viernes, 30 de marzo de 2018

CUANDO LAS COSAS SE PONEN DIFÍCILES







Las familias a veces experimentan mucho dolor y angustia. Cuando un miembro de la familia sufre, puede propagar su dolor a los demás. Por ejemplo, aunque un padre ame siempre a su hijo, a veces es incapaz de demostrárselo. De hecho, es posible que haga lo contrario. Pero el amor que siente por su hijo siempre está presente en su corazón, sólo ha de encontrar la forma de expresarlo.





Si ningún miembro de la familia es capaz de escuchar a los demás, el ambiente estará cargado de tensión y se hará casi irrespirable. La comunicación no será posible. Cuando la gente no se escucha entre sí, no puede ser feliz. Si en cuanto abres la boca el otro dice: “¡No quiero escucharte, ya sé lo que vas a decir, sólo quieres herirme!”, el deseo de compartir algo se frustra y acabamos distanciándonos unos de otros.





Para ser verdaderamente felices necesitamos que nos comprendan. A veces a lo mejor crees que no eres querido o comprendido, y esta sensación te hace sufrir. Para amar a alguien, primero hemos de intentar comprender a esa persona. Para lograrlo, practicamos el sentarnos en meditación y el escuchar; la práctica del amor consiste en esto. Te ruego que lo recuerdes. No te dejes llevar por los prejuicios y las suposiciones, no pienses que ya entiendes a esa persona.





Si creemos que la persona amada es la culpable de nuestro dolor, sufrimos mucho. En cambio, si creemos que es otra la culpable, no sufrimos tanto. En el primer caso, no podemos soportarlo, sufrimos cien veces más, queremos encerrarnos en nuestra habitación para echarnos a llorar, no deseamos verla ni hablar con ella. Aunque intente acercarse a nosotros, seguimos enfadados. No queremos que nos toque. Le decimos: “¡Déjame en paz!”, es una reacción muy normal.





Cuando te ocurra, es mejor no responder con palabras. Limítate a hacer la práctica de “detenerte”. Eso es lo que yo hago. Regreso a la respiración diciéndome en silencio: “Al inspirar, sé que estoy irritado. Al espirar, la irritación sigue ahí”. Continúo respirando así tres o cuatro veces y entonces hay un cambio.






Después nos acercamos a la persona amada que acaba de herirnos y le decirnos, siendo plenamente conscientes, con una gran atención y concentración: “Estoy sufriendo, ayúdame, por favor”. Ya sé que cuesta mucho, pero si lo intentas, lo conseguirás. Nos acercamos a ella, inspiramos y espiramos profundamente, y tras regresar a nosotros mismos al cien por cien, le decimos que estamos sufriendo y que necesitamos su ayuda. A lo mejor no deseamos hacerlo creyendo que no nos hace falta. Al contrario, queremos ser independientes y decirle: “¡No te necesito!”, porque nos ha herido profundamente. Por eso no queremos pedir ayuda, porque nuestro orgullo está herido. Pero de todos modos es muy importante aprender a decirlo.





Para ponerlo en práctica deberemos entrenarnos durante un tiempo, ya que nuestra inclinación natural es decir que podemos sobrevivir sin ella y demostrárselo con el deseo de castigarla. Y queremos castigarla porque se ha atrevido a hacernos sufrir. Pero si observamos a fondo la situación, veremos que esa conducta no es acertada. Estamos seguros de que la otra persona es la culpable de nuestro sufrimiento, pero quizá estemos equivocados. Cuando dos personas se quieren, se necesitan mutuamente, en especial cuando están sufriendo.









Extracto del libro:


A la sombra del manzano rosal


El budismo explicado a los niños


Thich Nhat Hanh


Fotografía tomada de internet