En el budismo vajrayana existen descripciones de muchos samayas diferentes, pero todos ellos tienen que ver con darnos cuenta de que ya estamos ligados a la realidad; todos ellos son trucos para llevarnos a la situación sin elección. Aunque cada centímetro de nuestro cuerpo quiera salir corriendo en la dirección opuesta, nos quedamos aquí: no hay ninguna otra forma de entrar en el mundo sagrado. Tenemos que dejar de pensar que podemos irnos e instalarnos en otro lugar. La alternativa es simplemente relajarnos, relajarnos en el agotamiento, en la indigestión, en el insomnio, en la irritación, en el deleite, en lo que sea.
Los samayas más importantes son los de cuerpo, discurso y mente. El primero de ellos es estar ligado al cuerpo, a las formas, a lo que vemos con los ojos; quedarnos con lo que vemos y no renunciar nunca a ello.
Se dice que los samayas de cuerpo, discurso y mente son tan continuos como el fluir de un río. Esta no es nuestra experiencia habitual, porque cuando nuestra percepción se torna vivida nos ponemos nerviosos. El mundo siempre está mostrándose, siempre está saludándonos y guiñándonos el ojo, pero estamos tan ocupados con nosotros mismos que nos lo perdemos. La experiencia de quedarnos con lo que vemos y no renunciar a ello es tal que todo lo que vemos, todo el mundo, se torna extremadamente vivido y más sólido, y al mismo tiempo menos sustancial y más transparente. No estamos hablando de ninguna otra cosa que de ver a la persona que está sentada ante nosotros: de ver su pelo lacio o alborotado, de verlo limpio o sucio, cepillado o re- vuelto; o de ver a un pájaro de negras plumas con una ramita en su boca descansando en un árbol. Las cosas que vemos constantemente pueden sacarnos del doloroso ciclo del samsara.
Extracto del libro:
Cuando Todo Se Derrumba
Pema Chödron
Fotografía de Internet