Otro aspecto de la soledad fresca y encajada es no buscar seguridad en los propios pensamientos discursivos.
Nos han retirado completamente la alfombra de debajo de los pies; se acabó; ¡no hay manera de salirse de ésta! Ya ni siquiera buscamos la compañía del constante diálogo con nosotros mismos sobre cómo son o dejan de ser las cosas, sobre si deben ser o dejar de ser, si deberían o no deberían ser así, si pueden o no pueden ser. En la soledad fresca y abierta no esperamos seguridad de nuestro diálogo interno, por eso hemos recibido la instrucción de etiquetarlo como «pensamiento». No tiene ninguna realidad objetiva, es transparente e inasible. Se nos anima a tocar ese parloteo y soltar, sin hacernos mucho lío al respecto.
La soledad encajada nos permite mirar nuestras propias mentes honestamente y sin agresión. Podemos ir abandonando gradualmente nuestros ideales acerca de quiénes pensamos que deberíamos ser, quién pensamos que nos gustaría ser o quién pensamos que los demás piensan que queremos o deberíamos ser. Renunciamos a todo ello y simplemente miramos directamente, con compasión y humor, a quiénes somos. Entonces, la soledad no es una amenaza ni un dolor de corazón, no es un castigo.
La soledad encajada no nos proporciona ninguna resolución ni nos pone un suelo bajo los pies. Nos desafía a entrar en un mundo carente de puntos de referencia sin polarizarnos ni solidificarnos. A esto es a lo que se llama el camino del medio o el sendero sagrado del guerrero.
Cuando te despiertas por la mañana y de repente sientes el dolor de la alienación y la soledad, ¿podrías usar ese momento como una oportunidad de oro? En lugar de perseguirte a ti mismo o sentir que te está ocurriendo algo terriblemente malo, en ese mismo momento de tristeza y anhelo, ¿podrías relajarte y tocar el espacio ilimitado del corazón humano? La próxima vez que tengas la oportunidad, experimenta con ello.
Extracto del libro:
Cuando Todo Se Derrumba
Pema Chödron
Fotografía de Internet