La cultura de "vivir para el otro", como decía Auguste Comte, y desconocer los propios intereses a costa de la felicidad y el olvido de sí (cosa que sucede en muchísimas relaciones) es un atentado a la salud mental. El culto al martirio, que caracterizó una época en la que los deberes eran más importantes que los derechos, está revisándose a la luz de una nueva propuesta básica: el retorno a uno mismo. Rescatar el "yo" entre las ruinas de una sociedad que privilegió, principalmente en las mujeres, el "ser para el otro" antes que el "ser para sí". Hay que inclinar el péndulo hacia el "sí mismo" y llevarlo del "tú exclusivo" a un nosotros más democrático. Te amo y me quiero, todo a la vez, porque no es incompatible. Para romper el esquema de un tu afectivo despótico ("Tú eres más importante que yo", "Tu tienes más derechos que yo", "Sólo me interesa tu bienestar") que exige sacrificios a manos llenas, hay que alimentar un yo digno que permita equilibrar el intercambio afectivo y crear un amor de ida y vuelta.
No se trata de aferrarse a un individualismo posesivo y rapaz que desaparezca al otro ("Después de mí, que se acabe el mundo") o de exaltar una autonomía tajante y egocéntrica que raye en la patología. Estamos de acuerdo en que a la autonomía (independencia) hay que completarla con ciertos deberes racionales y necesarios, pero ella misma, per se, no es negociable. Podemos modularla, hacerla más empática y considerada, pero no reprimirla, porque hacerlo sería anular la esencia misma del ser humano. La propuesta, entonces, no es promover una indolencia interpersonal, sino que te incluyas en la relación afectiva salvando el amor propio. Insisto: no significa que no te importe tu pareja, sino que tú también importas. El péndulo va y viene, a veces tú, a veces yo, pero el balance debe incluirnos a ambos. ¿Depende de qué? De la gravedad y/o la trascendencia de tus necesidades y de las mías; de las ganas, de que no haya resentimiento, del sentimiento amoroso, de los principios, de nuestros intereses vitales y así, "viajar" hacia la persona amada sin olvidar la propia supervivencia. Puedes ser solidario y aun así no descuidar tu plan de vida. No necesitas inmolarte psicológicamente para sentir que realmente quieres a tu pareja, no eres ni Romeo ni Julieta, afortunadamente.
Cuando estamos enamorados nos gusta hacer feliz y cuidar a la persona amada. Eso es evidente. Preferimos la proximidad a la distancia, la sensibilidad a la insensibilidad, la cooperación al control, sin embargo, si el amor de pareja no es auto-afirmativo, si no promueve la búsqueda y la defensa de lo que es más beneficioso para cada uno, es destructivo. Un amor inteligente busca lo que es provechoso para ambos, pero "ambos" significa dos individualidades, porque aunque lo intentemos una y otra vez y aunque nuestra más oscura fantasía lo anhele, no somos uno, sino dos.
¿Hay excepciones en las que el yo se repliega de manera no enfermiza? Sin duda. Ante la innegable adversidad para uno de los miembros (v.g. enfermedad, estrés laboral, muerte de un familiar, problemas financieros graves), puede estar justificado que el "yo" pase a un segundo plano, tal como dije antes. Pero incluso en estos casos extremos, la ayuda y el cuidado al otro no significan que debamos renunciar a nuestra autoestima.
Negarse a que el estilo de vida personal esté regido por el sacrificio y no aceptar la auto-destrucción como, prueba de amor implica una transformación positiva en las relaciones.
Afirmaciones como: "Vivo para ti", "Soy tuya o tuyo", "Mi felicidad depende de la tuya", declaran abiertamente la muerte de lo personal. En el nuevo paradigma afectivo no se elimina el yo; no desaparece, sino que se abre amorosamente hasta incluir a los demás. Estoy de acuerdo en que vivir bien en pareja no supone andar muerto de la risa todo el día, pero tampoco es cultivar la angustia a cualquier precio. El amor saludable no es un voluntariado o una teletón.
Tú y yo somos una continuidad democrática que excluye la esclavitud y la servidumbre. ¿Cómo amarte si no me amo a mí mismo? ¿Cómo enejar que tu amor se refleje en lo que soy, si no me siento merecedor de nada? ¿Cómo respetarme, si dejo que me irrespetes? Nuevamente, el péndulo: inclinarlo hacia uno hasta alcanzar un balance entre el amor ciego a la pareja (el tú obsesivo) y la egolatría (el yo excluyente).
No quiero vivir para ti, sino para nosotros, le dice la mujer presa del llanto a su marido, que la mira con extrañeza.
¡Pero si no hago más que darte gusto!, le responde él, entre inquieto y turbado. Yo intervengo: "Bueno, quizás no sea suficiente... Lo que ella pide es tener voz y voto. No se trata de que usted le dé gusto o no, sino de que ella también pueda darse gusto a sí misma". La imagen de matrimonio que., tenía el señor estaba afincada en un modelo de relación en la que su madre era poco menos que una esclava de su padre y de sus hijos (ama de casa a la antigua). Eran nueve hermanos, todos hombres, y su señora madre había vivido, y aún lo hacía, para un ejército de "príncipes". En el fondo, él esperaba que le rindieran pleitesía y que, de alguna manera, la esposa asumiera la actitud de servicio de su progenitora. Pero su mujer no era del siglo pasado, sus cánones eran otros, sus códigos no transitaban por el calvario de la renuncia y el tormento. Ella también quería ser feliz y no aceptaba convertirse en la nodriza, la geisha o la sirvienta de su marido. Rebelión pura y directa, así sea con lágrimas. La relación duró unos meses más hasta que finalmente se separaron. Por lo que sé, el insatisfecho hombre todavía anda buscando una mujer que tenga aquel antiguo "espíritu de sacrificio" materno.
Queda claro entonces que una vida dedicada al sacrificio es autodestructiva e innecesaria para satisfacer las exigencias de la persona amada. Y también queda claro que en los casos especiales, cuando una ayuda constante a la pareja es inevitable y necesaria debido a problemas de fuerza mayor, esta asistencia puede llevarse a cabo con todo el amor del mundo y sin renunciar radicalmente a uno mismo. No es lo mismo prostituirse para satisfacer las necesidades eróticas de la pareja, que donarle un riñón para salvarle la vida. Como veremos en los capítulos siguientes, existe una entrega enfermiza, que implica un sacrificio o una abnegación inútil, irracional y destructiva, y existe una dedicación saludable, que implica una preocupación útil, racional y constructiva por la persona que se ama.
Extracto del libro:
Los límites del amor
Walter Riso
Fotografías tomadas de Internet