jueves, 31 de agosto de 2017
miércoles, 30 de agosto de 2017
EL SIMPLE NO ES SENCILLO
Para ser flexible
• Ya has visto que para ser flexible no se necesita ser elemental y vivir en lugares comunes. Más bien, te invito a que conviertas los lugares comunes en oportunidades para seguir avanzando hacia la integración que el pensamiento complejo te propone.
• Por ejemplo, el sabio dice: «Lucha por lo que está bajo tu control, descarta lo que escapa a tu control» (estoicismo). Esta premisa no es simple, porque no responde a argumentos superficiales, ligeros y triviales. Más bien se desprende de la observación sistemática de cómo se relaciona el hombre con el futuro, de la virtud de aprender a perder y de reconocer que uno no lo puede todo (humildad).
• El simple no es sencillo, porque sus premisas, sus antecedentes y sus elucubraciones surgen de un análisis insustancial que nada tiene que ver con el pensamiento complejo.
Extracto del libro:
El arte de ser flexible
Walter Riso
Fotografía tomada de internet
EL SIMPLE NO ES SENCILLO
Para ser flexible
• Ya has visto que para ser flexible no se necesita ser elemental y vivir en lugares comunes. Más bien, te invito a que conviertas los lugares comunes en oportunidades para seguir avanzando hacia la integración que el pensamiento complejo te propone.
• Por ejemplo, el sabio dice: «Lucha por lo que está bajo tu control, descarta lo que escapa a tu control» (estoicismo). Esta premisa no es simple, porque no responde a argumentos superficiales, ligeros y triviales. Más bien se desprende de la observación sistemática de cómo se relaciona el hombre con el futuro, de la virtud de aprender a perder y de reconocer que uno no lo puede todo (humildad).
• El simple no es sencillo, porque sus premisas, sus antecedentes y sus elucubraciones surgen de un análisis insustancial que nada tiene que ver con el pensamiento complejo.
Extracto del libro:
El arte de ser flexible
Walter Riso
Fotografía tomada de internet
martes, 29 de agosto de 2017
TAO TE KING: PRINCIPIO 33
Quien conoce a los demás, es sensato.
Quien se conoce a sí mismo, es sabio.
Quien vence a otros, es fuerte.
Quien se vence a sí mismo, es poderoso.
Quien consigue sus propósitos, es voluntarioso.
Quien se contenta con lo que tiene, es rico.
Quien no muere ni siquiera con la muerte, posee la
Vida.
Extracto del libro:
Lao-Tsé
Tao Te King
Fotografía tomada de internet
TAO TE KING: PRINCIPIO 33
Quien conoce a los demás, es sensato.
Quien se conoce a sí mismo, es sabio.
Quien vence a otros, es fuerte.
Quien se vence a sí mismo, es poderoso.
Quien consigue sus propósitos, es voluntarioso.
Quien se contenta con lo que tiene, es rico.
Quien no muere ni siquiera con la muerte, posee la
Vida.
Extracto del libro:
Lao-Tsé
Tao Te King
Fotografía tomada de internet
lunes, 28 de agosto de 2017
LA CAPACIDAD DE PERDONAR
¿Podría decirnos algo sobre la capacidad de perdonar?
R: La capacidad de perdonar es fruto del entendimiento. A veces, incluso cuando queremos perdonar a alguien, no somos capaces de hacerlo. La buena voluntad necesaria para perdonar puede estar presente, pero la amargura y el sufrimiento siguen también estando presentes. Para mi el perdón es resultado de la práctica de observar profundamente y comprender.
En la oficina que teníamos en París en los años setenta y ochenta una mañana recibimos una muy mala noticia. Había llegado una carta en que nos decían que una niña de once años que viajaba en un barco procedente de Vietnam había sido violada por un pirata del mar. Cuando su padre intentó intervenir lo arrojaron al mar. La niña saltó al mar también, y se ahogó. Yo estaba enojado. Como seres humanos, tenemos derecho a enojarse; pero como practicantes, no tenemos derecho a cesar de practicar.
