El lenguaje del amor sobrepasa lo meramente lingüístico y apela a sonidos y gesticulaciones de todo tipo, que nos recuerdan muchas veces a nuestros antecesores primates. El amor pasional posee algo animalesco e indiscreto, que se les nota hasta a los más pudorosos y austeros. Basta ver a dos adolescentes en pleno arrumaco para sorprenderse ante la variedad y cantidad de códigos afectivos existentes: ronronear, olfatear, mirarse, sonreír, rascar, sobar, acurrucarse... son algunas formas de expresión que conforman el paquete de un idioma que, paradójicamente, no requiere aprendizaje.
Por eso es tan difícil concebir o aceptar un amor inexpresivo y apático cuando existen tantas vías de comunicación. El tono de la voz, las inflexiones y los silencios... todo confluye en el otro, que termina convirtiéndose en un lector afectivo experimentado.
Muy poca gente acepta un amor robótico, exacto e hipercontrolado. Necesitamos algo de locura, un poco de desorden, una chispa que nos recuerde que la pasión no ha muerto y el juego no ha terminado: entre un estilo afectivo apocado y preciso y otro locuaz y explícito, la mayoría preferimos el segundo.
Comparemos, por ejemplo, una definición científica con un enunciado afectivo, en torno a una manifestación típica del amor:
- Un médico de finales del siglo XIX, el doctor Henry Gibbons, definió el beso como «la yuxtaposición anatómica de dos músculos en estado de contracción». Una exacta y operativa explicación fisiológica. De todas maneras, no me imagino a un enamorado diciéndole a otro: «Tengo ganas de tener una yuxtaposición anatómica de nuestros respectivos músculos contraídos». Besar es mucho más que eso, como la Capilla Sixtina es mucho más que «muros pintados».
- Casi por la misma época en la que el médico anterior disecaba el acto de besar, el escritor Fernando Pessoa intentaba traducir y transmitir un sentimiento de amor donde las palabras parecían ser insuficientes:
Amo como ama el amor. No conozco otra razón para amar que amarte ¿Qué quieres que te diga además de que te amo, si lo que quiero decirte es que te amo?
Cuando te hablan de amor o te lo susurran al oído: ¿qué prefieres? ¿La explicación fría y mecanicista de la ciencia o la expresión apasionada y a veces inconexa del enamorado que trata de explicar lo inexplicable? ¿Juegos poéticos o definiciones ceñudas? Sin duda: ¡Pessoa más que Gibbson! Si tu pareja carece de la semántica afectiva necesaria para enriquecer el amor o si su expresión es escueta y apenas perceptible, sacúdela y enséñale que si el amor no se ve ni llega, entonces no existe o no te sirve.
Extracto del libro:
Manual Para No Morir de Amor
Walter Riso
Fotografía de internet