser para saborearla a fondo. Sabes que si comes un helado poco a poco, siendo consciente de él, te sabrá mucho mejor y te sentirás más feliz. Es así de sencillo.





Poder comer nos produce una gran felicidad. Tener cada día algo que comer nos proporciona mucha alegría. Incluso puedes decir: “Papá, me siento muy feliz. Esta noche el guiso estaba delicioso. Muchas gracias”. Agradecer así la comida aportará más felicidad al hogar. Si durante la cena haces reproches a alguien, si le criticas diciendo: ¿Cómo es que esta noche vienes tan tarde?, estarás haciendo infelices a todos los que están sentados a la mesa contigo. Hemos de vivir de tal modo que la hora de cenar se convierta en la hora más feliz del día.





Si cuando comes eres capaz de crear felicidad, podrás crearla también en otros momentos del día y eso es maravilloso. Tienes el don de crear felicidad en cualquier momento.









Extracto del libro:


A la sombra del manzano rosal


El budismo explicado a los niños


Thich Nhat Hanh


Fotografía tomada de internet


¡DISFRUTA DE UNA SOLA A LA VEZ!


Comer es un acto sagrado. Comer siendo consciente de ello es una práctica muy profunda y agradable que resulta fácil de aprender. Al hacerla, la felicidad de la familia y la sociedad aumenta.

Patatas, magdalenas, leche... comemos esos productos a diario, pero sin conocer su naturaleza, su origen o el proceso de fabricación que han seguido hasta llegar a nuestra mesa. Antes de comer, podemos pensar de dónde procede la leche, cuál es su naturaleza, la situación que su producción tiene en el mundo. Esto nos hará descubrir muchas cosas, ya que a menudo la consumimos sin saber lo que es, ignoramos su origen, así como la felicidad o el sufrimiento que ha supuesto su producción.

Antes de compartir una comida es una buena idea hacer durante unos minutos una meditación colectiva. En la tradición cristiana se bendice la mesa, pero en la tradición budista antes de comer hacemos la práctica de respirar conscientemente y de observar con atención la comida que hay en la mesa. Inspiramos y espiramos tres veces y damos las gracias a la luz del sol, al trigal, y a la nube que nos han ofrecido la maravillosa comida que vamos a tomar hoy.

Supón que vas a comerte un helado de cucurocho. El helado existe en el momento presente, si perteneciera al pasado no podrías comértelo. Y si perteneciera al futuro, ¿cómo podrías saborearlo? el helado sólo existe en el momento presente. Si tu mente está pensando en el pasado 0 en el futuro, no estarás saboreando realmente el helado. Vuelve al aquí y al ahora y cómete el helado. Cómetelo con todo tu ser: con el cuerpo, el corazón y la mente. Cuando te lo comes de ese modo, saboreas y disfrutas de verdad el helado.

El secreto de la práctica consiste en hacer una sola cosa a la vez. Si comes un helado, come sólo un helado y nada más. Si al comértelo estás excitado, estarás comiendo tu excitación y ni siquiera te fijarás en él. Y si estás enojado, estarás comiendo tu enfado y ni siquiera te gustará su sabor. Al tomarte el helado, come sólo el helado y nada más.

Comer en silencio nos ayuda a valorar los alimentos y a reconocer su presencia. Durante los cinco primeros minutos comemos en silencio para concentramos en la comida.

Intenta comer en silencio durante los cinco primeros minutos. Come muy despacio y disfruta de la comida. Come con todo tu ser para saborearla a fondo. Sabes que si comes un helado poco a poco, siendo consciente de él, te sabrá mucho mejor y te sentirás más feliz. Es así de sencillo.

Poder comer nos produce una gran felicidad. Tener cada día algo que comer nos proporciona mucha alegría. Incluso puedes decir: “Papá, me siento muy feliz. Esta noche el guiso estaba delicioso. Muchas gracias”. Agradecer así la comida aportará más felicidad al hogar. Si durante la cena haces reproches a alguien, si le criticas diciendo: ¿Cómo es que esta noche vienes tan tarde?, estarás haciendo infelices a todos los que están sentados a la mesa contigo. Hemos de vivir de tal modo que la hora de cenar se convierta en la hora más feliz del día.

Si cuando comes eres capaz de crear felicidad, podrás crearla también en otros momentos del día y eso es maravilloso. Tienes el don de crear felicidad en cualquier momento.


Extracto del libro:
A la sombra del manzano rosal
El budismo explicado a los niños
Thich Nhat Hanh
Fotografía tomada de internet

lunes, 2 de julio de 2018

SÉ BUENO CONTIGO MISMO







Cuando bebes alcohol, fumas marihuana o consumes drogas, al principio tal vez te sientas bien, pero has de saber que estas sensaciones son muy peligrosas porque pueden llevarte a una adicción y causarte mucho sufrimiento. Te ruego que no te dejes engañar por estas sensaciones en apariencia agradables. Obsérvalas a fondo, ya que pueden contener el potencial de las sensaciones dolorosas que más tarde se manifestarán en ti.





