Ser flexible es un arte, una excelencia o una virtud compuesta de, al menos, tres principios: la excepción a la regla, el camino del medio y el pluralismo.
PRIMER PRINCIPIO: La excepción a la regla
Recuerdo que cierta vez, en pleno vuelo, mi compañera de asiento le pidió a la azafata utilizar el baño de primera clase porque el de turista estaba ocupado y había bastante gente esperando. La razón que esgrimió fue poderosa: estaba embarazada y no se sentía muy bien. Como si fuera un robot, la respuesta de la auxiliar de vuelo se ciñó estrictamente al manual de funciones: «Lo siento, señora, pero ese baño sólo lo pueden utilizar las personas de primera clase.» La mujer insistió con angustia: «¡Por favor, es que estoy muy mal!»
La azafata repitió su mensaje mecánicamente: «Usted no pertenece a esa clase.» Yo intervine, tratando de convencerla: «¿Por qué no hace una excepción? Además, ¡el baño de primera está libre!» Su respuesta, una vez más, fue tajante: «No estoy autorizada para hacer excepciones.» En fin, no hubo poder humano que la hiciera cambiar de opinión y considerar que el bienestar de una persona es más importante que la obediencia debida a un reglamento. En realidad, no procesó ninguna opinión distinta a la que estaba ya asentada en su pétrea mente.
¿Cómo habría actuado una persona de mente flexible en esa situación? Habría sopesado lo que estaba en juego, ponderado ventajas y desventajas y analizado los valores implicados (por ejemplo, ¿el bienestar humano es más importante que el reglamento?). Podría pensarse que el miedo a los superiores fue una variable que influyó en las decisiones de la azafata en cuestión; sin embargo, es evidente que uno puede y debe tener un margen para improvisar y enfrentarse a lo inesperado, ya que un manual no puede prever todas las posibilidades (a no ser que se lo considere sagrado). Y también es evidente, al menos para mí, que si la empresa en la cual estoy trabajando prioriza las reglas sobre las personas, la renuncia sería la mejor opción o la salida más digna.
Buscar la excepción, la irregularidad de ciertas pautas establecidas, implica contrastar las ideas y humanizarlas.
Consiste en poner la certeza en cuarentena. La mente flexible evalúa los principios, criterios o mandatos tratando de definir las fronteras a partir de las cuales dejan de funcionar.
Por ejemplo, el valor de la perseverancia requiere de un límite para que no se convierta en fanatismo: hay que aprender a perder. El valor de la modestia / humildad necesita de la autoestima para no caer en la negación del yo. El valor del autodominio requiere del derecho al placer o a la felicidad si no queremos caer en una apología del autocastigo y los cilicios. La mansedumbre sin dignidad es bajeza o humillación. En otras palabras, la mente flexible tiene en cuenta la norma pero también aquellos factores complementarios y equilibrantes que la apaciguan.
El siguiente caso hipotético, citado con frecuencia en bioética, muestra con claridad las consecuencias que pueden surgir de un dilema ético en el que la rigidez juega un papel principal. Un farmacéutico está cerrando la farmacia y, en ese preciso instante, llega un hombre angustiado a solicitarle un medicamento porque su hijo tiene un ataque de asma y podría morirse si no se lo administra. El dueño del local mira con parsimonia el reloj que está colgado en la pared y dice: «Lo siento, cierro a las ocho de la noche y son las ocho y un minuto.» El hombre alega que no hay otra farmacia abierta a esa hora y que si no le vende el medicamento, su hijo morirá. La respuesta del farmacéutico es terminante: «¿No me ha entendido, señor? Ya he cerrado.»
El hombre, al borde de un ataque de nervios, le suplica, le pide que se ponga en su lugar y que piense en su hijo... Pero el otro se pertrecha tras la puerta, cierra con llave, apaga las luces y se retira al interior del local. Independientemente de la irracionalidad del farmacéutico, lo que me interesa señalar es su incapacidad para crear alternativas de solución cuando las pautas prefijadas no funcionan. La interrogación salta a la vista: ¿no podría cerrar el local cinco minutos más tarde?
La historia termina con el padre del niño rompiendo el cristal y penetrando con furia en la farmacia para llevarse el medicamento a la fuerza. La pregunta que surge es evidente: ¿qué tipo de falta es más censurable?, ¿penetrar en una propiedad privada sin autorización y robar un medicamento (sancionado por la ley) o dejar morir a un enfermo porque su padre llegó un minuto tarde (sancionado por la moral)? No todo lo legal es ético, ni todo lo ético es legal. Obviamente, no estoy sugiriendo que se deba violar la ley cada vez que queramos. Simplemente, intento mostrar las consecuencias de no tener en cuenta las excepciones. Vale la pena señalar que en las encuestas realizadas sobre este caso en particular, la mayoría de los encuestados suelen estar de acuerdo con la actitud del padre.
Extracto del libro:
El arte de ser flexible
Walter Riso