La gran zanahoria de los seres humanos, perseguida hasta la saciedad, es el intento frustrado de encontrarle un sentido a las cosas. Lo llamamos el porqué. Por qué me has dejado. Por qué has hecho esto. Por qué llueve hoy. Por qué he enfermado. ¿Sabes cuanta energía usamos en un solo día para intentar comprender lo que sucede?
Cuando sentimos tristeza, ésta no tiene un significado propio hasta que nosotros se lo damos. Al hacerlo, la situación que creíamos ser la causa de nuestra tristeza pasa también a tener un sentido triste. De esta manera encajan y parecen tener lógica y coherencia. Es entonces cuando creo haber comprendido por qué siento tristeza y por qué me ha ocurrido tal situación. Sin embargo, sigo buscando el sentido a todo ello, porque en el fondo sé que sigo sin comprender.
Todo responde a un orden mayor que se nos escapa al mirarlo desde nuestra pequeña perspectiva. Nuestro yo es demasiado joven y limitado en experiencia como para poder concebir lo eterno, lo infinito y sus mecanismos de manifestación dentro de nuestra solitaria percepción de la realidad de la existencia. No podemos comprender del todo ningún acontecimiento de nuestra propia vida si lo interpretamos desde un punto de vista personal, desde el que no somos conscientes de lo eterno e infinito de nuestro ser.
Entretenerse en tratar de comprender lo incomprensible es una pérdida de tiempo para aquellos que lo que quieren con todo su corazón es cruzar el velo de la ignorancia. Sin embargo, parece gustarnos esa manera de vivir la vida. En lugar de vivirla en paz y así comprender qué es la vida, le exigimos una comprensión previa para poder vivirla en paz. La paz nos lleva a la comprensión; sin embargo, preferimos que la incomprensión nos lleve a la comprensión preguntándole a ella el porqué de las cosas.
¿Puedes imaginarte tu estado mental si en lugar de negarte a vivir lo que no comprendes te abrieras a vivirlo? Podemos referirnos aquí a la muerte de un ser querido, a la que nos aferramos con la intención de terminar comprendiendo algún día el porqué de su muerte. Muchas personas soportan este dolor a la espera de comprender el porqué, en lugar de vivirlo y comprenderlo finalmente a través de su vivencia. Es la vida la que nos lleva a la comprensión y no la incertidumbre, ni el miedo, ni el sufrimiento, ni las creencias religiosas o espirituales.
Sólo podemos comprender que la muerte no existe cuando nuestra mente está en paz. Desde la paz podemos, entonces, mirar esa situación desde nuestro corazón, lugar en el que nunca nada empieza ni termina, en el que todo vive unido a todo sin pérdidas ni logros, sólo presencia, sólo xistencia, sólo paz. Nos acercamos a esa claridad cuando nos abrimos a dar la bienvenida a todo lo que ocurre, sin «peros» que valga la pena objetar ni «porqués» que valga la pena cuestionar.
La gran mayoría de las veces, este intento de descubrir un sentido aceptable de la vida lo usamos para esconder nuestro miedo a la ignorancia que tanto nos atemoriza. Lo que sucede a nuestro alrededor no tiene sentido tratar de comprenderlo mientras lo percibamos como algo ajeno a nosotros. Todo ocurre como emanación de nuestro ser o como proyección de nuestros miedos, y en ambos casos si uno no usa esas situaciones para conocerse a sí mismo, se autocondena a vivir en el limbo mental de preguntarle al pasado: «Pasado, ¿por qué has sucedido así?»
Extracto del libro:
¿Me acompañas?
Sergi Torres
Fotografía de Internet