Por eso es tan importante ser consciente de lo que sientes, bebes o comes. Cuando observamos el alcohol que estamos bebiendo, podemos ver a mucha gente que se está muriendo en este preciso momento de hambre. Cuarenta mil niños mueren cada día de desnutrición y, como ya sabes, para fabricar bebidas alcohólicas se necesitan muchos cereales. Si observas a fondo el hecho de beber esta clase de bebidas, ya no te resultará agradable hacerlo porque desearás evitar el uso de cereales destinados a la fabricación de bebidas alcohólicas para que la gente que está hambrienta tenga algo que comer.





La consciencia también es un alimento. Te lo creas o no, cuando lees un artículo de una revista, miras la televisión o vas al cine, estás ingiriendo consciencia, porque esos medios reflejan la consciencia colectiva de un grupo de personas con unas determinadas opiniones, sentimientos y formas de pensar. El Buda dijo que debes ser consciente de la cantidad de consciencia que ingieres. Algunas clases de consciencia no son buenas ni sanas para ti, en especial si ya tienes problemas.





Por ejemplo, un programa de la televisión, un libro en nuestra consciencia si esas noticias, información, imágenes y sonidos alimentan nuestro miedo, angustia o desesperanza. Los anuncios también pueden ser tóxicos y hemos de considerar sus mensajes cuidadosamente. Muchas empresas prometen que si compramos un determinado producto seremos felices: “Ser feliz es fácil, sólo ha de comprar esto”.





Las imágenes y sonidos que suelen llamamos la atención contienen toxinas de las que hemos de protegernos. Si sigues ingiriendo esa clase de consciencia, acabarás enfermando. Por eso necesitas seleccionar lo que consumes e ingerir la consciencia que te conduzca a la curación y la transformación.





Un consumo responsable significa que sólo dejamos que el cuerpo y la mente ingieran unos alimentos sanos. Practicamos el comer y beber de manera consciente, sin consumir alcohol o drogas, y sin comer alimentos que contengan toxinas. Lo hacemos tanto para nosotros mismos como para los miembros de nuestra familia y para la sociedad. El apoyo de la familia y los amigos puede ayudarnos a llevarlo a cabo.






Extracto del libro:


A la sombra del manzano rosal


El budismo explicado a los niños


Thich Nhat Hanh


Fotografía tomada de internet


SÉ BUENO CONTIGO MISMO


Cuando bebes alcohol, fumas marihuana o consumes drogas, al principio tal vez te sientas bien, pero has de saber que estas sensaciones son muy peligrosas porque pueden llevarte a una adicción y causarte mucho sufrimiento. Te ruego que no te dejes engañar por estas sensaciones en apariencia agradables. Obsérvalas a fondo, ya que pueden contener el potencial de las sensaciones dolorosas que más tarde se manifestarán en ti.

Por eso es tan importante ser consciente de lo que sientes, bebes o comes. Cuando observamos el alcohol que estamos bebiendo, podemos ver a mucha gente que se está muriendo en este preciso momento de hambre. Cuarenta mil niños mueren cada día de desnutrición y, como ya sabes, para fabricar bebidas alcohólicas se necesitan muchos cereales. Si observas a fondo el hecho de beber esta clase de bebidas, ya no te resultará agradable hacerlo porque desearás evitar el uso de cereales destinados a la fabricación de bebidas alcohólicas para que la gente que está hambrienta tenga algo que comer.

La consciencia también es un alimento. Te lo creas o no, cuando lees un artículo de una revista, miras la televisión o vas al cine, estás ingiriendo consciencia, porque esos medios reflejan la consciencia colectiva de un grupo de personas con unas determinadas opiniones, sentimientos y formas de pensar. El Buda dijo que debes ser consciente de la cantidad de consciencia que ingieres. Algunas clases de consciencia no son buenas ni sanas para ti, en especial si ya tienes problemas.

Por ejemplo, un programa de la televisión, un libro en nuestra consciencia si esas noticias, información, imágenes y sonidos alimentan nuestro miedo, angustia o desesperanza. Los anuncios también pueden ser tóxicos y hemos de considerar sus mensajes cuidadosamente. Muchas empresas prometen que si compramos un determinado producto seremos felices: “Ser feliz es fácil, sólo ha de comprar esto”.

Las imágenes y sonidos que suelen llamamos la atención contienen toxinas de las que hemos de protegernos. Si sigues ingiriendo esa clase de consciencia, acabarás enfermando. Por eso necesitas seleccionar lo que consumes e ingerir la consciencia que te conduzca a la curación y la transformación.

Un consumo responsable significa que sólo dejamos que el cuerpo y la mente ingieran unos alimentos sanos. Practicamos el comer y beber de manera consciente, sin consumir alcohol o drogas, y sin comer alimentos que contengan toxinas. Lo hacemos tanto para nosotros mismos como para los miembros de nuestra familia y para la sociedad. El apoyo de la familia y los amigos puede ayudarnos a llevarlo a cabo.

