jueves, 18 de abril de 2019

REVERTIR LA RUEDA DEL SAMSARA








Generalmente sentimos que hay un gran problema que tenemos que arreglar. La instrucción es detenernos. Hacer algo que no nos sea familiar. Hacer cualquier cosa aparte de salir corriendo en la vieja dirección, de practicar los viejos trucos.





DE ALGUNA MANERA SEGUIMOS distanciándonos del dharma. Es como si lo considerásemos una filosofía o un curso de autoayuda, y por mucho que se nos anime a hacer de la meditación y de las enseñanzas algo relevante para nuestra vida emocional, seguimos olvidándonos de aplicarlas cuando nos atascamos. Cuando estamos enfadados con alguien o tenemos el corazón partido, cuando queremos vengarnos o suicidarnos, en momentos así no solemos pensar que la meditación y las enseñanzas sean muy aplicables. No llegan a conectar con la realidad de la situación. 





Mucha gente dice que la meditación no es suficiente, que necesitamos terapia y grupos de apoyo para tratar con nuestras estructuras y hábitos más enraizados. Sienten claramente que el dharma no penetra lo suficientemente hondo en nuestra confusión. 





A menudo sugiero a los estudiantes que acudan a terapia. Para algunas personas lo considero como un  medio hábil que es extremadamente útil: trabajar de cerca con un terapeuta de mente abierta nos permite superar nuestros miedos y desarrollar la compasión por nosotros mismos. Al mismo tiempo, sé que el dharma no sólo es más revolucionario, sino que en muchos casos el dharma mismo nos aporta las herramientas y el apoyo necesario para encontrar nuestra propia belleza, nuestra propia intuición, nuestra propia capacidad de trabajar con el dolor y la neurosis. Parece que uno de los trucos es tener la suficiente fe en el dharma como para llevarlo directamente a nuestras pesadillas, no como una teoría inutilizable que nos separa de nuestros principales problemas ni como algo que nos exige un nivel determinado, sino como un buen alimento, una medicina sin efectos secundarios que es aplicable siempre y en todas partes. 





La clave reside en cambiar nuestros hábitos y, en particular, nuestros hábitos mentales. Recuerdo el día que comprendí sin sombra de duda que somos nosotros mismos los que creamos nuestra situación por nuestra forma de usar la mente, por nuestra forma de estructurar nuestras respuestas a la vida de la misma familiar y predecible manera. Surgió una situación con el dinero: se nos estaba acabando. Empecé a sentirme tensa, como si un gran peso se asentara literalmente sobre mi cabeza. Comencé a sentir pánico, tenía que buscar una vía de salida. Hasta que no encontrase una manera de resolver el problema no podría relajarme, no podría disfrutar de los rayos de sol que atraviesan el agua ni del águila posada en el árbol frente a la ventana de mi habitación. 





Todo aquel escenario era persistentemente familiar. No sé por qué lo pude ver aquella vez con más claridad que en otras ocasiones. Probablemente fue el resultado de observar mi propia experiencia durante tantos años tan honesta y ecuánimemente como podía. Posiblemente también fue el resultado de todo el entrenamiento meditativo realizado para ver en qué momento me descentro y a continuación volver al presente. 





En cualquier caso, ese día no me sentí pillada. Allí mismo, en medio del estado mental más habitual, vi lo que estaba haciendo. No sólo lo vi, sino que también pude detenerlo. Dejé de seguir mi plan habitual para salvar la situación. Decidí no correr de un lado a otro tratando de evitar el desastre. Dejé que los pensamientos de «sólo yo puedo salvarnos de esto» fueran y vinieran. Decidí ver qué ocurría sin mi aportación, aunque eso significara que todo se cayera a pedazos. A veces simplemente hay que dejar que todo se caiga por tierra. 





El primer paso, y el más duro, fue no actuar. No evitar el desastre iba contra el núcleo de mi manera de operar. Me sentí ante una enorme rueda con una inercia colosal para seguir en la dirección habitual, y yo le estaba dando la vuelta. 





De eso va el dharma, de cambiar nuestros hábitos, de invertir el proceso de solidificar tanto las cosas, de invertir la rueda del samsara. El proceso comienza cuando nos damos cuenta de que nos estamos descentrando de la manera habitual. Generalmente sentimos que hay un gran problema y que tenemos que resolverlo. La instrucción es detenerse, hacer algo que no nos sea familiar. Hacer cualquier cosa aparte de salir corriendo en la dirección conocida, de emplear los viejos trucos.











Extracto del libro:


Cuando Todo Se Derrumba


Pema Chödron


Fotografía de Internet