4. ¿PARA QUÉ HUMILLARTE?
La humillación en cualquiera de sus formas —suplicar, jurar, «agachar la cabeza», esclavizarse o halagar excesivamente al otro—, tienen un efecto bumerán.
Malas noticias para los que se adhieren a un amor sin límites: la sumisión, con el tiempo, produce fastidio. Si quedaba algo de afecto, se pierde; si había algo de respeto se esfuma. ¿Quieres que te tengan lástima? ¿Quieres darle más poder a la persona que no te ama? ¿Quieres agrandar su ego? ¡Si fuera tan fácil convencer al desenamorado...!
¿Cómo salvar la baja autoestima de un lacónico y lastimero: «¡Por favor, quiéreme! »? Las palabras no van a modificar el comportamiento de quien no siente nada por ti. Acéptalo con madurez. ¿Para qué humillarte si con eso no lograrás resucitar el amor?
Un receso ayuda. Volver a hablar con tu familia, recuperar las raíces, aquellos valores que te pertenecen y que hoy parecen desdibujarse por el afán y la desesperación de un amor que no te conviene. Métete esto en la cabeza y en el corazón: los principios no se negocian. Si quieres sufrir, llorar y acabar con todas las lágrimas, gemir en voz alta, arrastrarte por la habitación y abrazar a tu sufrimiento desgarradoramente, hazlo, pero no entregues tu soberanía, no aplastes tu ser. Vuélvete anónimo en tu dolor.
Sufre cuanto quieras, pero no hieras tu amor propio: no te regales.
Extracto del libro:
Manual Para No Morir de Amor
Walter Riso