viernes, 28 de junio de 2013

NO RECUERDO QUE HAYA HABIDO NADA MALO


Distorsión cognitiva: Minimizar los defectos de la pareja o la relación, impiden alcanzar la posición realista mencionada, y fortalece irracionalmente la conducta del apego.

OCTAVA EXCUSA. “No recuerdo que haya habido nada malo”

Algunas personas dependientes manifiestan una clara distorsión a la hora de recuperar información: se olvidan de los problemas y recuerdan solamente las buenas cosas de la relación.

Cuando maximizamos los aspectos positivos de la relación, minimizamos las dificultades. Cuando negamos el pasado conflictivo de la convivencia afectiva, nos mentimos a nosotros mismos. Un análisis adecuado no debe excluir los datos negativos. “Mi vida de pareja fue perfecta”, es una forma de esconder la mugre bajo el tapete. No sólo porque la perfección interpersonal no existe, sino por la obvia intención de ocultamiento. Maquillar las desdichas del pasado para que parezcan más llevaderas y menos sufribles, no hará que mejoren. Cuando ciertos individuos dicen con orgullo: “Nuestra vida afectiva ha sido un lecho de rosas”, yo me pregunto: ¿Y de las espinas, qué? Plutarco decía: “El amor es tan rico en miel como en hiel”. Ocultar los síntomas hace que la enfermedad pase desapercibida y empeore.

Si estás en el plan de terminar una mala relación, no puedes olvidar las experiencias negativas. Por el contrario, las debes incorporar con beneficio de inventario. No se trata de magnificarlas y volverse obsesivo (el odio no es lo opuesto del amor), sino de darles el puesto que se merecen. Si su pareja te ha maltratado, ha sido infiel o te ha explotado en algún sentido, estos hechos cuentan (¡y de qué manera!), a la hora de tomar decisiones. Negar o evitar esa realidad te conduciría indefectiblemente a repetir los mismos errores en otras relaciones.

Esculcar en el pasado afectivo de una relación perniciosa, sin ensañarse con el otro y dejando a un lado el resentimiento, puede resultar benéfico y saludable para los que ya están cansados de sufrir. No se trata de maquinar venganza o tomar desquite, sino de ver hasta qué punto se justifica invertirle energía positiva a un amor en decadencia.

No resignarse a la pérdida (1):

Creer que todavía hay amor donde no lo hay Un mal duelo, es decir, la no aceptación de una ruptura o una pérdida afectiva, puede estar mediado por lo que en psicología se conoce como correlaciones ilusorias. En determinadas circunstancias, podemos establecer nexos causales entre dos eventos que no están relacionados sino en nuestra anhelante imaginación. Estas “malas lecturas” o interpretaciones erróneas son muy comunes en sujetos que, habiendo terminado una relación, insisten testarudamente en ver amor donde no lo hay. Algo así como Recuerdos del futuro, en versión Corín Tellado.
Los esquemas más comunes que alimentan la confianza de recuperar el amor perdido son: “Aunque no estemos juntos, todavía me quiere” (optimismo obsesivo perseverante). “Después de tanto tiempo es imposible que haya dejado de amarme” (costumbrismo amoroso) y “Un amor así nunca se acaba” (momificación afectiva).

Este abanico de creencias está guiado por la ilusión de permanencia y el anclaje al pasado. La idea central es que ciertas relaciones pueden mantenerse inalterables, invariables y resistentes a los embates de la vida, como si estuvieran en conserva. Un amor en formol.

El romanticismo a ultranza genera en la gente que lo padece un limbo afectivo, del cual se niegan a salir, y un rechazo categórico a aceptar la ruptura. El famoso dicho popular: “Donde hubo fuego, cenizas quedan”, parece regir la vida de muchos adictos afectivos. Aunque en estos casos quedaría mejor decir: “Donde hubo fuego, quemaduras quedan”, y a veces de tercer y cuarto grado.
Movidos por el afán, no siempre conciente, de verificar la vigencia del lazo afectivo, las personas apegadas comienzan a recabar datos confirmatorios, desconociendo que, en ciertas ocasiones, tal como decía Chejov, la durabilidad de la unión entre dos seres no necesariamente indica amor o felicidad, pues puede estar fundamentada en cualquier otro sentimiento como interés, miedo, pesar o, incluso, odio.


Del libro:
AMAR O DEPENDER
Walter Riso