El requisito para no hacernos daño es permanecer atentos, una sensación de ver lo que estamos viendo claramente, con respeto y compasión. Esto es lo que nos ensena la práctica básica. Pero la atención no se detiene en la meditación formal, sino que nos ayuda a relacionarnos con todos los detalles de nuestra vida. Nos ayuda a ver, oír y oler sin cerrar los ojos, los oídos ni las narices. Relacionarnos honestamente con la inmediatez de nuestra propia experiencia y respetarnos lo suficiente como para no juzgarnos es un largo camino que dura toda la vida.
A medida que nos comprometemos más plenamente con este camino de honestidad, resulta muy chocante darnos cuenta de hasta qué punto estamos ciegos a nuestras formas de hacer daño. Es algo que tenemos tan integrado que no podemos oír que los demás tratan de decirnos, nula 0 delicadamente, que quizá estamos haciendo daño a algo o a alguien con nuestra forma de ser y de relacionarnos. Estamos tan acostumbrados a nuestra forma de hacer las cosas que de alguna forma pensamos que los demás también están acostumbrados a ella.
Tomar conciencia de cómo dañamos a los demás es doloroso y requiere tiempo. Este camino es posible gracias a nuestro compromiso con la suavidad y la honestidad, a nuestro compromiso de permanecer despiertos, de estar atentos. La atención nos permite ver nuestro deseo y nuestra agresividad, nuestros celos y nuestra ignorancia.
Pero no hacemos nada con ellos, simplemente los vemos; la atención es lo que nos permite verlos.
El siguiente paso es refrenarse. La atención es la base y el camino es refrenarse. Refrenarse es una de esas palabras rígidas que suenan un poco represoras. Pensamos que seguramente las personas vivas, jugosas e interesantes no se refrenarían. Quizá se refrenasen de vez en cuando, pero no harían de ello su estilo de vida. Sin embargo, en este contexto, el refrenamiento es en gran medida el método empleado para hacerse una persona dhármica. Refrenarse es la cualidad de no buscar entretenimiento en el momento en que nos sentimos ligeramente invadidos por el aburrimiento, es la práctica de no rellenar inmediatamente el espacio porque hay una brecha.
Del libro:
Cuando Todo Se Derrumba
Pema Chödron