Hay momentos en que la gente debería estar tan relajada, tan salvajemente relajada, que no tuviera que seguir ninguna formalidad.
En una ocasión un gran emperador chino fue a ver a un gran maestro zen. El maestro zen se partía de risa en el suelo, y también reían sus discípulos... debía haber contado un chiste o algo por el estilo. El emperador se sintió abochornado. No podía creer lo que veía, ya que era un comportamiento muy maleducado; y no pudo contenerse de expresarlo de esa manera.
-¡Esto es una grosería! -le dijo-. No se espera algo así de un maestro como tú; ha de existir cierta etiqueta. Das vueltas en el suelo, riendo como un loco. El maestro observó al emperador. Este tenía un arco; en aquella época se solía portar arcos y flechas. -Dime una cosa -pidió el maestro-. ¿Mantienes el arco siempre tensado, estirado, o también le permites que se relaje? -Si lo mantenemos siempre estirado -respondió el emperador-, perderá elasticidad, y entonces no será de ninguna utilidad. Hay que dejarlo relajado para que siempre que lo necesitemos tenga elasticidad. -Eso mismo estoy haciendo -repuso el maestro.
Del libro:
DÍA A DÍA
OSHO
Día 94