No fui capaz de desayunar; la noticia era demasiado para mí. Medité caminando en un bosque cercano. Intenté ponerme en contacto con los árboles, los pájaros y el cielo azul, para calmarme, y luego me senté y medité. La meditación duró mucho rato.
Mientras meditaba me vi nacer en la zona costera de Tailandia. Mi padre era un pescador pobre; mi madre era una mujer inculta. La pobreza me rodeaba por todas partes. A los catorce años tuve que ponerme a trabajar con mi padre en el barco para ganar nuestro sustento; este trabajo era muy duro. Cuando mi padre murió, tuve que hacerme cargo de su actividad yo solo para sostener a mi familia.
Un pescador que conocía me dijo que muchos refugiados del mar que salían de Vietnam solían llevar consigo sus posesiones muy valiosas, como oro y alhajas. Me dijo que si interceptábamos uno solo de estos barcos y nos quedábamos con una parte del oro, seríamos ricos. Como era un pescador pobre e inculto, su propuesta me tentó. Y un día decidí irme con él y robar a los refugiados del mar. Cuando vi como el pescador violaba a una de las mujeres que viajaban en el barco, sentí la tentación de hacer lo mismo. Miré a mi alrededor y cuando me di cuenta de que nada me podía detener —no había policías y no corría ningún riesgo— me dije a mí mismo: «Lo puedo hacer, una sola vez». Fue así como me convertí en pirata del mar que viola a una niña pequeña.
Ahora imagínense que van en el barco y que llevan un arma de fuego. Si me disparan y me matan, su acto no me ayudará. Nadie me ha ayudado en toda mi vida y nadie ayudó a mis padres en toda su vida. De niño, me criaron sin educación. Yo jugaba con niños delincuentes y ya de mayor me convertí en pescador pobre. Ningún político o educador me ayudó jamás. Y porque nadie me ayudó, me convertí en pirata del mar. Si disparas contra mí, me matarás.
Esa noche medité sobre esto. Una vez más, me vi como joven pescador que se convierte en pirata del mar. También vi como cientos de bebés nacían esa noche en las costas de Tailandia. Me di cuenta de que si nadie ayudara a esos bebés a crecer con educación y posibilidades de llevar una vida decente, en veinte años algunos de esos bebés serían piratas del mar. Empecé a entender que si yo hubiese nacido niño en esa aldea de pescadores, también yo me hubiese convertido en pirata del mar. Cuando comprendí esto, mi enojo con los piratas se disipó.
En vez de enojarme con el pescador, sentí compasión por él. Prometí que si algo pudiera hacer para ayudar a los bebés que habían nacido esa noche en las costas de Tailandia, lo haría. La energía llamada enojo se transformó en la energía de la compasión por medio de la meditación. La capacidad de perdonar, y el entendimiento, son frutos de la práctica de observar profundamente, yo la llamo meditar.
Extracto del libro:
Sea libre donde esté
Thich Nhat Hanh
Fotografía tomada de internet
LA CAPACIDAD DE PERDONAR
¿Podría decirnos algo sobre la capacidad de perdonar?
R: La capacidad de perdonar es fruto del entendimiento. A veces, incluso cuando queremos perdonar a alguien, no somos capaces de hacerlo. La buena voluntad necesaria para perdonar puede estar presente, pero la amargura y el sufrimiento siguen también estando presentes. Para mi el perdón es resultado de la práctica de observar profundamente y comprender.
En la oficina que teníamos en París en los años setenta y ochenta una mañana recibimos una muy mala noticia. Había llegado una carta en que nos decían que una niña de once años que viajaba en un barco procedente de Vietnam había sido violada por un pirata del mar. Cuando su padre intentó intervenir lo arrojaron al mar. La niña saltó al mar también, y se ahogó. Yo estaba enojado. Como seres humanos, tenemos derecho a enojarse; pero como practicantes, no tenemos derecho a cesar de practicar.
No fui capaz de desayunar; la noticia era demasiado para mí. Medité caminando en un bosque cercano. Intenté ponerme en contacto con los árboles, los pájaros y el cielo azul, para calmarme, y luego me senté y medité. La meditación duró mucho rato.