Extracto del libro:
A la sombra del manzano rosal
El budismo explicado a los niños
Thich Nhat Hanh
Fotografía tomada de internet

miércoles, 30 de mayo de 2018

LA IMPORTANCIA DE RESPETAR EL SEXO Y EL CUERPO







Una persona está formada de cuerpo y mente. Comunicarnos sólo con el cuerpo sin que el alma también lo haga es peligroso. Cuando dos personas se aman desean estar cerca una de otra, pero se trata de la intimidad de dos almas que se comunican, comprenden y comparten unos valores espirituales. Si es así, la unión de esos dos cuerpos será significativa y producirá felicidad. Pero si se unen sin que lo hagan sus almas, sufrirán. En este caso nosotros la llamamos “una unión sexual vacía”.





Algunas partes del cuerpo son sagradas, como la coronilla, en la parte superior de la cabeza. La coronilla es un altar para los asiáticos, en especial para los vietnamitas, que colocamos en los altares los objetos más sagrados. En Vietnam cualquier casa, por pobre que sea, tiene un altar dedicado a los antepasados con ofrendas de frutas, flores o incienso. Los vietnamitas tratamos ese altar con muchísimo cuidado porque lo consideramos sagrado. También creemos que en el cuerpo hay unas zonas sagradas y no queremos que nadie las vea ni las toque, y esto lo piensan tanto los chicos como las chicas. A veces sujetamos la mano de alguien o le ponemos una mano sobre el hombro, pero sabemos que no hemos de tocarle nunca las zonas sagradas del cuerpo. El cuerpo es tan sagrado como el alma y no podemos compartirlo con cualquier persona.





En el alma también hay unas zonas que son sagradas y no queremos que cualquier persona las vea ni las toque. Son las experiencias y las imágenes que nos reservamos para nosotros. No queremos compartirlas con todo el mundo, sólo con la persona que nos inspira más confianza, a la que más queremos. Revelamos estos secretos que hay en el fondo de nuestro corazón a muy pocas personas, probablemente a una. Y sólo cuando tenemos un amigo que nos comprende de verdad, compartimos esas zonas tan sagradas de nuestro cuerpo y de nuestra alma con él. Entonces la unión de dos cuerpos se convierte en la unión de dos almas, es una ceremonia sagrada que produce felicidad.





¿Qué ocurre cuando un chico y una chica de doce, trece o catorce años practican el sexo? Ocurre que los dos cuerpos se unen movidos por el deseo sexual sin que la pareja se comprenda ni se conozca. Y al ignorar qué es el amor, practican un sexo vacío y ello es peligroso porque estos dos jóvenes pueden viajar por el camino del deseo sexual en el que no hay más que sexo sin comprensión. Y en el futuro no conocerán qué es el verdadero amor. Son como un fruto sin madurar, como una flor sin abrir.





La única forma de estar cerca de alguien es por medio de una profunda comprensión, de compartir los sentimientos y las ideas. Cuando nos acostarnos con alguien creemos que al estar cerca de esa persona nos estamos comunicando, pero no es más que una ilusión. En realidad, la unión de dos cuerpos puede separar más aún a dos personas. Hay mucha gente que sabe que si no comprende y ama a su pareja, y si no comparte a fondo la vida con ella, la falta de comunicación puede crear un gran distanciamiento entre los dos, y esto es muy peligroso. Hemos de practicar la comunicación escuchando atentamente al otro en primer lugar y hablándole después con afecto.





Muchos de nosotros despreciamos nuestro cuerpo y nuestra alma y no los consideramos sagrados. Los jóvenes tienen que proteger su cuerpo y practicar una sexualidad responsable. Si practicamos el sexo sin proteger la integridad de nuestro cuerpo y mente o la del cuerpo y mente de la persona amada, la estaremos ofendiendo a ella y a nosotros al mismo tiempo.












Extracto del libro:


A la sombra del manzano rosal


El budismo explicado a los niños


Thich Nhat Hanh


Fotografía tomada de internet


LA IMPORTANCIA DE RESPETAR EL SEXO Y EL CUERPO


Una persona está formada de cuerpo y mente. Comunicarnos sólo con el cuerpo sin que el alma también lo haga es peligroso. Cuando dos personas se aman desean estar cerca una de otra, pero se trata de la intimidad de dos almas que se comunican, comprenden y comparten unos valores espirituales. Si es así, la unión de esos dos cuerpos será significativa y producirá felicidad. Pero si se unen sin que lo hagan sus almas, sufrirán. En este caso nosotros la llamamos “una unión sexual vacía”.

Algunas partes del cuerpo son sagradas, como la coronilla, en la parte superior de la cabeza. La coronilla es un altar para los asiáticos, en especial para los vietnamitas, que colocamos en los altares los objetos más sagrados. En Vietnam cualquier casa, por pobre que sea, tiene un altar dedicado a los antepasados con ofrendas de frutas, flores o incienso. Los vietnamitas tratamos ese altar con muchísimo cuidado porque lo consideramos sagrado. También creemos que en el cuerpo hay unas zonas sagradas y no queremos que nadie las vea ni las toque, y esto lo piensan tanto los chicos como las chicas. A veces sujetamos la mano de alguien o le ponemos una mano sobre el hombro, pero sabemos que no hemos de tocarle nunca las zonas sagradas del cuerpo. El cuerpo es tan sagrado como el alma y no podemos compartirlo con cualquier persona.

