Carta 11
Tu vida es tu oportunidad... si tú quieres.
«Sólo triunfa en el mundo quien se levanta y busca las circunstancias, y las crea si no las encuentra.»
George Bernard Shaw
Apreciado y convaleciente jefe:
He sabido que en realidad no tienes gripe. Dos semanas empezaban a ser mucho tiempo y no he podido evitar hacer indagaciones. Sé que te has tomado un descanso forzoso, una baja temporal por estrés. Al parecer, a la gente le sigue dando vergüenza reconocer que está estresada, cansada, bloqueada, débil.
Prefiere inventarse cualquier mentira. La presión social en este sentido sigue siendo muy fuerte y veo que tú tampoco escapas a ella.
Y esto me lleva a pensar que probablemente me necesitas tanto como yo a ti. Yo esperaba que tú me dieras las respuestas a mis inquietudes, pero a base de preguntarme e investigarme, a base de observar el mundo que me rodea y bucear en mi interior, estoy alcanzando esas respuestas por mis propios medios.
Voy a seguir compartiendo este proceso de búsqueda y reflexión contigo, pues veo que a los dos —y quién sabe si a más gente— nos puede ayudar a ser más felices. O sencillamente felices.
En este proceso, empiezo a darme cuenta de que mi vida está llena de oportunidades. He perdido el miedo y cada vez estoy más convencido, como te decía en una carta anterior, de que soy yo quien lo acerco y lo alejo todo de mi vida, quien acerco y alejo las oportunidades.
El diccionario define oportunidad como «conveniencia de lugar y tiempo». Y esta conveniencia para tener la vida que deseamos existe aquí y ahora, y puede ser creada por nosotros mismos.
Apreciado jefe, si hay cosas en tu vida que consideras «inoportunas», que crees que deben cambiar, plantéate seriamente en qué medida eres tú el que decides que se mantengan ahí. Porque vivir con circunstancias inoportunas es molesto, incómodo y sólo comprensible bajo un esquema muy neurótico y masoquista.
Vivir rodeado de circunstancias inoportunas es también la excusa ideal que tienen muchos para no abandonar su posición de víctima y manifestar permanentemente los síntomas de una victimitis con la que se acaban sintiendo de manera constante «jodidos, pero contentos».
Algunos de los síntomas más evidentes de la victimitis son la queja continua sobre la vida y los demás, la sensación de vivir como resultado de las circunstancias más que como generador de ellas, el uso frecuente —a veces permanente— de los demás como muleta o paño de lágrimas, una visión dura y
difícil de la vida (donde hay muchos más enemigos y amenazas que amigos y oportunidades) y la dificultad para experimentar placer, entre otras.
Una de las principales causas de infelicidad que hay en el mundo es el secreto placer que a veces encontramos en sentirnos miserables. Como dice el chiste:
«¿Por qué no sales y te diviertes, cariño?».
«¡Sabes perfectamente que nunca disfruto divirtiéndome!»
Uno puede elegir el tipo de vida que quiere vivir y, en definitiva, dejar de sufrir victimitis. De hecho, siempre hay una oportunidad para deshacernos de la vida que nosotros mismos hemos complicado, para tener la vida que deseamos y que nos espera.
Algunas personas no saben ver sus oportunidades y, por el contrario, ven constantemente terribles amenazas.
Las amenazas son, salvo en el dramático caso de que sean claramente explícitas y directas (como las que nacen del terrorismo, por ejemplo), una cuestión de percepción y, sobre todo, de interpretación de la realidad que a cada uno le rodea.
La vida no amenaza, la vida ocurre. Los hechos son neutros y cada cual les pone el color que quiere. O como dice un genial aforismo tibetano:«No hay situaciones desesperadas, sólo personas que se desesperan».
De hecho, uno puede resignificar toda experiencia vivida, incluso la que ha sido interpretada como amenazante, y darle un nuevo y completo sentido.
Un sentido de aprendizaje, de experiencia.
Por tanto,
VIVIR LAS CIRCUNSTANCIAS COMO AMENAZAS O COMO OPORTUNIDADES ES UNA ELECCIÓN.
Lo que vemos es lo que vemos, no lo que es. En la percepción juegan sobre todo nuestros sentidos y el patrón psicológico y cultural en el que hemos sido formados. Lo que para algunos es un reto, para otros es una dificultad insuperable. Lo que la gente llama «aglomeración» en un tren, se convierte en «ambiente» en una discoteca.
