Toda programación y condicionamiento te llevan a ser un robot.
Los hábitos sirven para cosas prácticas (capacidad de andar, de hablar un idioma, conducir un coche...), pero en ver las cosas con profundidad, en el amor y la comunicación, los hábitos son como anestesiar la creatividad, lo nuevo, y no desear vivir el riesgo del presente.
Lo malo es que hasta la espiritualidad ha sido objeto de programación, de desfiguración, pues la espiritualidad es, como la realidad, pero todo lo valioso es susceptible de distintas interpretaciones y manipulaciones.
Cada persona tiene una forma de reaccionar y de interpretar. Yo conozco un sacerdote que está deseando tener un cáncer para morir sufriendo..., y otros, la mayoría, se llevarían un gran disgusto al saber que tienen cáncer. Tanto una actitud como la otra no dejan de ser producto de una programación religiosa o cultural.
Cuando una persona programada te ofende sin motivo, tan programada estás tú como él, por dejarte ofender, porque las dos reacciones son igual de absurdas e irreales. Ocurre que, cuando estás dormido, te molestan las personas que están dormidas, porque la programación de él afecta a la tuya, te la recuerda, y eso es lo que más te molesta, aunque no quieras reconocerlo. Si un niño, o un mono, te hacen una mueca, si reaccionas enfadándote, señal de que eres tan niño o tan mono como ellos. Estar despierto es no dejarte afectar por nada, ni por nadie. Y eso es ser libre.
Tú eres el que has de elegir tu propia reacción frente a las cosas, situaciones y personas, no los hábitos ni tu cultura. Si sigues programado tienes que saber ver que esa programación es el control del que se vale la sociedad para imponerte sus criterios. Estamos siendo controlados en la medida en que seguimos dormidos: por el consumismo, por la política, por el poder, por el trabajo y por el ocio. Las competiciones han pasado de ser un juego entretenido y saludable, a actos de odio. Antes se jugaba por el puro placer de jugar, ahora, con las competiciones, se contaminó el deporte con el veneno de vencer y elevarte por encima del vencido.
Lo mejor del hombre es el amor, y no ganar un record, humillando a los vencidos. «Yo soy mejor que tú» y por ello consigo la admiración y la fama, pero ¿En qué eres mejor que yo?, ¿En correr?, ¿En saltar?, ¿En meter una bola entre dos palos o dentro de un cesto?, y eso, ¿Para que sirve?, ¿Amas con ello?, ¿Te haces más persona?. Lo peor de todo esto son las comparaciones
que miden al hombre ajustándole a una medida ideal, rígida, y ponen en acercarse a ese modelo del ídolo, toda energía y todo condicionamiento, ¿Para qué?, para que resplandezcan los valores auténticos, genuinos.
Vivimos en una era indoctrinada. Hasta al Santo Padre, al asistir a la consagración de un grupo de cardenales, se le escapó el decir: «Estos 150 cardenales que han tenido el «honor» de ser elegidos...». ¿Es un honor ser cardenal?. ¿No es más bien un servicio?.
Estamos indoctrinados y nos dejamos arrastrar por las programaciones.
Vivir libremente, siendo dueño de ti mismo, es no dejarse llevar ni por persona ni situación alguna. Saber que nada ni nadie tiene poder sobre ti ni sobre tus decisiones. Eso es vivir mejor que un rey, y saber oír esa sinfonía hermosa de la vida y disfrutarla.
A veces puede haber emociones o depresiones, por trastornos físicos o psíquicos, pero eso ya no te trastorna, porque ya no te quita la capacidad de ser feliz y alegrarte con lo mucho hermoso que se produce a cada momento
ante tus ojos. La depresión está ahí, tú la observas, pero ya no te identificas con ella, Es algo que está sucediendo por un motivo que conoces y, por lo tanto, está controlada. Nada puede contra ti. Ocurre fuera de tu ser.
Extracto del libro:
La Iluminación es la Espiritualidad
Anthony de Mello