El que está en el Reino de Dios es el que se ha convertido en un niño, pero bien despierto, sin que lo puedan ahora manipular.
Cada niño lleva a Dios dentro al nacer, pero nuestros esfuerzos por moldearlo hacen que convirtamos a Dios en un demonio. Si ves a un niño verás el egoísmo en forma pura. Sólo es capaz de pensar en sí mismo, pero es natural que sea así. El egoísmo del niño es cosa divina, pues necesita toda su energía concentrada dentro de él. Nosotros intentamos cambiarlo y estropeamos los planes de Dios en él. Estropeamos su espontaneidad introduciendo en él los miedos. El miedo hace al niño mentir y amoldarse por no perder la aprobación de los padres.
Deja al niño ser todo lo egoísta que quiera. El niño sólo piensa en darse placer a sí mismo y, poco a poco, va descubriendo el exterior y, con él, el placer refinado de extender su placer a los otros. Su creatividad se muestra destrozando todo por curiosidad. Les gusta el movimiento y el ruido. El conflicto entra porque no coincide lo que le gusta al niño con lo que les gusta a los padres.
El niño tiene que crecer, poco a poco, descubriendo las cosas por sí mismo y a su tiempo. El niño ha de hartarse primero de chocolate antes que ofrecerlo. Si tú te empeñas en que lo comparta con su hermanito, odiará al hermanito. En realidad, a todos los niveles, lo que llamamos caridad y altruismo no es más que un egoísmo refinado.
Nos damos gusto dando gusto a los demás, porque cada uno se busca a sí mismo. Así somos todos. Les ponemos nombres muy liberales a cosas que no lo son, aunque tengan su explicación y su razón. Tendremos que aprender a llamar a las cosas por su nombre para no engañarnos. Cada uno va buscándose a si mismo, porque si no nos encontramos a nosotros mismos, no podremos salir a los demás.
Extracto del libro:
La Iluminación es la Espiritualidad
Anthony de Mello
Fotografía de internet