¿Castigar o no castigar?. El amor no castiga nunca. El «respeto» no es más que miedo y, de la misma forma, el castigo no es más que venganza. El acto de reflexión (que puede ser incluso violento) no es castigo, sino un acto de amor porque lleva en él la curación como fin.
El castigo como venganza es un acto de odio, que engendra más odio.
Cuando el niño no respeta tu libertad o la de los demás, puedes pegarle una palmada en ese momento, para que asocie de dónde viene el golpe; no hay dificultad, porque él aprenderá y comprenderá sin dejarle más residuos. El acto comenzó y terminó con un resultado lógico, como ocurre en la vida.
Cuando le echas un sermón que no entiende y percibe tu disgusto y tu rechazo, que sí entiende, y comienza a sentirse culpable de algo que es la moral, el «deber» y las «normas» que él no llega a entender pero que necesita cumplir para tenerte contento, entonces sí le estás hacienda mucho daño. Y si percibe en ti el resentimiento de la venganza, estarás fomentando en él un violento, vengador y resentido, no lo dudes.
Si se sube a un árbol y se cae haciéndose daño, aprenderá a ir con más cuidado otra vez y no tendrá sentido de culpabilidad. De la misma manera, el cachete que le puedes dar inmediatamente lo asociará a lo que acaba de hacer, pero ahí no entra la moral ni la culpabilidad, sino la realidad. Pero hazlo siempre sin estar molesto, para que no haya rastro de recriminación ni de acusación, conscientes de que eso es amor. Lo que no te privará de consolarlo si llora, como harías si se cae del árbol. Esto es lo que lo diferencia.
Si yo quiero cambiarme a mí mismo tendrá que ser en base a la comprensión, intuición, consciencia, tolerancia, sin violencia. Pues eso mismo necesitan los demás. Todas las represiones tienen un sólo motivo: la insatisfacción de ti mismo, tu intolerancia. No se puede dar libertad si tú no eres libre. No puedes amar si tú no te amas. Y no podrás fingirlo, pues tu boca puede decir una cosa, pero tu voz, tu actitud y todo tu cuerpo estarán diciendo otra. Habrá una contradicción que contaminará el ambiente. Es preferible mostrar tu verdad a los demás mostrando el estadio en que estás con sencillez y tu capacidad real en ese momento.
Cuando haces el bien desde toda tu persona, como una expresión natural de tu ser, no eres consciente de ello. Cuando eres consciente y te enorgulleces de ello, es que ha entrado en ti el «yo» que todo lo complica, y desde ahí el creerte más que los demás. Lo peor de todo es la hipocresía de los padres y maestros haciendo de modelos que luego no son capaces de cumplir y de ahí llega el desconcierto y la desconfianza de los niños cuando el ídolo se viene abajo. De esa desilusión de los niños surge luego el odio.
Extracto del libro:
La Iluminación es la Espiritualidad
Anthony de Mello
Fotografía de internet