Nuestro inconsciente, a través de sus mecanismos de percepción selectiva, nos hace ver la realidad de una determinada manera. La interpretación combina los estímulos que llegan a nuestro cerebro y monta una película donde ubica tres ingredientes fundamentales: a uno mismo (o una misma), a los demás y a las circunstancias.
Según el papel que nos adjudique nuestro inconsciente en esa película, el resultado final de la escena interpretada puede ser totalmente distinto en signo (de positivo a negativo), en intensidad (de mucho a poco) y en posibilidad percibida de cambio (de todo a nada). Si tenemos una idea negativa y acobardada de nosotros mismos, percibiremos la realidad como más dura, triste, desagradable y difícil de cambiar que si esa idea es positiva, relajada y asertiva.
La forma en que decidamos actuar en esa película nos condicionará para los siguientes y nuevos estímulos que vayan apareciendo en nuestra vida.
Entre los estímulos que recibimos y las respuestas que damos existe nuestra capacidad de decidir qué responder.
La decisión es una elección personal. A mayor grado de conciencia, mayor libertad de elección en esa decisión.
Por lo tanto, cuanto más se abren los ojos de la mente, más posibilidades hay de resignificar nuestro ser, la vida, las experiencias y a los demás, de modo que las amenazas vayan convirtiéndose progresivamente en oportunidades.
Para quitar la sábana y las cadenas a las amenazas fantasma sólo tenemos que cambiar nuestro chip, nuestra actitud, nuestra manera de ver el mundo. Y escucharnos, hacer un análisis de nuestras habilidades y talentos es una pieza clave para la conversión de amenazas en oportunidades.
Así que voy a empezar a sustituir el «si no lo veo, no lo creo» por el «si no lo creo, seguro que no lo veré». Es decir, decido crear mis propias oportunidades.
LAS OPORTUNIDADES NO SON SÓLO FRUTO DEL AZAR, SINO QUE PUEDEN CREARSE.
Y para crearlas tenemos que saber lo que queremos y expresar ese deseo.
Con mucha más frecuencia de la que cabría esperar seguimos actuando como bebés y creemos que los demás son como nuestra mamá, es decir, que adivinan nuestros deseos. Y nos olvidamos de que si queremos algo, si consideramos, además, que lo merecemos, tenemos que pedirlo.
Un buen amigo mío es un gran compositor musical y poeta, un auténtico genio de treinta y cinco años. Su sueño hasta hace poco era que sus letras aparecieran en las canciones de un renombrado y admiradísimo solista a nivel internacional. Un día, en la conversación que acompaña a una buena comida, me manifestó su deseo. Mi respuesta fue muy simple: «¿Y por qué no se lo dices y le mandas un e-mail con fragmentos de tus composiciones?». Él se quedó paradísimo: «¿Yo? Pero... ¡si nadie me conoce! ¿Qué va a pensar de mí? ¿Tú crees? Debe de estar muy ocupado. ¿Se lo leerá...?». «Si no lo pruebas, nunca lo sabrás», le respondí. Así que lo probó. Y en este preciso momento están preparando un disco juntos.
Por lo tanto, aunque es obvio, a veces las oportunidades aparecen porque pedimos lo que creemos que es justo o simplemente porque lo deseamos: desde un aumento de sueldo hasta salir a cenar con alguien que nos gusta.
La cantidad y calidad de oportunidades que nos aparecen en la vida son directamente proporcionales a la actitud que tenemos frente a ella.
O dicho de otra forma: las oportunidades pasan por delante de nuestras narices, así que... ¡tengamos la caña y el anzuelo a punto!
Afectuosamente,
Álex
P. D. Oscar Wilde dijo: «El aplazamiento es el asesino de la oportunidad». Y un antigua fábula lo confirma. Dice así:
Un joven describía entusiasmado lo que soñaba hacer con su vida.
«¿Y cuándo piensas hacer realidad tus sueños?», le preguntó el maestro.
«Tan pronto como llegue la oportunidad de hacerlo», respondió el joven.
«La oportunidad nunca llega», replicó el maestro. «La oportunidad ya está aquí.»
Extracto del libro:
La brújula interior
Conocimiento y éxito duradero
Álex Rovira Celma