Hace unas cuantas semanas me dirigía hacia mi equipo de radioaficionado en el sótano de mi casa, con una humeante taza de café en una mano y el periódico en la otra. Lo que comenzó como una típica mañana de sábado, se convirtió en una de esas lecciones que la vida parece darnos de vez en cuando.
Déjenme contarles: sintonicé mi equipo de radio para entrar en una red de intercambio del sábado en la mañana. Después de un rato me topé con un compañero que sonaba un tanto mayor. Él estaba hablando, con aquel con quien estuviese conversando, de algo acerca de “mil canicas”. Quedé intrigado y me detuve para escuchar lo que le decía a su interlocutor:
“Bueno, John, de veras que parece que estás ocupado con tu trabajo. Estoy seguro de que te pagan bien, pero es una lástima que tengas que estar fuera de casa y lejos de tu familia tanto tiempo. Es difícil imaginar que un hombre joven tenga que trabajar sesenta horas a la semana para sobrevivir. Qué triste que te perdieras la presentación teatral de tu hija”.
Luego continuó: “Déjame decirte algo, John, algo que me ha ayudado a mantener una buena perspectiva sobre mis propias prioridades”. Y entonces fue cuando comenzó a explicar su teoría sobre unas “mil canicas”:
Hace algunos años, me senté un día e hice algo de aritmética: la persona promedio vive unos setenta y cinco años. Entonces, multipliqué 75 años por 52 semanas por año, y obtuve 3.900, que es el número de sábados que la persona promedio habrá de tener en toda su vida. Quédate conmigo, John, que voy a la parte importante.
Para ese entonces, con mis 55 años, ¡ya había vivido mas de 2.800 sábados! Me puse a pensar que si llegaba a los setenta y cinco años, sólo me quedarían unos mil sábados más para disfrutar. Así que fui a una tienda de juguetes y compré todas las canicas que tenían. Tuve que visitar tres tiendas para obtener las 1.000 canicas.
Las llevé a casa y las puse en una fuente de cristal transparente, junto a mi equipo de radioaficionado. A partir de entonces, cada sábado he tomado una canica y la he tirado.
Descubrí que, al observar cómo disminuían las canicas, me enfocaba más sobre las cosas verdaderamente importantes en la vida. No hay nada igual que observar cómo se te agota tu tiempo en la Tierra, para ajustar y adaptar tus prioridades en esta vida.
Ahora déjame decirte una última cosa antes que nos desconectemos y lleve a mi bella esposa a desayunar: esta mañana saqué la última canica de la fuente de cristal y, entonces, me di cuenta de qué si vivo hasta el próximo sábado, entonces me habrá sido dado un poquito más de tiempo de vida.
Me gustó conversar contigo, John, espero que puedas estar más tiempo con tu familia y espero volver a encontrarnos aquí en la banda. Hasta pronto, se despide "el hombre de 75 años". Cambio y fuera. ¡Buen día!.
Uno pudiera haber oído un alfiler caer en la banda cuando este amigo se desconectó. Creo que nos dio a todos bastante qué pensar. Yo había planeado trabajar en la antena aquella mañana y luego iba a reunirme con unos cuantos radioaficionados para preparar la nueva circular del club. En vez de aquello, subí las escaleras y desperté a mi esposa con un beso.
—Vamos, querida, te quiero llevar a ti y a los muchachos a desayunar fuera.
—¿Qué pasa? —preguntó sorprendida.
—¡Oh, nada!, es que no hemos pasado un sábado junto con los muchachos en mucho tiempo. Por cierto, ¿podríamos parar en la tienda de juguetes antes de llegar al restaurante? Necesito comprar algunas canicas.
¿Te has dado cuenta de que lo único que no se puede atesorar es el tiempo? Nadie puede consignar tiempo en una cuenta y luego retirarlo.
¿Te has dado cuenta de que lo único que en el universo quedó exactamente distribuido entre todos los seres humanos es el tiempo?
A pesar de los esfuerzos de muchos por ocultar su edad, ¡todos envejecemos un día cada 24 horas!
Extracto del libro:
La culpa es de la vaca 2a parte
Lopera y Bernal