Mientras meditaba me vi nacer en la zona costera de Tailandia. Mi padre era un pescador pobre; mi madre era una mujer inculta. La pobreza me rodeaba por todas partes. A los catorce años tuve que ponerme a trabajar con mi padre en el barco para ganar nuestro sustento; este trabajo era muy duro. Cuando mi padre murió, tuve que hacerme cargo de su actividad yo solo para sostener a mi familia.
Un pescador que conocía me dijo que muchos refugiados del mar que salían de Vietnam solían llevar consigo sus posesiones muy valiosas, como oro y alhajas. Me dijo que si interceptábamos uno solo de estos barcos y nos quedábamos con una parte del oro, seríamos ricos. Como era un pescador pobre e inculto, su propuesta me tentó. Y un día decidí irme con él y robar a los refugiados del mar. Cuando vi como el pescador violaba a una de las mujeres que viajaban en el barco, sentí la tentación de hacer lo mismo. Miré a mi alrededor y cuando me di cuenta de que nada me podía detener —no había policías y no corría ningún riesgo— me dije a mí mismo: «Lo puedo hacer, una sola vez». Fue así como me convertí en pirata del mar que viola a una niña pequeña.
Ahora imagínense que van en el barco y que llevan un arma de fuego. Si me disparan y me matan, su acto no me ayudará. Nadie me ha ayudado en toda mi vida y nadie ayudó a mis padres en toda su vida. De niño, me criaron sin educación. Yo jugaba con niños delincuentes y ya de mayor me convertí en pescador pobre. Ningún político o educador me ayudó jamás. Y porque nadie me ayudó, me convertí en pirata del mar. Si disparas contra mí, me matarás.
Esa noche medité sobre esto. Una vez más, me vi como joven pescador que se convierte en pirata del mar. También vi como cientos de bebés nacían esa noche en las costas de Tailandia. Me di cuenta de que si nadie ayudara a esos bebés a crecer con educación y posibilidades de llevar una vida decente, en veinte años algunos de esos bebés serían piratas del mar. Empecé a entender que si yo hubiese nacido niño en esa aldea de pescadores, también yo me hubiese convertido en pirata del mar. Cuando comprendí esto, mi enojo con los piratas se disipó.
En vez de enojarme con el pescador, sentí compasión por él. Prometí que si algo pudiera hacer para ayudar a los bebés que habían nacido esa noche en las costas de Tailandia, lo haría. La energía llamada enojo se transformó en la energía de la compasión por medio de la meditación. La capacidad de perdonar, y el entendimiento, son frutos de la práctica de observar profundamente, yo la llamo meditar.
Extracto del libro:
Sea libre donde esté
Thich Nhat Hanh
Fotografía tomada de internet
domingo, 27 de agosto de 2017
sábado, 26 de agosto de 2017
viernes, 25 de agosto de 2017
jueves, 24 de agosto de 2017
PARA LA CÁTEDRA DE GEOGRAFÍA
Estaba intentando descifrar el alboroto de los pájaros de California, en las arboledas de la Universidad de Stanford, cuando un viejo profesor, que deambulaba por allí, se me acercó. El profesor, sabio en alguna especialidad de las ciencias biológicas, tenía mucha charla guardada. De lo suyo, sabía todo. Yo, que de aquello no sabía nada, nada entendí; pero él era simpático, hablaba suavemente y daba gusto escucharlo.
A cierta altura, lo picó la curiosidad y quiso saber de qué país venía. Le contesté; y por sus ojos, estupefactos, me di cuenta de que el nombre del Uruguay no le resultaba muy familiar. Yo ya estaba acostumbrado, pero el profesor fue amable y me hizo un comentario sobre las ropas típicas de mi país. Era evidente que el profesor confundía Uruguay con Guatemala: retribuí su gentileza haciéndome guatemalteco en el acto y sin chistar, y dije no sé qué cosa sobre la tormentosa historia de América Central.
