Un hombre de ciencia es un filósofo pobre.
(Albert Einstein)
Los filósofos de la Grecia clásica se ocupaban de todas las disciplinas del conocimiento, desde los entresijos del alma humana hasta los misterios del universo, mientras que la ciencia actual tiende a estrechar constantemente su campo de estudio. Como decía un sabio anónimo: «Cada vez sabemos más de menos, hasta que al final lo sabremos todo de nada».
Einstein admiraba a los viejos filósofos por su capacidad de abordar múltiples cuestiones y problemas. Tal vez por eso Lou Marinoff, autor de Más Platón y menos Prozac, fundó hace un par de décadas el asesoramiento filosófico como terapia para analizar y superar las dificultades a partir de fragmentos filosóficos.
Marinoff, como ya hicieron Platón y Sócrates en su día, utiliza el diálogo como terapia, realizando un intercambio de ideas para llegar al centro de la cuestión, y aprovecha a los grandes pensadores de la historia para dar orientación a sus pacientes.
Pero más allá del asesoramiento está la acción. Si estás molesto porque tienes una piedra en el zapato, el asesoramiento te ayudará a lidiar con ese sentimiento y a entenderlo, pero no a quitarte la piedra del zapato; eso lo tendrás que hacer tu mismo.
El autor también comenta que el asesoramiento filosófico es complementario. Si el paciente sufre algún trastorno psíquico importante es recomendable que visite a un psicólogo.
En la consulta con sus pacientes, Marinoff analizaba mucho el pasado, pues «el pasado nos condiciona y forma el modo en que solemos ver las cosas; de ahí que examinar el pasado puede que resulte provechoso». Recomienda que vayamos tan ligeros de equipaje como sea posible. La meta es conocernos a nosotros mismos y ver qué necesitamos realmente y de qué podemos prescindir.
«En palabras de mi colega canadiense Peter March — afirma Marinoff—, esta es “una terapia para cuerdos”. Según mi parecer, esto nos incluye a todos. Por desgracia, con demasiada frecuencia la psicología y la psiquiatría han aspirado a catalogar las enfermedades de todo el mundo, tratando de diagnosticar a cualquiera que entrara en sus consultas en busca del síndrome o el trastorno que sería la causa de su problema [...] Deberíamos ser aceptados a pesar de la variedad de defectos que todos tenemos, y pese a que no exista ningún motivo para ver esos defectos como algo anormal (la perfección es lo que carece de normalidad), tampoco hay razón alguna para juzgar que el cambio esté fuera de nuestro alcance. Cuando Sócrates declaró que una vida sin reflexión no merecía la pena ser vivida, abogaba por la evaluación personal constante y el esfuerzo por mejorarse a sí mismo como la más alta de las vocaciones.»
Tomado del libro:
Einstein para despistados
Allan Percy
Fotografía de Internet