miércoles, 8 de enero de 2014

DESENGAÑO


¿Es tan fácil darse cuenta cuando a uno no lo quieren?

¿Basta con mirar al otro fijamente a los ojos? ¿Alcanza con verlo moverse en el mundo? ¿Es suficiente con preguntarle o preguntarme...?

Si así fuera, ¿cómo se explica tanto desengaño? ¿Por qué la gente se defrauda tan seguido si en realidad es tan sencillo darse cuenta de cuánto les importamos o no les importamos a los que queremos?

¿Cómo puede asombrarnos el descubrimiento de la verdad del desamor?.
¿Cómo pudimos pensarnos queridos cuando en realidad no lo fuimos?

Tres cosas hay que impiden nuestra claridad.

La primera está reflejada en el cuento La Ejecución que relato en Recuentos para Demián.

La historia (un maravilloso cuento nacido en Oriente hace por lo menos 1500 años) cuenta, en resumen, de un rey poderoso y tiránico y de un sacerdote sabio y bondadoso. En el relato, el sabio sacerdote planea una trampa para el magistrado. Varios de sus discípulos se pelean para que el rey los condene a ser decapitados.

El rey se sorprende de esta decisión suicida masiva y empieza a investigar hasta que “descubre” en las escrituras sagradas un texto que asegura que quien sea muerto a manos de un verdugo el primer día después de luna llena, renacerá y será inmortal. El rey, que lo único que teme es la muerte, decide pedirle a su verdugo que le corte la cabeza en la mañana del día señalado.

...Eso fue lo que sucedió y, por supuesto, por fin el pueblo se liberó del tirano. Los discípulos preguntaron:

- ¿Cómo pudo este hombre que oprimió a nuestro pueblo, astuto como un chacal, haberse creído algo tan infantil como la idea de seguir viviendo eternamente después que el verdugo cortara su cabeza?

Y el maestro contestó:

- Hay aquí algo para aprender... Nadie es mas vulnerable a creerse algo falso que aquel que desea que la mentira sea cierta.

¿Cómo no voy a entender que miles de personas vivan sus vidas en pareja o en compañía creyendo que son queridas por aquel que no las quiere o por el que no las quiso nunca?

Quiero, ambiciono y deseo tanto que me quieras, tengo tanta necesidad de que vos me quieras, que quizás pueda ver en cualquiera de tus actitudes una expresión de tu amor.

Tengo tantas ganas de creerme esa mentira (como el rey del cuento), que no me importa que sea evidente su falsedad.

Schopenhauer lo ilustra en una frase sugiriendo que “se puede querer, pero no se puede querer que lo quiere”.

La segunda causa de confusión es el intento de erigirse en parámetro evaluador del amor del prójimo. Por lo menos desde el lugar de comparar lo que soy capaz de hacer por el amado con lo que el o ella hacen por mi.

El otro no me quiere como yo lo quiero y mucho menos como yo quisiera que me quiera, el otro me quiere a su manera.

El mundo está compuesto por seres individuales y personales que son únicos y absolutamente irreproducibles. Y como ya dijimos, la manera de el no necesariamente es la mía, es la de el, porque el es una persona y yo soy otra. Además, si me quisiera exactamente a mi manera, el no sería el, el sería una prolongación de mi.

Ella quiere de una manera y yo quiero de otra, por suerte para ambos.

Y cuando yo confirmo que ella no me quiere como yo la quiero a ella, ni tanto ni de la misma manera, al principio del camino me decepciono, me defraudo y me convenzo de que la única manera de querer es la mía.

Así deduzco que ella sencillamente no me quiere. Lo creo porque no expresa su cariño como lo expresaría yo.

Lo confirmo porque no actúa su amor como lo actuaría yo.

Es como si me transformara, ya no en el centro del universo sino en el dueño de la verdad: Todo el mundo tiene que expresar todas las cosas como yo las expreso, y si el otro no lo hace así, entonces no vale, no tiene sentido o es mentira, una conclusión que muchas veces es falsa y que conduce a graves desencuentros entre las personas.

En la otra punta están aquellos que frente al desamor desconfían de lo que perciben porque atenta contra su vanidad.

A medida que recorro el camino del encuentro, aprendo a aceptar que quizás no me quieras.

Y lo acepto tanto desde permitirme el dolor de no ser querido como desde la humildad.

Hablo de humildad porque esta es la tercera razón para no ver:

“¡Como no me vas a querer a mi, que soy tan maravilloso, espectacular, extraordinario!. Donde vas a 
encontrar a otro, otra, como yo, que te quiera como yo, que te atienda como yo y te haya dado los mejores 
años de su vida. Cómo no vas a quererme a mi...”

Es fácil no quererme a mi como no querer a cualquier otro.

El afecto es una de las pocas cosas cotidianas que no depende sólo de lo que hagamos nosotros ni 
exclusivamente de nuestra decisión, sino de que, de hecho, suceda. Quizás pueda impedirlo, pero no puedo 
causarlo. Sucede o no sucede, y si no sucede, no hay manera de hacer que suceda, ni en mi ni en vos.

Si me sacrifico, me mutilo y cancelo mi vida por vos, podré conseguir tu lástima, tu desprecio, tu 
conmiseración, quizás hasta tu gratitud, pero no conseguiré que me quieras, porque eso no depende de lo que 
yo pueda hacer.

Cuando mamá o papá no nos daban lo que les pedíamos, les decíamos “sos mala/o, no te quiero mas” y ahí 
terminaba todo.

La decisión de dejar de amar como castigo.

Pero los adultos sabemos que esto es imposible. Sabemos que no existe nuestro viejo conjuro infantil “corto 
mano y corto fierro...”.

Extracto del libro:
El Camino del Encuentro
Jorge Bucay