Había un chico de doce años que venía a Plum Village cada verano para practicar con otros jóvenes.
Tenía un problema con su padre, porque cada vez que cometía un error o se caía y se lastimaba, su padre en vez de ayudarle, le gritaba y le insultaba diciendo: « ¡Qué estúpido eres! ¿Cómo puedes hacerte algo así?». Le gritaba sólo porque se había caído y se había hecho daño. Así que para él su progenitor no era una persona afectuosa ni un buen padre. Se prometió que al crecer, casarse y tener hijos, nunca los trataría de ese modo. Si mientras estaba jugando su hijo se caía y se lastimaba sangrando un poco, en vez de gritarle le abrazaría e intentaría ayudarle.
El segundo año que estuvo en Plum Village vino con su hermana pequeña. Mientras su hermanita jugaba con otras niñas en la hamaca, de pronto se cayó al suelo. Se golpeó la cabeza con una roca y su cara empezó a cubrirse con hilillos de sangre. De repente aquel chico sintió que la energía de la ira estaba surgiendo en él. Estuvo a punto de gritar a su hermana:
« ¡Qué estúpida eres! ¿Cómo puedes hacerte algo así?».
Estuvo a punto de hacer lo mismo que su padre había hecho con él.
Pero como había practicado en Plum Village durante dos veranos, pudo contenerse. En lugar de gritarle, se puso a practicar el caminar y el respirar de manera consciente mientras los demás ayudaban a su hermana. En sólo cinco minutos experimentó un momento de iluminación. Vio que su reacción, su ira, era una especie de energía habitual que su padre le había transmitido. Se había vuelto exactamente como su padre, era la continuación de él.
No quería tratar a su hermana del mismo modo, pero la energía que le había transmitido su padre era tan fuerte que estuvo a punto de actuar igual que éste se había comportado con él.
Para un chico de sólo doce años, es un buen despertar.
Siguió haciendo la práctica de caminar y de pronto sintió un intenso deseo de practicar para transformar esa energía habitual, para no transmitirla a sus hijos. Sabía que sólo la práctica de ser consciente le ayudaría a detener ese ciclo de sufrimiento.
El chico vio además que su padre era también víctima de la transmisión de la ira. Probablemente no quería tratarle de aquel modo, pero lo había hecho porque la energía habitual que había en él era demasiado fuerte. En el momento que tuvo esa percepción, que su padre también era víctima de la transmisión, toda la ira que sentía hacia él desapareció. Algunos minutos más tarde tuvo de repente el deseo de volver a casa e invitar a su padre a practicar con él. Para ser sólo un chico de doce años, tuvo una comprensión muy profunda.
Extracto del libro:
LA IRA (El dominio del fuego interior)
Thich Nhat Hanh