Unas cuantas abejas vuelan dentro de una habitación vacía y cerrada. Durante varios días se ofrece a las abejas, por único alimento, un néctar de flores mezclado con la pócima Z. Entonces se introduce en la habitación una camisa impregnada del olor de alguien. Agotado el néctar, las abejas pasan hambre, revoloteando en torno a ese olor.
Una noche, se libera a las abejas cerquita de la hamaca donde duerme el dueño de la camisa. Las abejas, desesperadas, clavan sus dardos. Al amanecer, el inoculado no consigue levantarse. No le responden sus músculos de trapo. Al mediodía, se apaga como una vela. De nada sirven las compresas de hojas de romero y de nuez de jengibre, empapadas en ron clarín, ni otros remedios infalibles. A la tarde, sus queridos lo llevan en andas al cementerio, y derraman lágrimas y arrojan flores mientras las paladas de tierra caen sobre el cajón. Pero esa noche, el difunto rompe el cajón, abre la tumba y vuelve al mundo. El regresado ha perdido la pasión y la memoria. Los ojos idos, callada la boca, trabaja sin horario ni salario, moliendo caña o alzando paredes o cargando leña, y no se queja jamás, ni jamás exige, ni pide siquiera.
(Esta es una modesta proposición para corregir la indisciplina de la mano de obra en la era de la globalización industrial. Se basa en un tratamiento ya ensayado, en casos aislados, en la república de Haití, que podría aplicarse exitosamente en escala universal. La experiencia permite confiar en su eficacia contra las tendencias conflictivas que actualmente alteran la paz pública, perjudican al sistema productivo y desalientan la inversión extranjera.)
Tomado de:
Cuentos de Galeano en la Jornada
Eduardo Galeano
Fotografía de internet