La primera cosa que se nos ocurre hacer con alguien que queremos es cuidarlo, ocuparnos de el, escucharlo, procurarle las cosas que le gustan, ocuparnos de que disfrute de la vida y regalarle lo que mas quiere en el mundo, llevarlo a los lugares que mas le agradan, facilitarle las cosas que le dan trabajo, ofrecerle comodidad y compresión.
Cuando el otro nos quiere, hace exactamente lo mismo.
Sería bueno que yo me cuidara, que me escuchara a mi mismo, que me ocupara de darme algunos gustos, de hacerme las cosas mas fáciles, de regalarme las cosas que mas me gustan, de buscar mi comodidad en los lugares donde estoy, de comprarme la ropa que quiero, de escucharme y comprenderme.
Tratarme como trato a los que mas quiero.
Pero, claro, si mi manera de demostrar mi amor es quedarme a merced del otro, compartir las peores cosas juntos y ofrecerle mi vida en sacrificio, seguramente, mi manera de relacionarme conmigo será complicarme la vida desde que me levanto hasta que me acuesto.
El mundo actual golpea a nuestra puerta para avisarnos que este modelo que cargaba mi abuela (la vida es nacer, sufrir y morir) no sólo es mentira, sino que además está malintencionado (les hace el juego a algunos comerciantes del alma).
He hablado mucho del tema en estos años, y gran parte de estos conceptos están ya publicados en mi libro De la autoestima al egoísmo, al que te remito para no repetir.
Si hay alguien que debería estar conmigo todo el tiempo ese alguien soy yo.
Y para poder estar conmigo debo empezar por aceptarme tal como soy. Y no quiere decir que renuncie a cambiar a través del tiempo. Quiere decir replantear la postura. Porque frente a alguna característica de mi que no me guste hay siempre dos caminos para resolver el problema.
El primero, el mas común es la solución clásica: intentar cambiar.
El segundo camino, el que propongo es dejar de detestar esa característica y como única actitud, permitir que, por si misma, esa condición se modifique.
Incluso para cambiar algo el camino realmente comienza cuando dejo de oponerme. Nunca voy a adelgazar si no acepto que estoy gordo.
El ejemplo que siempre pongo es una historia real que me tiene como protagonista.
NOTA: Esta historia de Jorge Bucay la contamos en el siguiente post de dicho autor.
Extracto del libro:
El Camino del Encuentro
Jorge Bucay