El sol se había puesto y los árboles se destacaban sombríos y bellos contra el oscurecido cielo. El ancho y poderoso río estaba apacible y silencioso. La luna apenas aparecía sobre el horizonte; asomaba entre dos grandes árboles, pero todavía no proyectaba sombras.
Subimos por la escarpada orilla del río y tomemos un sendero que bordeaba los verdes trigales. Este sendero era un antiquísimo camino; muchos millares de personas lo habían transitado, y era rico en tradición y silencio. Serpenteaba entre prados y mangos, tamarindos y desiertos relicarios. Había anchos espacios de jardines, fragantes alverjillas que perfumaban deliciosamente el aire. Los pájaros se estaban acomodando para la noche, y un gran estanque comenzaba a reflejar las estrellas. La naturaleza no era comunicativa en ese anochecer. Los árboles estaban alejados, se habían sumido en su silencio y oscuridad. Algunos aldeanos pasaron charlando en sus bicicletas, y de nuevo hubo profundo silencio y esa paz que adviene cuando todas las cosas están solitarias.
Esta unitotalidad no es dolorosa, temible soledad. Es la unitotalidad del ser; es incorruptible, rica, completa. Ese tamarindo no tiene otra existencia que la de ser él mismo. Así es esta unitotalidad. Uno está solo, como el fuego, como la flor, pero no se da cuenta de su pureza y de su inmensidad. Uno puede verdaderamente entrar en comunión sólo cuando hay unitotalidad. Ser unitotal no es el resultado de la negación, del autoencierro. La unitotalidad es la extinción de todos los motivos, de todas las persecuciones del deseo, de todos los fines. La unitotalidad no es un producto final de la mente. No podéis desear ser unitotales. Tal deseo es simplemente un escape a la angustia de no ser capaz de comunión.
La soledad, con su miedo y su dolor, es aislamiento, la inevitable acción del “yo”. Este proceso de aislamiento, ya sea expansivo o restrictivo, produce confusión, conflicto y sufrimiento. Del aislamiento jamás puede nacer la unitotalidad; el primero debe cesar para que la otra sea. La unitotalidad es indivisible y la soledad es separación. Aquello que es unitotal es flexible y por ende duradero. Unicamente lo unitotal puede entrar en comunión con aquello que carece de causa, lo inconmensurable. Para lo unitotal, la vida es eterna; para lo unitotal no hay muerte. Lo unitotal jamás puede cesar de ser.
La luna estaba justamente asomando sobre las copas de los árboles, y las sombras eran densas y oscuras. Un perro empezó a ladrar cuando pasábamos por la pequeña aldea y regresábamos por la orilla del río. El río estaba tan sereno y reflejaba sobre sus aguas las estrellas y las luces del largo puente. Parados en lo alto de la orilla unos niños reían, y un bebé lloraba. Los pescadores limpiaban y recogían sus redes. Un ave nocturna cruzó en silencio. Alguien empezó a cantar en la otra orilla del ancho río, y sus palabras eran claras y penetrantes. Y de nuevo sobrevino la unitotalidad que compenetra la vida.
COMENTARIOS SOBRE EL VIVIR
Primera serie del libro de notas de
J. KRISHNAMURTI