Hay muchas personas que no están dispuestas a creer que la palabra sea tan poderosa.
Especial para ellas resulta este viejo cuento oriental.
Un famoso guerreo que volvía de batallar portando con orgullo su incita espada en la cintura encontró, junto al camino, un grupo de gente escuchando a un maestro espiritual. Se ubicó entre las personas más alejadas y, por un rato, estuvo escuchando al maestro hasta que, irritado por lo que le parecía pura charlatanería, interrumpió la enseñanza bruscamente.
- ¡Lo único que tú haces es hablar! ¡Las palabras no sirven para nada! ¡A las palabras se las lleva el viento!
El maestro lo miró un instante y con gran serenidad le contestó:
- Sólo un necio como tú, cuya cabeza está acobardada y medio vacía por los golpes recibidos, puede decir una estupidez de ese tamaño.
El guerrero saltó como un resorte y en cuatro grandes pasos estaba frente al maestro con su espada lista para partirlo en dos:
-¿Qué es lo que has atrevido a decirme?
-Oh, no te había reconocido, pero veo en tu agilidad, destreza y valentía a uno de los más hábiles guerreros que haya pisado nuestra tierra y te presento mis respetos.
El soldado bajó su espada, sonrió satisfecho y volvió a ocupar su lugar entre los discípulos.
-Espero –le dijo entonces el maestro mirándolo con una sonrisa-, que en el futuro tengas más respeto por las palabras ya que con ellas te hice venir hasta mí y te llevé al infierno de la furia para para luego calmarte y volverte a tu lugar.
A partir de ese día, el soldado se unió al grupo que seguía al maestro y fue su discípulo por muchos años.
[1]Cuento tomado del curso: Negociación Creativa/Ingouville & Nelson