Cuando me enredo en estas delirantes divagaciones y pienso en vos que me leés, me pregunto si podrás compartir conmigo mi pasión por los orígenes de las palabras.
La función de cine está por comenzar. Sobre la hora, una mujer muy elegante llega, presenta su ticket y sin esperar al acomodador avanza pro el pasillo buscando un lugar de su agrado.
En la mitad de la sala ve a un hombre con aspecto de vaquero tejano, con botas y sombrero, vestido con jeans y una estridente camisa con flecos, indudablemente borracho y literalmente desparramado por encima de las butacas centrales de las filas 13, 14, 15, y 16. Indignada, la mujer sale de la sala a buscar al responsable y lo trae tironeándolo mientras le dice:
- No puede ser... dónde vamos a parar, es una falta de respeto... bla, bla, bla,...
El acomodador llega hasta el tipo, que le sonríe desde detrás de su elevada alcoholemia, y sorprendido por su aspecto lo increpa:
- ¿Usted de dónde salió?
Y el borracho, tratando de articular su respuesta, le contesta extendiendo el dedo hacia arriba:
- DEL... SU... PER PUL...MAN.
No digo siempre, pero a veces, saber de dónde vienen las cosas ayuda a comprender lo que quieren decir.
La discusión filosófica con respecto al amor empieza con los griegos, que como se preguntaban por la naturaleza de todas las cosas, también se preguntaban por el amor (lo que ya implicaba que el amor tiene una “naturaleza”, porque sólo aquello que posee una naturaleza puede cuestionarse). Cual era esa naturaleza o, en nuestros términos, ¿qué es el amo?. La respuesta implica desde ya una proposición que algunos pueden oponerse a dar como posible ya que se tiene por creencia de antemano que el amor es conceptualmente irracional, en el sentido de que no se puede describir en proposiciones racionales o significativas. Para tales críticos, el amor se limita a una expulsión de emociones que desafía el examen racional.
La palabra amor posiblemente no llegue al español en forma directa del latín. De hecho, el correspondiente verbo “amar” nunca se ha empleado popularmente en la mayoría de países de lengua latina. Según Ortega y Gasset, los romanos la aprendieron de los etruscos, un pueblo mucho mas civilizado que dominó a Roma y que influyó poderosamente en su idioma, su arte y su cultura. ¿Pero de dónde viene la palabra etrusca amor?.
Puede ser que tenga alguna relación con la palabra “madre” (en español antiguo en euskera y en otras lenguas, la palabra ama significa “madre”). corominas, sin embargo, sostiene que el latín amare y todos sus derivados (amor, amicus, amabilis, amenus) son de origen indoeuropeo y que su significado inicial hacía referencia al deseo sexual (también en inglés love se deriva de formas germánicas del sánscrito lubh = deseo).
En todo caso, siempre fue difícil definir el concepto de “amor”, aún etimológicamente, y hasta cierto punto la ayuda podría venirnos una vez mas de la referencia a otros términos griegos. Ellos nos hablan de tres sentimientos amorosos: eros, philia y ágape.
El término eros (erasthai) refiere a menudo un deseo sexual (de ahí la noción moderna de “erótico”). La posición socrático-platónica sostiene que eros se busca aunque se sabe de antemano que no pude alcanzarse en vida, lo cual nos evoca desde el inicio la tragedia.
La reciprocidad no es necesaria porque es la apasionada contemplación de lo bello, mas que la compañía de otro, lo que deber perseguirse.
Eros es hijo de Poros (riqueza) y Penia (pobreza). Es, pues, carencia y deseo y también abundancia y posesividad.
Platón describe el amor emparentado con la locura, con el delirio del hombre por el conocimiento, plateado como recuerdo de un saber ya adquirido por el alma, que el hombre recupera yendo a través de los sentidos hacia la unidad de la idea.
Queda claro cómo la filosofía griega, sobre todo en la platónica, se da este amor una significación de búsqueda que es, a la vez, conocimiento.
Por contraste al deseo y el anhelo apasionado de eros, philia trae consigo el cariño y la apreciación del otro.
Para los griegos, el término philia incorporó no sólo la amistad, sino también las lealtades a la familia y al polis (ciudad).
La primera condición para alcanzar la elevación es para Aristóteles que el hombre se ame a si mismo. Sin esta base egoísta, philia no es posible.
Ágape en cambio, se refiere al amor de honra y un cuidado que se da básicamente entre Dios y el hombre y entre el hombre y Dios, extendido desde allí al amor fraternal con toda la humanidad. Ágape utiliza los elementos tanto de eros como de philia. Se distingue en que busca una clase perfecta de amor que es inmediatamente un trascender el particular, una philia sin la necesidad de la reciprocidad.
Extracto del libro:
El Camino del Encuentro
Jorge Bucay