En el alma también hay unas zonas que son sagradas y no queremos que cualquier persona las vea ni las toque. Son las experiencias y las imágenes que nos reservamos para nosotros. No queremos compartirlas con todo el mundo, sólo con la persona que nos inspira más confianza, a la que más queremos. Revelamos estos secretos que hay en el fondo de nuestro corazón a muy pocas personas, probablemente a una. Y sólo cuando tenemos un amigo que nos comprende de verdad, compartimos esas zonas tan sagradas de nuestro cuerpo y de nuestra alma con él. Entonces la unión de dos cuerpos se convierte en la unión de dos almas, es una ceremonia sagrada que produce felicidad.

¿Qué ocurre cuando un chico y una chica de doce, trece o catorce años practican el sexo? Ocurre que los dos cuerpos se unen movidos por el deseo sexual sin que la pareja se comprenda ni se conozca. Y al ignorar qué es el amor, practican un sexo vacío y ello es peligroso porque estos dos jóvenes pueden viajar por el camino del deseo sexual en el que no hay más que sexo sin comprensión. Y en el futuro no conocerán qué es el verdadero amor. Son como un fruto sin madurar, como una flor sin abrir.

La única forma de estar cerca de alguien es por medio de una profunda comprensión, de compartir los sentimientos y las ideas. Cuando nos acostarnos con alguien creemos que al estar cerca de esa persona nos estamos comunicando, pero no es más que una ilusión. En realidad, la unión de dos cuerpos puede separar más aún a dos personas. Hay mucha gente que sabe que si no comprende y ama a su pareja, y si no comparte a fondo la vida con ella, la falta de comunicación puede crear un gran distanciamiento entre los dos, y esto es muy peligroso. Hemos de practicar la comunicación escuchando atentamente al otro en primer lugar y hablándole después con afecto.

Muchos de nosotros despreciamos nuestro cuerpo y nuestra alma y no los consideramos sagrados. Los jóvenes tienen que proteger su cuerpo y practicar una sexualidad responsable. Si practicamos el sexo sin proteger la integridad de nuestro cuerpo y mente o la del cuerpo y mente de la persona amada, la estaremos ofendiendo a ella y a nosotros al mismo tiempo.



Extracto del libro:
A la sombra del manzano rosal
El budismo explicado a los niños
Thich Nhat Hanh
Fotografía tomada de internet

miércoles, 2 de mayo de 2018

APRENDER A AMAR








A menudo sugiero a los jóvenes que hagan estos dos votos:





     1.- Hago el voto de desarrollar la comprensión para poder vivir en paz con las personas, los animales, las plantas y los minerales.


    2.- Hago el voto de desarrollar la compasión para proteger la vida de las personas, los animales, las plantas y los minerales.





Para poder amar a alguien, has de comprenderle, porque el amor está hecho de comprensión. Si no le comprendes, no puedes amarle. La meditación consiste en observar a fondo para comprender las necesidades y el sufrimiento de las otras personas. Cuando sientes que alguien te comprende, sientes que el amor penetra en ti. Es una sensación maravillosa. Todos necesitamos comprensión y amor.





A la gente le gusta hacer cosas diferentes. Supón que al salir del instituto tu amigo quiere ir a jugar al tenis, pero tú prefieres dedicarte a leer un libro. Como deseas hacerle feliz, decides olvidarte del libro e ir a jugar al tenis con él. Al hacerlo, estás practicando la comprensión. Al comprenderle, le estás dando alegría. Y cuando le haces feliz, tú también eres feliz. Es un ejemplo de cómo practicar la comprensión y el amor.





Siempre que recites estos dos votos, hazte esta pregunta: “Ya que he hecho estos votos, ¿he intentado aprender algo sobre ellos? ¿He intentado ponerlos en práctica?”. No quiero que me contestes con un sí o un no. Aunque hubieras intentado aprender algo de ellos y practicarlos, aún no basta. La mejor forma de responder es abrirte dejando que estas preguntas penetren a fondo en todo tu ser mientras inspiras y espiras. Y al abrirte a ellas y dejarlas entrar dentro de ti, empezarán a actuar silenciosamente.






La comprensión y el amor son las dos enseñanzas más importantes del Buda. Si no intentamos abrirnos, comprender el sufrimiento de los demás, no podremos amarles ni vivir con ellos con armonía. También hemos de intentar comprender a los animales, las plantas y los minerales y proteger su vida, e intentar vivir armoniosamente con ellos. Si no podemos comprenderles, no podremos amarles. El Buda nos enseñó a contemplar a los seres vivos con una mirada llena de amor y comprensión. Te ruego que aprendas a practicar esta enseñanza.









Extracto del libro:


A la sombra del manzano rosal


El budismo explicado a los niños


Thich Nhat Hanh


Fotografía tomada de internet



APRENDER A AMAR


A menudo sugiero a los jóvenes que hagan estos dos votos:

     1.- Hago el voto de desarrollar la comprensión para poder vivir en paz con las personas, los animales, las plantas y los minerales.

    2.- Hago el voto de desarrollar la compasión para proteger la vida de las personas, los animales, las plantas y los minerales.

Para poder amar a alguien, has de comprenderle, porque el amor está hecho de comprensión. Si no le comprendes, no puedes amarle. La meditación consiste en observar a fondo para comprender las necesidades y el sufrimiento de las otras personas. Cuando sientes que alguien te comprende, sientes que el amor penetra en ti. Es una sensación maravillosa. Todos necesitamos comprensión y amor.

