Aunque hay muchísimos estilos afectivos masculinos, y aunque algunos pueden llegar a superponerse para crear subtipos, señalaré los que considero más importantes frente al impedimento que genera la oposición a lo femenino.
2. El hombre culpable-sumiso
Este tipo de varones hace un jugada mental supremamente autodestructiva. No contentos con los avatares y la complejidad del proceso de ser hombre, deciden echarse al hombro una nueva carga: la culpa. Como si el inconsciente se reprochara a sí mismo: "Para ser hombre tuve que renegar de mi madre y traicionar su amor". Un Judas afectivo de la peor calaña. Negar a Jesús fue algo espantoso, pero negar a la madre es una monstruosidad genética.
Estos hombres muestran una actitud reverencial y servicial para con las mujeres, realmente sospechosa.
A ellas obviamente les encanta que sean atentos, amables y buenos anfitriones, que les den la razón en cualquier controversia, que se muestren abiertamente feministas y que pidan disculpas todo el día. Pero esta seducción no es buena educación sino un acto de compensación, un tipo de indemnización.
Si pudieran devolverse en el tiempo, serían transexuales, o al menos, solterones empedernidos. Cuando oigo:`Tu marido es un santo de canonizar", de inmediato me pregunto: "¿Qué tipo de santo será, virtuoso o culpase?". Ser bondadoso y conciliador por vocación es algo respetable, pero ser sumiso por necesidad, es lamentable.
Estos hombres muestran un aparente amor incondicional por sus mujeres y una tolerancia sin límites, que no es otra cosa que la penitencia auto impuesta para reparar el supuesto daño afectivo original de separarse de la madre, que trasciende la pareja y se hace extensivo al sexo femenino en su totalidad.
Reivindicarse frente a las mujeres del mundo puede ser bastante agotador. Además, por pura estadística, a más de una dama puede parecerle atractiva la idea de someter de vez en cuando a su pareja; después de todo, él lo quiere así y parece disfrutarlo. El hombre culpable-sumiso se siente internamente miserable y sin derecho a un amor respetable, y por tal razón el castigo suele convertirse en fuente de placer. Por donde se mire, es malo y contraproducente. Estos hombres aceptan complacidos el maltrato. Verlos en acción es desagradable hasta para las mismas mujeres.
Hace poco me tocó presenciar una de estas autolaceraciones públicas en un grupo de amigos. El hombre en cuestión debía traer unas medicinas para su suegra, pero debido a un problema laboral imprevisto llegó bastante retrasado a la comida en su propia casa. La verdad sea dicha, en general había sido un hombre muy puntual y juicioso (su mujer siempre sabía dónde estaba), pero esta vez se había retrasado. Cuando llegó, ya todas las parejas invitadas estábamos cómodamente instaladas, saboreando un delicioso aperitivo y tratando de calmar a su mujer, quien fumaba y bufaba al mismo tiempo. Al verlo entrar, sin mediar saludo de ningún tipo, le gritó a pulmón lleno: "¡Te dignaste a venir!". Él se limitó a esbozar una sonrisita lamentable. Ella se le acercó con paso firme, en verdad parecía un escuadrón de la policía montada del Canadá, le arrancó el paquete de medicinas y literalmente le gruñó. Él se quitó el saco, se aflojó la corbata, que en esos momentos más parecía una soga al cuello, pidió disculpas por llegar tarde y se dejó caer pesadamente, por pura gravedad, en un sillón enorme y mullido que casi se lo traga. Sentado ahí se veía como un niñito regañado y acongojado, lo cual se notaba más por la insistencia en buscar permanentemente la mirada de su malencarada mujer, para ser absuelto.
Al cabo de un rato, cuando por suerte el clima y la temperatura ambiente parecían mejorar, mi amigo tuvo la mala suerte de tumbar y romper una botella de Chivas 24 años, regando el preciado líquido sobre una bellísima y pálida alfombra persa sin muchos arabescos. El accidente, debo ser sincero, me dolió más por el desperdicio del contenido que por el tapete. A la dueña de casa, como es obvio, le pareció al revés. Volvió a gruñir, esta vez con un sonido similar a un elefante marino, y soltó una frase que logró transformar nuestras expresiones en muecas: "¡Calvo huevón, usted no sirve para nada!". No fue precisamente una expresión muy poética, ni ejemplo de la mejor diplomacia, pero por encima de todo, fue humillante. Todas nuestras miradas, como ocurre con el público asistente a un importante partido de tenis, buscamos al unísono los ojos de nuestro infortunado amigo, los cuales estaban más achinados, rojos y chiquitos que de costumbre. Luego, otra vez al unísono, dirigimos la mirada hacia ella esperando algún tipo de rectificación, pero se reafirmó en lo dicho, sin hablar. Entonces, todos nos paramos al tiempo, como impulsados por algún resorte invisible, para colaborar de alguna manera en el accidente, hacer un break y descongelar el cuadro de tragedia. Él, luego de semejante insulto, obviamente se mostró un poco más adusto y serio, pero en realidad estaba más dolido que ofendido. Con el transcurrir de la noche, ante la insistente indiferencia de ella, no aguantó más y en un acto de expiación sin precedentes, le pidió disculpas públicamente y un beso para hacer las paces, a lo cual ella accedió de mala gana.
Aunque algunos elogiaron la nobleza del varón arrepentido y su acto de contrición, la mayoría de los comensales, hombres y mujeres, intercambiamos un acuerdo implícito, muy gestual y secreto, de no aprobación. Lo interesante del relato es que la bravura de nuestra amiga anfitriona sólo hace aparición con su pareja. Con otras personas es una mujer tierna, amable y tolerante. Algo similar ocurrió con la primera esposa de mi buen amigo, y con la mayoría de las mujeres que le conocí a lo largo de su vida: al cabo de un tiempo, todas mostraban el mismo patrón agresivo. Él se encargaba de que fuera así.
El varón culposo coloca su cabeza en el cadalso y dice: "Si me amas de verdad, destrúyeme y así podré amarte", pero el amor, por definición, es ausencia de destrucción. El amor sincero es energía creativa. Intervenir en este suicidio afectivo es supremamente dañino para cualquier mujer, porque desvirtúa la verdadera esencia del amor y compromete, no solo la salud mental de la víctima, sino también la del verdugo. Parafraseando a Erich Fromm: "El amor es la expresión de la intimidad entre dos seres humanos, siempre y cuando se preserve la integridad de cada uno" (las negrillas son mías).
Extracto tomado del libro:
Intimidades masculinas
Walter Riso
Imágenes tomadas de internet