Íbamos mi abuela y yo en una carreta de bueyes desde el pueblo de mi abuelo al de mi padre, pues el único hospital estaba allí. Mi abuelo estaba seriamente enfermo; no sólo enfermo, sino también inconsciente, casi en coma. Ella y yo éramos las únicas personas en la carreta. Puedo comprender su compasión por mí. Ella no lloró en el momento de la muerte de su amado esposo, sólo por mí; pues yo era el único allí y no había nadie más para consolarme.
El padre de mi madre cayó enfermo de repente. No era su hora de morir. No tendría más de cincuenta años, quizá menos, incluso puede que más joven de lo que yo soy ahora. Mi abuela tenía justo 50 años, estaba en la cúspide de su juventud y belleza. Le pregunté:
-El ha muerto. Lo amaste. ¿Por qué no estás llorando?
Ella respondió:
-Por ti. No quiero llorar ante un niño y no quiero consolarte. Si empiezo a llorar, naturalmente tu llorarás; entonces, ¿quién consolará a quién?
FUENTE: OSHO: ‘Muerte, la Mayor Ficción’, tomado del Libro Recuerdos de una Infancia Dorada, 1981, de la dirección internet www.oshogulaab.com