No tenemos que ir en busca de nada, no tenemos que tratar de crear situaciones para llegar al límite; ya ocurren por sí mismas con la regularidad propia de un mecanismo de relojería.
Cada día se nos dan muchas oportunidades de abrirnos o de cerrarnos. La oportunidad más preciosa se presenta cuando llegamos a ese lugar donde pensamos que no podemos con lo que está pasando, que es demasiado, que las cosas han ido demasiado lejos. Nos sentimos mal con nosotros mismos pero no tenemos forma de manipular la situación para preservar nuestra autoimagen; por mucho que lo intentemos, simplemente no funciona.
Básicamente, lo que ha ocurrido es que la vida nos tiene clavados.
Es como si te miraras al espejo y vieras un gorila. El espejo está delante de ti, te miras a ti mismo y lo que ves tiene un aspecto horrible. Tratas de mirarte desde otro ángulo para cambiar de aspecto, pero hagas lo que hagas sigues pareciendo un gorila. A eso se le llama estar clavado por la vida a ese lugar en el que no tienes otra elección que aceptar lo que está pasando o retirarte.
La mayoría de nosotros no solemos considerar que estas situaciones tienen algo que enseñarnos; las odiamos automáticamente y huimos de ellas como locos, empleando todo tipo de vías de escape: todas las adicciones surgen de ese momento en el que llegamos al límite y no podemos soportarlo. Sentimos que tenemos que suavizarlo, acolcharlo de alguna manera, y nos hacemos adictos a cualquier cosa que parezca aliviar nuestro dolor. De hecho, el materialismo rampante que vemos en el mundo es producto de esos momentos. Soñamos con muchas formas de distraernos de este momento, de suavizar la dureza de su filo, de amortiguarlo para no sentir el pleno impacto del dolor que sentimos cuando no podemos manipular la situación para mantener nuestra mejor apariencia.
Del libro:
CUANDO TODO SE DERRUMBA
Pema Chödron