A la gente le gusta hacer cosas diferentes. Supón que al salir del instituto tu amigo quiere ir a jugar al tenis, pero tú prefieres dedicarte a leer un libro. Como deseas hacerle feliz, decides olvidarte del libro e ir a jugar al tenis con él. Al hacerlo, estás practicando la comprensión. Al comprenderle, le estás dando alegría. Y cuando le haces feliz, tú también eres feliz. Es un ejemplo de cómo practicar la comprensión y el amor.

Siempre que recites estos dos votos, hazte esta pregunta: “Ya que he hecho estos votos, ¿he intentado aprender algo sobre ellos? ¿He intentado ponerlos en práctica?”. No quiero que me contestes con un sí o un no. Aunque hubieras intentado aprender algo de ellos y practicarlos, aún no basta. La mejor forma de responder es abrirte dejando que estas preguntas penetren a fondo en todo tu ser mientras inspiras y espiras. Y al abrirte a ellas y dejarlas entrar dentro de ti, empezarán a actuar silenciosamente.

La comprensión y el amor son las dos enseñanzas más importantes del Buda. Si no intentamos abrirnos, comprender el sufrimiento de los demás, no podremos amarles ni vivir con ellos con armonía. También hemos de intentar comprender a los animales, las plantas y los minerales y proteger su vida, e intentar vivir armoniosamente con ellos. Si no podemos comprenderles, no podremos amarles. El Buda nos enseñó a contemplar a los seres vivos con una mirada llena de amor y comprensión. Te ruego que aprendas a practicar esta enseñanza.


Extracto del libro:
A la sombra del manzano rosal
El budismo explicado a los niños
Thich Nhat Hanh
Fotografía tomada de internet

sábado, 21 de abril de 2018

LA BONDAD INCONDICIONAL







Hay muchos seres humanos que son destruidos por la guerra, la represión política, las injusticias sociales y el hambre. Si no estamos motivados por la mente del amor, no sentiremos la fuente de la compasión que hay en nosotros, no tendremos el tiempo ni la energía para ayudar a rescatar a los seres vivos que están muriendo cada día. Para proteger la vida, evitar la guerra y ayudar a los seres vivos, hemos de cultivar la energía de la bondad incondicional que hay en nosotros cada día.





Practica la bondad incondicional en cualquier parte, con todos los seres y con todo. Todos necesitamos que nos protejan y rescaten. Cuanto más avanzamos en el camino de la bondad incondicional, más alegría, paz y amor recibimos del cosmos. Nuestra sensación de soledad desaparecerá.





Si nos sentimos solos, si creemos que la sociedad, la familia o cualquier persona no nos dan el amor que necesitamos, es porque no somos capaces de sentir la energía de la bondad incondicional que hay por doquier en el cosmos. Es como tener una radio sintonizada a la emisora que deseamos pero que está sin pilas.





Si vemos a un bichito ahogándose y no nos mueve el deseo de ayudarle, significa que la energía de la bondad incondicional no está en nosotros. Pero si le ayudamos, de pronto sentiremos que estamos ayudando al cosmos entero. La bondad incondicional se vuelve entonces real y experimentamos alegría, esta alegría surge porque hemos salvado a un insecto.





Estamos rodeados de sufrimiento. Si somos conscientes de él, podremos disminuirlo en gran medida. Cuando vemos a alguien sufriendo, no hemos de ignorarlo o cerrar los ojos, sino ayudarle. El hecho de sentir el sufrimiento aviva la energía de la compasión que hay en nosotros. Y la compasión nos produce alegría y paz.





Cualquier cosa que hagamos, pensemos o sintamos repercute en todo el cosmos. Cuando sonríes feliz, estás ayudando al cosmos entero. Cuando alguien en el cosmos practica la bondad incondicional, tú también te estás beneficiando de su práctica.





Cuando una madre se ocupa de su bebé, se está ocupando al mismo tiempo de todos cuantos la rodean y de todos los bodhisatvas del cosmos. Tú no tienes que hacer nada en especial, sólo haz bien una cosa y todo lo demás funcionará por sí solo. Si haces algo bueno que os aporte alegría y felicidad a ti y a tu familia, esta acción beneficiará a todos los seres del cosmos. El Buda sólo fue una persona, pero su senda de la paz, la alegría y la felicidad penetró en el cosmos entero.






Extracto del libro:


A la sombra del manzano rosal


El budismo explicado a los niños


Thich Nhat Hanh


Fotografía tomada de internet


LA BONDAD INCONDICIONAL


Hay muchos seres humanos que son destruidos por la guerra, la represión política, las injusticias sociales y el hambre. Si no estamos motivados por la mente del amor, no sentiremos la fuente de la compasión que hay en nosotros, no tendremos el tiempo ni la energía para ayudar a rescatar a los seres vivos que están muriendo cada día. Para proteger la vida, evitar la guerra y ayudar a los seres vivos, hemos de cultivar la energía de la bondad incondicional que hay en nosotros cada día.

