Aunque las fragilidades psicológicas masculinas podrían llenar varios tomos de una enciclopedia (ellas irán apareciendo a lo largo del presente texto), aquí sólo señalaré tres miedos básicos, por lo general encubiertos por el ego, comunes a casi todas las culturas, altamente dañinos y mortificantes para aquellos varones que aún se empecinan en ser duros, intrépidos y osados.
Éstos son: 1) el miedo al miedo, 2) el miedo a estar afectivamente solo y 3) el miedo al fracaso.
Veamos cada uno en detalle.
2. El miedo a estar afectivamente solo.
Existe un déficit psicológico masculino que suele hacerse manifiesto cuando el hombre se ve obligado a estar solo. Este síndrome de soledad regresiva aparece en situaciones de estrés o en acontecimientos vitales que impliquen pérdida afectiva como la separación, el rompimiento de un noviazgo o la viudez. La deprivación afectiva en la vida de un varón tradicional es devastadora y responsable directa de todo tipo de miedos, inseguridades y depresión.
La adhesión que los hombres establecernos con las fuentes de seguridad afectiva merece ser investigada más a fondo por la ciencia psicológica. Además del imprescindible sexo que nos puedan proporcionar nuestras esposas, necesitamos compañía, apoyo y ánimo en cantidades considerables.
Aunque querramos disimular la cosa y mostrar un desapego cercano a la iluminación, sin el soporte afectivo no sabemos vivir. Muchos superhombres exitosos, líderes económicos y políticos, en lo más reservado de su ser necesitan del consejo y el empujón femenino para seguir adelante. Trátese de un golpe de estado o de la más riesgosa inversión bursátil, la oportuna sugerencia femenina deja su marca. La mujer ideal para la mayoría de los varones: orla ninfómana en la cama y una mamá fiera de ella; una relación cuasi incestuosa en la cual los hombres proponen y las mujeres disponen.
Un caso particularmente interesante de esta necesidad de compañía femenina lo constituyen muchos de los habituales asistentes a prostíbulos. Al contrario de lo que generalmente se piensa, el asiduo visitador de burdeles, además de sexo, también suele buscar afecto. La prostituta, cuando es verdaderamente profesional, no sólo tiene relaciones sexuales con su cliente, sino que literalmente lo ama, lo cuida y lo contempla mientras dure el convenio. El hombre solitario, tímido, con pocas habilidades sociales de conquista, acomplejado, el que se siente feo, gordo, flaco o poca cosa, en las casas de citas puede hallar un lugar de aceptación "incondicional" proporcional al pago. Al no existir rituales de conquista ni cortejo alguno, el riesgo al rechazo, aunque artificial y comprado, se elimina. No existe el odioso "no", con el que tanto tenemos que lidiar los hombres, no hay nada que disimular, nada que aparentar o mostrar.
Muchísimos grandes pensadores, filósofos y escritores encontraron en esas sórdidas casas de lenocinio su mayor fuente de inspiración y una manera de esconder su tímida soledad afectiva. Ciaran decía al respecto: "La atmósfera de burdel que yo viví resulta inconcebible para los occidentales. Debo decir que todas aquellas mujeres eran húngaras, y no puede imaginarse mezcla más lograda de sensualidad e instinto maternal. En el Este, el burdel era el único lugar donde podía encontrar algún calor humano".
No estoy apoyando el comercio sexual, porque pienso que el varón que compra sexo o amor destruye gran parte de su autoestima, pero debo reconocer que muchas de estas casas de tolerancia han colaborado como centros de intervención en crisis de un sinnúmero de hombres solos, deprimidos y potencialmente sumidas. Más allá de cualquier connotación sexual o moral, no es difícil de comprender el encanto que estos lugares de relax pueden ejercer sobre los varones que sufren de soledad afectiva severa. Incluso algunos, como Charles Baudelaire en Las quejas de Icaro, han llegado a cuestionar las supuestas ventajas del amor romántico sobre el pecaminoso amor carnal:
"Los amantes de las putas
Son felices en su hartazgo.
Yo, de estrechar a las nubes,
Pese a que muchos hombres viven solos y parecen adaptarse adecuadamente a ese rol, el proceso psicológico que debe elaborar el varón para llegar a aceptar su soledad afectiva es muy complejo, e indudablemente más difícil de procesar que el de la soledad femenina.
Cuando un hombre propone e incita la separación de manera segura y reposada a su esposa, pueden ocurrir dos cosas: o es un varón muy superado o tiene otra. Mi experiencia profesional me ha enseñado que la segunda opción es la más probable. Aunque la incapacidad para divorciarse se debe a muchas causas (por ejemplo culpa, sentido de la responsabilidad, amor por los hijos, problemas económicos), realmente la mayoría de los hombres es cómoda y la separación, por definición, incómoda. El varón no suele saltar al vacío porque perdería sus principales fuentes de afecto, seguridad, placer y conveniencia, es decir, hijos, sexo, comida y muchacha de servicio; el paquete entero, con calor de hogar. Por tal razón, muchos varones funcionan con el principio de Tarzán: No soltarse de una liana hasta que no se tenga la otra bien agarrada. Cuando un hombre se va de la casa, casi siempre tiene algo seguro a qué aferrarse, aunque a veces puedan ocurrir "atascamientos afectivos". Algunos "tarzanes" quedan colgados de dos lianas, inmóviles y quietos, con cara de "yo no fui", atrapadas entre dos mujeres. La una forma parte del bienestar hogareño y la estabilidad maternal; la otra, del vendaval de emociones, el deseo y la locura incontrolable que le recuerda que aún es joven y puede rehacer su vida. Por lo general, la que desagota el trancón afectivo es la esposa del implicado.
Extracto tomado del libro:
Intimidades masculinas
Walter Riso
Imágenes tomadas de internet