lunes, 2 de mayo de 2016

EL DIOS DEL MAR


En el viejo Japón, el monje peregrino divulgaba de provincia en provincia, de aldea en aldea, los cuentos edificantes, venidos de la India fabulosa o de la lejana China. El santo varón se instalaba en la oscura sala. Unas brasas despedían su fulgor rojizo en el hogar; a su alrededor los campesinos formaban un círculo, y él comenzaba con el ritual familiar:

ESTO ES LO QUE OÍ: 

Un hombre, que tenía mujer e hijos, se iba a trabajar al campo. Llevaba en el hombro un binador (cavador) y su ropa era la de un campesino. Por el camino una mujer joven y muy gentil le detuvo: 

-Cásate conmigo -le dijo-. Lo quiero, y nadie podrá impedírmelo. 

Después de vacilar un poco, el hombre, subyugado por su gran belleza, aceptó. La hermosa mujer le dijo: 

-Quiero mostrarte mi casa y presentarte a mi padre. 

El hombre la siguió. Ella lo llevó a la playa. 

-¡Entra en el mar! -dijo la mujer. 

El hombre se echó atrás, asustado. Pero ella le dijo: 

-Nos cogeremos del brazo, no tienes que temer nada. 

Se sumergieron en el agua, recorrieron un largo camino y llegaron finalmente ante un palacio magnífico. La bella mujer presentó el hombre a su padre, que era el dios del mar. 

-Este es el marido que he encontrado. 

-Sé mi yerno a partir de ahora --consintió el dios. Y así se hizo. 

***

Sin embargo, el hombre continuó aparentemente llevando su vida habitual. Vivía con su mujer y sus hijos. Pero cuando partía por la mañana, con el binador al hombro, en vez de irse a trabajar al campo, se dirigía a la playa y descendía al maravilloso palacio del mar. Las cosas siguieron así durante un tiempo. Un día, la mujer empezó a sospechar. Siguió a su marido. Lo vio entrar en el mar, lo siguió a su vez y se aventuró en el palacio del fondo del agua. Los guardianes la sorprendieron. Se disponían a arrojarla como pasto de los peces hambrientos cuando el marido intervino: 

-Es mi mujer de la tierra -dijo-, la madre de mis hijos. Voy a llevarla a casa. 

Al llegar a su casa, el hombre explicó a su esposa: 

-Me he casado con la hija del dios del mar. Nuestro hijo mayor ya tiene edad para reemplazarme en los campos. En cuanto a mí, tengo que dejaros, en lo sucesivo ya no pertenezco a este mundo. 

***

-Cada uno de nosotros --concluyó el monje peregrino- es en verdad un dios en el palacio del mar. Esto es lo que quiere decir este cuento. Por hoy no vais a escuchar más. 

Extraído de:
La Grulla Cenicienta
Los más bellos cuentos zen
Henry Brunel