Nelly Delluci atravesó alambradas y pastizales en busca del lugar donde había sido triturada, un campo de concentración llamado La Escuelita, pero el ejército argentino no había dejado ni un ladrillo en pie.
Toda la tarde anduvo buscando en vano. Y cuando más perdida estaba en plena llanura, deambulando sin ton ni son, Nelly vio el molino. Lo descubrió de lejos. Al acercarse, escuchó la queja de las aspas azotadas por el viento, y no tuvo dudas:
—Es aquí.
No había nada más que pasto alrededor, pero ése era el lugar. De pie frente al molino, que ya el crepúsculo teñía de rojo, Nelly reconoció el gemido que quince años antes había acompañado a los presos días tras día, noche tras noche.
Y recordó: un coronel, harto de la letanía del molino, lo había mandado maniatar. Las aspas habían sido atadas con varias vueltas de tiento, pero el molino había seguido quejándose.
Tomado de:
Cuentos de Galeano en la Jornada
Eduardo Galeano
Fotografía de internet