Practica la bondad incondicional en cualquier parte, con todos los seres y con todo. Todos necesitamos que nos protejan y rescaten. Cuanto más avanzamos en el camino de la bondad incondicional, más alegría, paz y amor recibimos del cosmos. Nuestra sensación de soledad desaparecerá.

Si nos sentimos solos, si creemos que la sociedad, la familia o cualquier persona no nos dan el amor que necesitamos, es porque no somos capaces de sentir la energía de la bondad incondicional que hay por doquier en el cosmos. Es como tener una radio sintonizada a la emisora que deseamos pero que está sin pilas.

Si vemos a un bichito ahogándose y no nos mueve el deseo de ayudarle, significa que la energía de la bondad incondicional no está en nosotros. Pero si le ayudamos, de pronto sentiremos que estamos ayudando al cosmos entero. La bondad incondicional se vuelve entonces real y experimentamos alegría, esta alegría surge porque hemos salvado a un insecto.

Estamos rodeados de sufrimiento. Si somos conscientes de él, podremos disminuirlo en gran medida. Cuando vemos a alguien sufriendo, no hemos de ignorarlo o cerrar los ojos, sino ayudarle. El hecho de sentir el sufrimiento aviva la energía de la compasión que hay en nosotros. Y la compasión nos produce alegría y paz.

Cualquier cosa que hagamos, pensemos o sintamos repercute en todo el cosmos. Cuando sonríes feliz, estás ayudando al cosmos entero. Cuando alguien en el cosmos practica la bondad incondicional, tú también te estás beneficiando de su práctica.

Cuando una madre se ocupa de su bebé, se está ocupando al mismo tiempo de todos cuantos la rodean y de todos los bodhisatvas del cosmos. Tú no tienes que hacer nada en especial, sólo haz bien una cosa y todo lo demás funcionará por sí solo. Si haces algo bueno que os aporte alegría y felicidad a ti y a tu familia, esta acción beneficiará a todos los seres del cosmos. El Buda sólo fue una persona, pero su senda de la paz, la alegría y la felicidad penetró en el cosmos entero.

Extracto del libro:
A la sombra del manzano rosal
El budismo explicado a los niños
Thich Nhat Hanh
Fotografía tomada de internet

miércoles, 4 de abril de 2018

CUANDO LA IRA SE PRESENTE SIN HABER SIDO INVITADA







Hace poco tuve la oportunidad de hablar con un americano veterano de la guerra de Vietnam que me contó un montón de historias interesantes sobre la transformación, la paz y la alegría que experimentó, y sobre su capacidad de relacionarse con los demás tras haber pasado una etapa en la que le resultaba muy difícil estar con alguien. Había combatido en la guerra de Vietnam y tenía la naturaleza de un soldado. Estaba dispuesto a afrontar cualquier reto. Si alguien deseaba enfrentarse a él, estaba preparado para responder.





Pero me dijo que después de haber hecho la práctica de ser consciente durante varios meses, había cambiado. Un día mientras iba por la calle alguien que estaba furioso se acercó a él para provocar una pelea. De pronto mi amigo sintió que ya no deseaba luchar.





Aquel hombre estaba muy enfadado y quería golpearle para hacerle sufrir, pero nuestro amigo no quería luchar. Esta idea le resultaba muy extraña y nueva. Entonces se puso a hacer la práctica de inspirar y espirar y le dijo: “Si deseas golpearme, adelante, pero yo no voy a responderte, no quiero pelear. No pienso hacerlo”.





Cuando lanzas una piedra, aunque la piedra no regrese, te lastimará igualmente, y eso era lo que quería transmitir a esa persona. Como su cara y su voz irradiaban calma y no expresó ningún tipo de ira, la otra persona reaccionó del mismo modo. Dejó de agredirle y se fue.





Nuestro amigo se felicitó a sí mismo. Era su primera verdadera victoria sobre su ira. Me gustaría que si un chico o una chica intentaran provocar una pelea, practiques lo mismo que él hizo. Hay una forma mejor de responder a la ira que luchando.





Cuando la ira surja en ti, inspira y espira y di: “Hola, ira. Al inspirar, sé que la ira está presente. Al espirar, intento sonreír”. Cuando te enojas, los cientos de músculos que hay en tu rostro se tensan y pareces una bomba a punto de explotar. Pero si sabes cómo inspirar y espirar, y sonreír, aunque no sea una sonrisa de alegría, aunque sólo sea una sonrisa de yoga, te ayudará a relajarte.





Es una práctica muy importante, porque cuando estamos enojados solemos interesarnos sólo por la persona que creemos nos ha hecho enojar. Pero en realidad el origen de nuestra ira se encuentra en nuestra mente, en nuestra forma de pensar.





La ira es como una semilla. En ti hay la semilla de la ira que tus padres, amigos, o incluso tú mismo, habéis sembrado y que habéis estado regando cada día. Cada vez que te enfadas, esa semilla se vuelve más fuerte.





La parte en la que esta ira vive dentro de ti se llama la “consciencia-receptáculo”. La consciencia-receptáculo es como el sótano de una casa. En ese sótano hay muchas semillas, puedes considerarlas como invitados. De vez en cuando las invitas a entrar a la sala de estar. Por ejemplo, cuando tienes ganas de cantar, estás invitando en la sala de estar a las semillas de las canciones que hay en tu consciencia-receptáculo. Pero a veces algunas semillas irrumpen en la sala de estar sin haberlas invitado empujando la puerta y entrando por su cuenta.





