jueves, 11 de diciembre de 2014

VIOLENCIA CULTURAL


Nos aburrimos por la memoria, cuando ésta está contaminada por la emoción, pues si olvidásemos por completo lo anterior con sus emociones, todo nos parecería nuevo. Lo que ocurre es que solemos petrificar las emociones en la memoria. La realidad es que todo cambia continuamente, y si pudiéramos verlo así, todo nos sorprendería por su novedad.

Cuando hacemos favores, si los hiciéramos sin llevar cuenta, no esperaríamos luego agradecimiento, pero llevamos cuenta y luego nos hacemos la ilusión de que lo hemos hecho por altruismo. Si cuando haces algo por otro, lo haces a gusto y eres feliz haciéndolo, ¿Por qué esperas entonces correspondencia?.

El amor desinteresado, ¿Existe?. Y, sin embargo, es el único al que se puede dar el nombre de amor. ¿Quién quiere ser objeto de un amor sacrificado?. Te gusta que el otro disfrute amándote, y también que disfrute al hacerte un favor. ¿Entonces por qué cuando eres tú el que ama o hace el favor esperas una compensación?, ¿No es bastante la alegría de poder amar y de participar con el otro lo que tienes?.

La gratitud es un gancho. Nuestra cultura lo convirtió en una «obligación», y la sociedad de consumo ha montado un gran negocio con ello. 
«Moyto obrigado», dicen los portugueses, en una definición exacta de lo que ha llegado a ser el agradecimiento. La cultura contamina lo que toca porque es un elemento manipulador.

El niño es otra víctima de la violencia cultural. La cultura dice: «Hay que reformar al niño», con lo que se da por supuesto que el niño es malo, y con la consigna de que hay que prepararlo para la vida» (¿Qué vida?) se le domestica metiéndole una programación de leyes y reglas de conducta. El niño, precisamente, nace con toda su capacidad despierta para agarrarse a la vida, pues la vida es precisamente la única maestra que no se equivoca y lo educa en libertad.

En la India hay niños de seis años que se ganan el sustento para ellos y sus familiares, y es la vida y la necesidad las que lo han enseñado.

Al niño le hace falta la libertad. «Más vale un barrendero feliz que un juez o un gran político infeliz». Con toda la mejor voluntad del mundo, la gente religiosa es opresora. Lo que suele llamarse «respeto» es una forma respetable del miedo. Hay que darle al niño de 6 años el mismo respeto que al presidente de la nación. La función que haga cada uno no tiene ninguna importancia. Todos somos necesarios. El valor a tener en cuenta es ser feliz y buscar tu sitio en la vida.

Extracto del libro:
La Iluminación es la Espiritualidad
Anthony de Mello
Fotografía de internet