Techo de palma, mostrador de cañas. Acodados en el mostrador, Dámaso Murúa y yo bebíamos cerveza, picoteábamos camarones al ajillo y escuchábamos las reflexiones de la clientela. No había mujeres en aquel bar de Mazatlán, pero sólo se hablaba de ellas:
—Lo dijeron en la tele. Cada día muere un montón de mujeres, dieciocho mil mujeres mueren cada día en el mundo. Así como lo oyes. Y a la mía ni le duele la cabeza.
—Ni modo. Es que hay matrimonios que acaban bien, y hay otros que duran toda la vida.
—Antes ella era buena, buena como mujer de otro, pero ahorita... Les das confianza y acaban pisándote. Y cuantimás peor.
—Si las mujeres fueran buenas, digo yo, Dios tendría una.
—Mujer que no jode, es hombre. Está probado.
—Puro hable y hable. Viboreando se pasan el día, puro chisme, pura queja, puro reproche.
—Pos sí.
—¿Quieres que te diga? Les falta cerebro, pero les sobra memoria.
—Eso se ve a simple vista, nomás con echarles un vistazo.
—Las mujeres tienen una pinche memoria. Y es lo peor que tienen, no te perdonan una, te recuerdan todo, óyeme bien, que no acostumbro mentir.
Tomado de:
Cuentos de Galeano en la Jornada
Eduardo Galeano
Fotografía de internet