Cuando la ira se presenta sin haberla invitado es algo muy desagradable. Puede llegar a serlo tanto, que quizá intentes reprimirla, decir a tus enojados pensamiento: “¡Quedaos en el sótano, ni se os ocurra subir, no quiero veros!”. Decides consciente o inconscientemente que no quieres que entren en la sala de estar y te hagan infeliz, y los empujas al sótano. Posiblemente se quede allí reprimido durante algún tiempo, pero intentarán subir cuando no seas consciente de ellos. Además pueden ser muy astutos y volver disfrazados para que no los reconozcas.





Cuando estas enojado, el paisaje de tu mente cambia. Si no sabes afrontar tu ira, ésta aumentará e invadirá todo el paisaje. Y una vez te enojas, el montón de cosas bellas y refrescantes que hay en el mundo deja de interesarte y sólo piensas en la persona que te ha hecho infeliz. Y cuánto más sigas pensando en ella, más enojado te sentirás, en realidad estarás avivando tu ira. Lo hacemos cada día.





Podemos aprender a reconocer la presencia de la ira que ha aparecido sin haberla invitado y al mismo tiempo invitar a alguna otra cosa para que se ocupe de ella: al estado de ser consciente. “Al inspirar, sé que estoy irritado. Al espirar, sé que la irritación sigue aún en la sala de estar”. Al decirlo, reconocemos la ira que hay en nosotros.





Cuando una madre oye que su bebé llora y lo coge en brazos, no intenta hacerle callar tapándole la boca o pegándole, sino que deja que llore abrazándole con amor, ternura y serenidad. Y poco a poco el bebé se va calmando y tranquilizando hasta que deja de llorar. La madre en vez de obligar a su hijo a dejar de llorar, lo rodea de ternura y calma. Nosotros también debemos tratar a nuestra ira del mismo modo.





El hecho de ser conscientes no sirve para combatir o reprimir la ira, sino para ayudarnos a cuidar bien de ella. Practica lo siguiente: “Al inspirar, sé que estoy enojado. Al espirar, sé que la ira sigue en mí”. Al decir estas palabras, seguirás enojado, pero estás a salvo, porque al ser consciente de tu ira, te estarás ocupando de ella.





Utiliza este estado como una luz que ilumine codos los recodos de tu consciencia para transformar la ira. Cuando surge un recuerdo doloroso normalmente intentamos reprimirlo creando con ello una mala circulación en nuestra consciencia. Y cuando hay una mala circulación, no gozamos de buena salud. Cada vez que el dolor intente entrar a la sala de estar, ya sabes qué hay que hacer: no lo empujes al sótano ni lo reprimas. Mantente atento y estarás protegido. Deja que surja. Di: “Buenos días, miedo” o “Buenos días, ira, vieja amiga mía”. Haz la práctica de inspirar y espirar. Si actúas de ese modo y te mantienes atento, estarás a salvo. No tengas miedo.





Nosotros, al igual que una madre ocupándose de su bebé que llora, invitamos al estado de ser consciente a surgir y a ocuparse de la ira que surge en nuestra mente. Cuando dices: “Al inspirar, sé que estoy enojado. Al espirar, sé que estoy enojado”, con tu estado de ser consciente estás cogiendo en brazos a la ira que hay en ti al igual que una madre sostiene a su bebé con amor y ternura.









Extracto del libro:


A la sombra del manzano rosal


El budismo explicado a los niños


Thich Nhat Hanh


Fotografía tomada de internet


CUANDO LA IRA SE PRESENTE SIN HABER SIDO INVITADA


Hace poco tuve la oportunidad de hablar con un americano veterano de la guerra de Vietnam que me contó un montón de historias interesantes sobre la transformación, la paz y la alegría que experimentó, y sobre su capacidad de relacionarse con los demás tras haber pasado una etapa en la que le resultaba muy difícil estar con alguien. Había combatido en la guerra de Vietnam y tenía la naturaleza de un soldado. Estaba dispuesto a afrontar cualquier reto. Si alguien deseaba enfrentarse a él, estaba preparado para responder.

Pero me dijo que después de haber hecho la práctica de ser consciente durante varios meses, había cambiado. Un día mientras iba por la calle alguien que estaba furioso se acercó a él para provocar una pelea. De pronto mi amigo sintió que ya no deseaba luchar.

Aquel hombre estaba muy enfadado y quería golpearle para hacerle sufrir, pero nuestro amigo no quería luchar. Esta idea le resultaba muy extraña y nueva. Entonces se puso a hacer la práctica de inspirar y espirar y le dijo: “Si deseas golpearme, adelante, pero yo no voy a responderte, no quiero pelear. No pienso hacerlo”.

Cuando lanzas una piedra, aunque la piedra no regrese, te lastimará igualmente, y eso era lo que quería transmitir a esa persona. Como su cara y su voz irradiaban calma y no expresó ningún tipo de ira, la otra persona reaccionó del mismo modo. Dejó de agredirle y se fue.