—Central America? —me interrumpió. Y por sus ojos, estupefactos, me di cuenta de que tampoco ese nombre le resultaba muy familiar. Como también a eso estaba acostumbrado, no me sorprendí. Era evidente que el profesor creía, como muchos de sus compatriotas, que en el centro de América está Kansas City.
Tomado de:
Cuentos de Galeano en la Jornada
Eduardo Galeano
Fotografía de internet
PARA LA CÁTEDRA DE GEOGRAFÍA
Estaba intentando descifrar el alboroto de los pájaros de California, en las arboledas de la Universidad de Stanford, cuando un viejo profesor, que deambulaba por allí, se me acercó. El profesor, sabio en alguna especialidad de las ciencias biológicas, tenía mucha charla guardada. De lo suyo, sabía todo. Yo, que de aquello no sabía nada, nada entendí; pero él era simpático, hablaba suavemente y daba gusto escucharlo.
A cierta altura, lo picó la curiosidad y quiso saber de qué país venía. Le contesté; y por sus ojos, estupefactos, me di cuenta de que el nombre del Uruguay no le resultaba muy familiar. Yo ya estaba acostumbrado, pero el profesor fue amable y me hizo un comentario sobre las ropas típicas de mi país. Era evidente que el profesor confundía Uruguay con Guatemala: retribuí su gentileza haciéndome guatemalteco en el acto y sin chistar, y dije no sé qué cosa sobre la tormentosa historia de América Central.
—Central America? —me interrumpió. Y por sus ojos, estupefactos, me di cuenta de que tampoco ese nombre le resultaba muy familiar. Como también a eso estaba acostumbrado, no me sorprendí. Era evidente que el profesor creía, como muchos de sus compatriotas, que en el centro de América está Kansas City.
Tomado de:
Cuentos de Galeano en la Jornada
Eduardo Galeano
Fotografía de internet
Cuentos de Galeano en la Jornada
Eduardo Galeano
Fotografía de internet
miércoles, 23 de agosto de 2017
martes, 22 de agosto de 2017
lunes, 21 de agosto de 2017
domingo, 20 de agosto de 2017
sábado, 19 de agosto de 2017
POBRES, LO QUE SE DICE POBRES
Pobres
lo que se dice pobres
son los que no tienen tiempo para perder el tiempo.
Pobres,
lo que se dice pobres,
son los que no tienen silencio ni pueden comprarlo.
Pobres,
lo que se dice pobres,
son los que tienen piernas que se han olvidado de caminar,
como las alas de las gallinas se han olvidado de volar.
Pobres,
lo que se dice pobres,
son los que comen basura y pagan por ella como si fuese comida.
Pobres,
lo que se dice pobres,
son los que tienen el derecho de respirar mierda,
como si fuera aire, sin pagar nada por ella.
Pobres,
lo que se dice pobres
Pobres,
lo que se dice pobres,
son los que viven dramas pasionales con las máquinas.
Pobres,
lo que se dice pobres,
son los que son siempre muchos y están siempre solos.
Pobres,
lo que se dice pobres,
son los que no saben que son pobres.
Eduardo Galeano
POBRES, LO QUE SE DICE POBRES
Pobres
lo que se dice pobres
son los que no tienen tiempo para perder el tiempo.
Pobres,
lo que se dice pobres,
son los que no tienen silencio ni pueden comprarlo.
Pobres,
lo que se dice pobres,
son los que tienen piernas que se han olvidado de caminar,
como las alas de las gallinas se han olvidado de volar.
Pobres,
lo que se dice pobres,
son los que comen basura y pagan por ella como si fuese comida.
Pobres,
lo que se dice pobres,
son los que tienen el derecho de respirar mierda,
como si fuera aire, sin pagar nada por ella.
Pobres,
lo que se dice pobres
Pobres,
lo que se dice pobres,
son los que viven dramas pasionales con las máquinas.
Pobres,
lo que se dice pobres,
son los que son siempre muchos y están siempre solos.
Pobres,
lo que se dice pobres,
son los que no saben que son pobres.
Eduardo Galeano
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