3. Al rescate de la amistad masculina: cuando el varón quiere al varón.
Desde el punto de vista terapéutico, es más fácil lograr que un varón exprese sus emociones a una mujer, que a un hombre. Expresar amor a otro varón es, definitivamente, una terrible amenaza para el ego masculino; y no me estoy refiriendo a otra cosa que a la pura y sencilla amistad, libre de toda connotación homosexual, viva o latente. Además del miedo típico "a que me gusten los hombres", la razón más común del freno emocional intermasculino es el miedo a la burla y a la crítica de otros hombres, es decir, a perder estatus. Los hombres somos muy severos con aquellos varones que expresan afecto de una manera demasiado efusiva.
Para un varón reprimido y duro, la exteriorización masculina del cariño es insoportable, le produce fastidio e incomodidad porque cuestiona y remueve las represiones más escondidas. Dicho de otra forma: para un varón emocionalmente constipado no hay nada peor que un varón emocionalmente liberado. Le crispa los nervios. En las terapias de grupo de hombres, más de la mitad escapan escandalizados cuando deben abrazar y acariciar a sus compañeros. A veces, la deserción ocurre simplemente porque deben comunicar sus estados internos a otros varones. Estamos tan acostumbrados a que nos oigan las mujeres, que cuando un varón nos abre el corazón, nos asustamos.
La posibilidad de comunicarse con otros hombres y compartir las experiencias masculinas afectivas, o de otro orden, es de una riqueza psicológica invaluable. Compartir las vivencias desde y hacia la masculinidad es una manera de incrementar el autoconocimiento y el crecimiento personal, no hacerlo es un desperdicio. Recuerdo que cerca de mi casa había un parque donde se reunían grupos de hombres mayores, ya jubilados, para conversar y tomar el sol. Para nosotros los jóvenes, presenciar esas reuniones era como un bachillerato acelerado, sin exámenes y sin censura de ningún tipo. Un laboratorio vivencial donde se reproducía la Segunda Guerra Mundial, la guerra civil española, las mejores cátedras de anatomía femenina, el problema económico del país, el fútbol, algo de ajedrez y los insultos al gobierno. Con una facilidad increíble, todo se convertía en polémico, nadie escuchaba a nadie y todos hablaban al mismo tiempo: un costurero masculino. Ese lenguaje hubiera sido chino para cualquier mujer. Pero detrás de ese "ruido", aparentemente carente de significado, se escondía el dialecto de la camaradería, el sentido de pertenencia a un club "sólo para hombres" y un espacio masculino que se hacía extensivo a la cancha de bochas, al billar o al bar de la esquina. Allí aprendíamos a jugar cartas, dados y dominó. También aprendíamos el sutil arte de hacer trampas inofensivas, a poner apodos y a cultivar una amistad que perduraría por años. Más allá de la competencia y las disputas, había un lugar donde podíamos reír del mismo chiste sin traducciones, y burlarnos de las mismas cosas sin disculparnos. Por desgracia, se han perdido la filosofía del café y la pasión que debe acompañar toda buena conversación. Cada día somos más tímidos y cada día nos aislamos más. Es tragicómico ver cómo el alcohol logra lo que ninguna terapia es capaz de hacer. Bajo los efectos "embellecedores" de la bebida, los más rudos exponentes de la insensibilidad masculina se vuelven empalagosamente dulces e insoportablemente afectuosos, sobre todo con amigos hombres (con las mujeres la cosa es más sexual): cariños y expresiones efusivas acompañan a un "varón tomado", artificialmente liberado y descontrolado. Ya en la madrugada, algunos hasta lloran.
Conmoverse por el sufrimiento de un amigo, ayudarlo, jugársela por él, abrazarlo, expresarle amor incondicional, carcajearse y hablar, no ya de "hombre a hombre" sino de amigo a amigo, es desmontar gran parte del sofocante hipercontrol racional al que estamos acostumbrados. Los amigos posibilitan el diálogo, el chisme interior, la locura que no se permite en casa, el cuento mal contado y el secreto mal habido. Es una de las mejores maneras de desagotar la represa emocional. Con el tiempo, uno descubre que la ternura y el cariño compartido entre varones se vuelve tan natural como el juego entre dos cachorros. El hombre debe volver al hombre. Y no lo diga de manera discriminatoria sino complementaria, porque en la medida que el varón pierda el miedo al afecto masculino, se acercará más tranquilamente al amor femenino.
Extracto tomado del libro:
Intimidades masculinas
Walter Riso
Imágenes tomadas de internet