miércoles, 2 de abril de 2014

EL MAYOR TESORO


Hace un momento me sentía yo el hombre más rico del mundo, mientras me tambaleaba bajo el peso considerable de un enorme tesoro apretado contra mi pecho. Ahora reposa a mi lado, en una estantería al alcance de la mano, y me dispongo a regodearme voluptuosamente con tanta riqueza. No se preocupen: sin remedio habré de compartirla con ustedes en estas páginas volanderas. Porque la fortuna que acabo de conseguir no disminuye al repartirse, sino que aumenta. A la espera de ser derrochada fructuosamente, cabe en dos copiosos volúmenes, el uno de lomo azul y el otro rojo: el Diccionario del español actual de Manuel Seco, Olimpia Andres y Gabino Ramos, recién editado por Aguilar. 

¿Puede haber algo más enriquecedor que un buen diccionario? Los avaros consecuentes quisiéramos tenerlos todos, desde el filosófico Robert de los franceses o el insuperable Oxford inglés hasta nuestro entrañable y dignísimo Maria Moliner. ¡Ahi es nada, ser dueño de las palabras bien definidas, de la selva apasionante de todos los giros y expresiones, de las voces que vienen del alma, de la industria, de la contienda política o del juego erótico! No hay diccionario en que quepan todos los matices verbales porque crecen constantemente y se fecundan unos a otros de modo que nunca tendremos diccionarios suficientes y la concupiscencia del amable locuaz reclama siempre otro y otro más. ¡Bienaventurados los que consigan mejores diccionarios, porque ellos podrán llamar a todas las cosas por su propio nombre! 

De cuanto precisamos para vivir, nada nos es ni de lejos tan necesario como las palabras. El fuego es útil cuando hace frío o está oscuro, la comida cuando tenemos hambre, las armas en caso de caza o guerra, el dinero para comerciar, la ropa para abrigarnos y darnos ocasión de lucimiento... Pero no hay momento de la vida, alegre o triste, plácido o feroz, en que podamos prescindir por completo de cualquier símbolo verbal. Incluso cuando guardamos silencio o estamos solos, las palabras siguen resonando dentro de nosotros: no sólo son el instrumento para comunicarnos con los otros sino sobre todo el medio de explicarnos la vida a nosotros mismos. 

Por eso maravilla que tantos envidien los electrodomésticos o el automóvil de su vecino y se sientan desdichados porque carecen del último artilugio publicitado, mientras se conforman con seiscientas o setecientas palabras para tapizar su conciencia. ¡Con tan modestísimo bagaje pretenden dar cuenta y darse cuenta de cuanto anhelan, de cuanto padecen y de cuanto temen! Parece no importarles ser míseros en lo que más cuenta, con tal de poder tener llenas las alacenas y el garaje. Las palabras les resultan demasiado baratas como para hacerse cargo de que son verdaderamente preciosas. 

Seguro que si costaran muchos dólares y sólo los potentados tuvieran recursos para permitirse las más bonitas, nadie sería más envidiado que los afortunados dueños de "translúcido"o"corazón"... 

Por ahora, son de todos. Y es precisamente esta condición esencialmente democrática del idioma la que sustenta el método seguido por Manuel Seco y sus colaboradores en la composición de su admirable trabajo. Cada voz está ilustrada por una o más citas, tomadas en ocasiones de grandes escritores pero también de entrevistas con deportistas o financieros, revistas profesionales, hojas parroquiales y cualquier otro medio en el que se recoja la vitalidad verbal de la sociedad. Entre tanteos, errores y aciertos geniales, la lengua es algo que hacemos todos juntos desde hace mucho tiempo. Siempre esta en marcha, contra puristas y pedantes. Emerson señaló que cualquier lenguaje es poesía fósil; le falto añadir que es también el camino por el que se llega, jugosa y vivaz, a la poesía de mañana.

Fernando Savater
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