Nuestro amigo se felicitó a sí mismo. Era su primera verdadera victoria sobre su ira. Me gustaría que si un chico o una chica intentaran provocar una pelea, practiques lo mismo que él hizo. Hay una forma mejor de responder a la ira que luchando.

Cuando la ira surja en ti, inspira y espira y di: “Hola, ira. Al inspirar, sé que la ira está presente. Al espirar, intento sonreír”. Cuando te enojas, los cientos de músculos que hay en tu rostro se tensan y pareces una bomba a punto de explotar. Pero si sabes cómo inspirar y espirar, y sonreír, aunque no sea una sonrisa de alegría, aunque sólo sea una sonrisa de yoga, te ayudará a relajarte.

Es una práctica muy importante, porque cuando estamos enojados solemos interesarnos sólo por la persona que creemos nos ha hecho enojar. Pero en realidad el origen de nuestra ira se encuentra en nuestra mente, en nuestra forma de pensar.

La ira es como una semilla. En ti hay la semilla de la ira que tus padres, amigos, o incluso tú mismo, habéis sembrado y que habéis estado regando cada día. Cada vez que te enfadas, esa semilla se vuelve más fuerte.

La parte en la que esta ira vive dentro de ti se llama la “consciencia-receptáculo”. La consciencia-receptáculo es como el sótano de una casa. En ese sótano hay muchas semillas, puedes considerarlas como invitados. De vez en cuando las invitas a entrar a la sala de estar. Por ejemplo, cuando tienes ganas de cantar, estás invitando en la sala de estar a las semillas de las canciones que hay en tu consciencia-receptáculo. Pero a veces algunas semillas irrumpen en la sala de estar sin haberlas invitado empujando la puerta y entrando por su cuenta.

Cuando la ira se presenta sin haberla invitado es algo muy desagradable. Puede llegar a serlo tanto, que quizá intentes reprimirla, decir a tus enojados pensamiento: “¡Quedaos en el sótano, ni se os ocurra subir, no quiero veros!”. Decides consciente o inconscientemente que no quieres que entren en la sala de estar y te hagan infeliz, y los empujas al sótano. Posiblemente se quede allí reprimido durante algún tiempo, pero intentarán subir cuando no seas consciente de ellos. Además pueden ser muy astutos y volver disfrazados para que no los reconozcas.

Cuando estas enojado, el paisaje de tu mente cambia. Si no sabes afrontar tu ira, ésta aumentará e invadirá todo el paisaje. Y una vez te enojas, el montón de cosas bellas y refrescantes que hay en el mundo deja de interesarte y sólo piensas en la persona que te ha hecho infeliz. Y cuánto más sigas pensando en ella, más enojado te sentirás, en realidad estarás avivando tu ira. Lo hacemos cada día.

Podemos aprender a reconocer la presencia de la ira que ha aparecido sin haberla invitado y al mismo tiempo invitar a alguna otra cosa para que se ocupe de ella: al estado de ser consciente. “Al inspirar, sé que estoy irritado. Al espirar, sé que la irritación sigue aún en la sala de estar”. Al decirlo, reconocemos la ira que hay en nosotros.

Cuando una madre oye que su bebé llora y lo coge en brazos, no intenta hacerle callar tapándole la boca o pegándole, sino que deja que llore abrazándole con amor, ternura y serenidad. Y poco a poco el bebé se va calmando y tranquilizando hasta que deja de llorar. La madre en vez de obligar a su hijo a dejar de llorar, lo rodea de ternura y calma. Nosotros también debemos tratar a nuestra ira del mismo modo.

El hecho de ser conscientes no sirve para combatir o reprimir la ira, sino para ayudarnos a cuidar bien de ella. Practica lo siguiente: “Al inspirar, sé que estoy enojado. Al espirar, sé que la ira sigue en mí”. Al decir estas palabras, seguirás enojado, pero estás a salvo, porque al ser consciente de tu ira, te estarás ocupando de ella.

Utiliza este estado como una luz que ilumine codos los recodos de tu consciencia para transformar la ira. Cuando surge un recuerdo doloroso normalmente intentamos reprimirlo creando con ello una mala circulación en nuestra consciencia. Y cuando hay una mala circulación, no gozamos de buena salud. Cada vez que el dolor intente entrar a la sala de estar, ya sabes qué hay que hacer: no lo empujes al sótano ni lo reprimas. Mantente atento y estarás protegido. Deja que surja. Di: “Buenos días, miedo” o “Buenos días, ira, vieja amiga mía”. Haz la práctica de inspirar y espirar. Si actúas de ese modo y te mantienes atento, estarás a salvo. No tengas miedo.

Nosotros, al igual que una madre ocupándose de su bebé que llora, invitamos al estado de ser consciente a surgir y a ocuparse de la ira que surge en nuestra mente. Cuando dices: “Al inspirar, sé que estoy enojado. Al espirar, sé que estoy enojado”, con tu estado de ser consciente estás cogiendo en brazos a la ira que hay en ti al igual que una madre sostiene a su bebé con amor y ternura.


Extracto del libro:
A la sombra del manzano rosal
El budismo explicado a los niños
Thich Nhat Hanh
Fotografía tomada de internet