Imaginemos juntos: Un esclavo que pertenece a un amo muy bondadoso, un amo que lo autoriza a hacer casi todo lo que quiere; un amo, en fin, que le da muchísimos permisos, la mayoría de ellos negados a otros esclavos de otros amos, y aun más, muchos permisos que el mismo amo les niega a otros esclavos. Pregunto: este trato tan preferencial, ¿evita que llamemos a esto esclavitud? Obviamente la respuesta es NO.
Si son otros los que deciden qué puedo y qué no puedo hacer, por muy abierto y permisivo que sea mi dueño, no soy libre.
Nos guste o no aceptarlo, somos libres de hacer cosas que vulneren las normas sociales; y la sociedad
sólo puede castigar a posteriori o amenazar a priori sobre la consecuencia de elegir lo que las normas
prohíben.
Así, nuestra única esperanza limitadora es dejar esta decisión en cada persona.
Desde este lugar cada uno analizará lo que piensa, lo que quiere y lo que puede y decidirá después qué
hace.
Condicionado por estas pautas culturales, por la ética aprendida o por la moral acatada, a veces uno cree
que “no puede” hacer algo que lastime al prójimo. Alguien podría acercarse más a la razón con el viejo dicho
inglés que alguna vez me enseñaron Julio y Nora: “I could... but I shouldn´t “ (que más o menos se podría
traducir así: Yo podría... pero no debería).
Personalmente creo que hay que llegar más allá, y decir: Yo “puedo”... y si lo hiciera, esto diría algo de
mí. Y más aún: si sabiendo que “puedo” hacer algo decidiera no hacerlo porque te daña, esto también diría
algo sobre mí.
Del libro:
El Camino de la Auto-Dependencia
Jorge Bucay