jueves, 19 de septiembre de 2013

¡MESA MALA, MESA MALA!


Me acuerdo siempre de una escena.

Mi primo, mucho más chico que yo, tenía tres años.

Yo tenía unos doce...

Estábamos en el comedor diario de la casa de mi abuela. Mi primito vino corriendo y se llevó la mesa ratona por delante. Cayó sentado de culo en el piso llorando.

Se había dado un golpe fuerte y poco después un bultito del tamaño de un carozo de durazno le apareció en la frente.

Mi tía, que estaba en la habitación, corrió a abrazarlo y mientras me pedía que trajera hielo le decía a mi primo:

“Pobrecito, mala la mesa que te pegó, chas chas a la mesa...”, mientras le daba palmadas al mueble invitando a mi pobre primo a que la imitara.

Y yo pensaba: ¿...?

¿Cuál es la enseñanza? La responsabilidad no es tuya, que sos un torpe, que tenés tres años y que no mirás por dónde caminás; la culpa es de la mesa.

La mesa es mala.

Yo intentaba entender más o menos sorprendido el mensaje oculto de la mala intencionalidad de los objetos.

Y mi tía insistía para que mi primo le pegara a la mesa...

Me parece gracioso como símbolo, pero como aprendizaje me parece siniestro: vos nunca sos 
responsable de lo que hiciste, la culpa siempre la tiene el otro, la culpa es del afuera, vos no, es el otro el que 
tiene que dejar de estar en tu camino para que vos no te golpees...

Tuve que recorrer un largo trecho para apartarme de los mensajes de las tías del mundo.

Es mi responsabilidad apartarme de lo que me daña. Es mi responsabilidad defenderme de los que me 
hacen daño. Es mi responsabilidad hacerme cargo de lo que me pasa y saber mi cuota de participación en los 
hechos.

Del libro:
  
El Camino de la Auto-Dependencia
Jorge Bucay