lunes, 2 de noviembre de 2020

¿CÓMO SABES QUE ESTÁS AMANDO IRRACIONALMENTE?


CAPITULO 2
¿Cómo sabes que estás amando irracionalmente?

Aunque pueda parecer evidente para un observador imparcial, en el ojo del huracán, la tormenta no se percibe, el clima parece apacible y tranquilo. El autoengaño y la ignorancia funcionan de manera similar. A veces estamos tan embotados, tan acostumbrados al sufrimiento que no nos damos cuenta. Cuando esto ocurre, el dolor funciona como las termitas: por fuera, la casa luce como nueva, pero mientras tanto sus cimientos están siendo carcomidos lentamente. La, mente puede acostumbrarse a la tristeza y a la ansiedad hasta considerarlas normales.

La señora vive en el tedio más absoluto, pegada a la televisión.

Hace un año que no tienen sexo. Él no la golpea físicamente, pero la menosprecia cada vez que puede. Y "ella, con un optimismo a toda prueba, afirma: "Mi matrimonio no es el mejor que digamos, pero todavía nos queremos". Y yo pienso para mis adentros: "¡Qué lástima, si no se quisieran, ya se hubiera acabado la relación!" 
Si por amor pasaste el límite de lo aceptable, seguramente cada nuevo día se siente como un bajón. Hay un sinsabor permanente que te va matando la alegría. A este respecto, Blaise Pascal estaba en lo cierto cuando decía: "El corazón tiene sus razones que la razón no conoce". Échale un vistazo a las razones de la mente y crúzalas con las del corazón. Es sorprendente cómo podemos insensibilizarnos al dolor y el aburrimiento.

Éstos son tres síntomas de que la cosa no funciona:

Empiezas a envidiar a otras parejas.
Se activa el recuerdo de viejos amores.
Una duda metódica hace su aparición: "¿Me habré enamorado de la persona equivocada?"

Cuando cruzamos los límites de la autoestima, una sensación de falta de completitud, de vacío y encierro vital hace su aparición. Sin embargo, aunque la evidencia de estas sensaciones es contundente, la mente duda y se acobarda. Un combate entre la razón y la emoción tiene lugar: "Pero no todo es malo... Hemos tenido momentos buenos...". Y la confusión alimenta la más cruel de las esperanzas: la posibilidad de que si "el amor todo lo puede", ojala esta vez sí pueda. Y allí nos quedamos," semanas, meses o años, a la espera de un sueño que nunca se realiza.

Me pregunto: ¿por qué vivir mal? ¿Por qué resignarnos a una vida insufrible e insípida? Y no me refiero necesariamente; a las parejas que viven en una guerra cotidiana continua y la decisión de alejarse sería más que obvia, sino a aquellas relaciones que se escudan en un aparente diálogo inteligente, que no es otra cosa que un forcejeo constante y encubierto. El culto a la verborrea consiste en hablar sobre lo que se habla o sobre lo que no se habló pero debería hablarse. En estas relaciones parlanchinas, todo hay que explicarlo, siempre hay algo que justificar o demostrar. Nada ocurre con naturalidad y la vida se va llenando de esclarecimientos e ilustraciones constantes, ejemplos y estadísticas, para convencer al otro de lo que a uno; le parece evidente. A una de estas parejas, aparentemente trascendidas, les pregunté si eran felices viviendo juntos, ya que todo terminaba en una polémica. Su respuesta fue al unísono: "¡Nosotros no peleamos, discutimos!" Si la convivencia con la persona que amo termina convirtiéndose en un esfuerzo cotidiano por explicar y justificar todo lo que pienso, siento o quiero, así no haya patadas y gritos, la relación ya va cuesta abajo.

El amor saludable es aquél que se mantiene dentro de los límites razonables de la convivencia inteligente y tranquila y que discurre sin tantos tropiezos ni tanta disputa.

¡Benditos sean los silencios amigables, el consentimiento implícito que acompaña una sonrisa o el gesto afirmativo que no modula! Una buena pareja no habla tanto como la gente cree, sino lo suficiente para mantener vivo el interés.

Una amiga mía se pone feliz cuando el marido se va de viaje: "Soy yo misma me siento libre, puedo hacer lo que quiera, me visto como se me da la gana, salgo con mis amigas y amigos. Son vacaciones...". Un día le pregunté por qué seguía con él. Su respuesta fue tajante: "¿Y quedarme sola? Él me da seguridad, me acompaña y, además, en el fondo, lo quiero". Pero muy en el fondo, pensé para mí. El costo que paga mi amiga por sobrellevar su miedo a la soledad es estar con alguien que le quita libertad y felicidad. Tres meses de malestar comprimidos, por una semana de placidez: mal negocio. ¿Que el amor no hace cálculos? Pues claro que debe hacerlos, si no quiere ser embestido. Tal como nos enseñó Epicúreo, la felicidad tiene que ver con los balances, no se trata de mezquindad, sino de sabiduría. Recuerdo el caso de un paciente que llegó feliz a la consulta porque la mujer se iba a demorar una semana más en llegar de un viaje. Sobándose las manos, me dijo:"¡Una semana más!" Nunca supe qué fechorías estaba haciendo o planeando el hombre, pero si la ausencia de su pareja lo transportaba a tal frenesí y euforia, era evidente que estaba del lado equivocado del amor.

Algunos indicadores emocionales de haber pasado los límites del amor son: depresión, desgano, constantemente querer estar con otras personas, ansiedad, tedio o aburrimiento, sentirse atrapado, desear la viudez o la separación, sentirse bien y libre cuando la pareja se acuesta a dormir o se aleja, sufrir con cada relación sexual, sentirse humillada o humillado y sentir miedo, entre otras. Lo subyacente a todo lo anterior tiene un nombre: insatisfacción.

Plantéate dos preguntas:

¿Estás contenta o contento con tu relación de pareja y la vida que llevas?

Si pudieras cambiar el pasado, ¿repetirías con la misma persona?

Si respondiste dos "sí": todo bien. Uno o dos "no": todo mal. No siempre nos sentamos a pensar seriamente sobre nuestra relación afectiva, porque "destapar la olla" asusta.

El autoengaño tiene sus argumentos: ¿Para qué pensar en mi relación, si mi pareja en verdad me quiere? Porque tienes derecho a ser feliz. Así de contundente.

Escribe la siguiente frase de Séneca y mantenla a mano, léela, guárdala en la memoria, en la gaveta del automóvil, en la pantalla del computador y trata de que te cale lo más profundo posible:

Mientras se espera vivir, la vida pasa.



Extracto del libro:
Los límites del amor
Walter Riso
Fotografías tomadas de Internet