viernes, 31 de octubre de 2014

SI EL AMOR NO SE VE NI SE SIENTE, NO EXISTE O NO TE SIRVE


Lo contrario del amor no es el odio,
sino la indiferencia.

ELIEZER WIESEL

El amor no se declara, se prueba.
JOSÉ MERY

¿Amor teórico? Un exabrupto o una tortura cuando estamos metidos de lleno en una relación. ¿Te amo conceptualmente?, vaya ridiculez. O peor: «Te amo ocultamente, tras las bambalinas, en la distancia, como un telegrama». ¿De qué amor hablamos si no lo sentimos, si no lo percibimos? Enamorarse es una actitud: sentir, pensar y actuar hacia un mismo lado; todo junto. Es el amor coherente, el que esperamos del otro y el único que vale la pena. El amor de pareja es «interpersonal» e inseparable de su demostración. Los reprimidos que emulan un amor insípido, frío y distante se justifican casi siempre apelando a algún trauma lejano o al «estilo personal»: «Me educaron así» o «No sé amar de otra forma». Si la persona que amas pronunciara cualquiera de estas dos afirmaciones, tu respuesta debería ser tajante: «¡Pues reedúcate, reinvéntate o aprende, si quieres estar conmigo!», ¿Cómo adaptarse (es decir, someterse) a la indiferencia?

No hay forma: en algún momento estallarás y te saldrá fuego por la boca. Un amor pusilánime no le sirve a nadie.

Un señor, que sufría mucho debido a que su esposa era muy parca en la expresión de afecto, me comentaba su «táctica de aproximación afectiva». Por la noche, cuando estaban juntos en la cama y ella ya dormía, él empezaba a deslizar sigilosamente la mano hasta tocar sus cabellos, evitando despertarla. Armado de paciencia, seguía avanzando centímetro a centímetro hasta llegar a la cabeza de la mujer, para luego acariciarla de manera casi imperceptible. A cada aproximación, aun estando dormida, ella lo rechazaba: se movía, refunfuñaba y gruñía, pero él no se daba por vencido y persistía. El trabajo arrojaba sus frutos, porque casi siempre amanecían abrazados. Sin embargo, al despertar y darse cuenta de que estaba junto a él, ella se alejaba. El sexo era bueno, no había desgana e incluso compartían alguna que otra fantasía, el problema radicaba en la ternura y en la falta de expresiones amorosas verbales y no verbales. Una vez le pregunté a la señora si de verdad lo amaba, y me respondió: «Claro que lo quiero, de no ser así, no estaría con él». Yo le respondí que la cuestión no era «estar» o «no estar», sino cómo estar. Le expliqué la importancia de las palabras y las caricias afectuosas y la invité a que asistiera a algunas sesiones para que intentara ser más expresiva, pero se negó rotundamente. Aunque no lo hizo explícito, lo que ella pretendía era que su esposo se adaptara a su frialdad, y no a la inversa.

Como ya he expuesto antes, el camino más saludable para una buena convivencia es que cada quien se acople a las cualidades del otro, pero no a sus déficits: equilibrarse en lo positivo y no en lo negativo. La mujer pedía demasiado (uno no puede «congelarse» o reprimirse para que el otro se «sienta bien») y satisfacerla era imposible. De ahí la estrategia de la «cámara lenta» nocturna que se había inventado mi paciente para sobrevivir afectivamente a las demandas del cuerpo y del amor, que no sólo pide sexo.

¿Por qué se resisten tanto los inhibidos y los indiferentes (algunos incluso se ofenden) cuando se les sugiere que sean más cariñosos, si sólo se les piden más abrazos, más toqueteos, besos en la mejilla, algunos «te quiero» y algún que otro arrumaco?

No cuesta nada dejar sentado que el amor está en pleno funcionamiento. Un hombre sustentaba así su indiferencia: «¿Para qué decirle que la amo, si ella ya lo sabe?». Pobre mujer. El «te amo» o el «te requeteamo» no es un recordatorio para gente amnésica: es un placer, es el refuerzo que se manifiesta en sentirse amado o amada a todas horas y en cualquier momento. Y no hablo del amor empalagoso y pesado, sino del gesto normal, del detalle a tiempo, del romanticismo inesperado que nos acelera la frecuencia cardíaca, de los mimos que nos hacen sonreír cuando estamos de mal humor o nos relajan cuando el estrés nos consume. Expresar amor es curativo por partida doble: para quien lo da y para quien lo recibe. ¿Nunca has visto dos monos desparasitándose? Yo te hago y tú me haces, yo te alivio y tú me alivias. Es la semántica más primitiva del amor: hedonismo en estado puro. Basta ver su gesto y expresiones.

El ruin cicatero, controlado, que se presume y no se hace evidente, es un amor de dudosa procedencia. Por el contrario el amor pleno integra sentimiento, pensamiento y acción en un todo indisoluble. Si los tres elementos no van al unísono, el afecto será como una escopeta de perdigones y cualquiera podría resultar herido ¿Cómo sobrevivir a la siguiente declaración? «No siento que te amo, aunque creo que te debo querer, pero no me apetece abrazarte y ser cariñoso», manifestó un adolescente, mientras su novia andaba como un satélite fuera de órbita tratando de comprender qué quería decirle. 
Un amor insípido es lo más parecido al desamor.

Extracto del libro: 
Manual Para No Morir de Amor 
Walter Riso