miércoles, 22 de agosto de 2012

MI VIEJO YO



Recuerdo vívidamente un día de principios de primavera en el que toda mi realidad se desfondó ante mí.

Aunque era antes de haber oído hablar de las enseñanzas budistas, experimenté algo que algunos describirían como una auténtica experiencia espiritual. Ocurrió cuando mi marido me dijo que estaba teniendo una aventura sentimental. Vivíamos en el norte de Nuevo México y yo me encontraba de pie frente a nuestra casa de adobe tomando una taza de té. Oí llegar su coche y el golpe de la puerta al cerrarse. A continuación giró la esquina y sin previo aviso me dijo que tenía una aventura y quería el divorcio.

Recuerdo el cielo y lo grande que era. Recuerdo el sonido del río y el vapor que salía de la taza de té. No había tiempo ni pensamiento, no había nada: sólo una quietud profunda e ilimitada. Poco después volví en mí, tomé una piedra del suelo y se la tiré.

Cuando la gente me pregunta cuál fue mi vía de entrada en el budismo siempre les digo que entré porque estaba muy enfadada con mi marido, pero la verdad es que me salvó la vida. Cuando mi matrimonio se desmoronó, traté denodadamente, por todos los medios a mi alcance, de volver a encontrar algún tipo de comodidad, de seguridad, algún lugar de descanso que me fuera familiar.

Afortunadamente para mí no pude encontrarlo. Sabía instintivamente que mi única salida era la aniquilación de mi viejo yo dependiente.

Pema Chödron 
Cuando todo se derrumba